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La escasez de agua se define como el punto en el que, el impacto agregado de todos los usuarios, bajo determinado orden institucional, afecta al suministro o a la calidad del agua, a la demanda de todos los sectores, incluido el medioambiental y no puede ser completamente satisfecha
Nuestro planeta contiene más de mil millones de billones de litros de H2O, pero no toda se se puede tomar. Más del 97% del agua en la Tierra es salada. Dos tercios del agua dulce está retenida en glaciares y capas de hielo polar. De lo que queda, la mayor parte está atrapada en el suelo o en acuíferos subterráneos. Eso deja disponible para la mayoría de los seres vivos una fracción mínima.
Casi dos millones de personas se mueren al año por falta de agua potable. Y es probable que en 15 años la mitad de la población mundial viva en áreas en las que no habrá suficiente agua para todos. La escasez de agua afecta ya a todos los continentes. Cerca de 1.200 millones de personas, casi una quinta parte de la población mundial, vive en áreas de escasez física de agua, mientras que 700 millones se acercan a esta situación. Alrededor de un cuarto de la población mundial, se enfrentan a situaciones parecidas. Los países carecen de la infraestructura necesaria para transportar el agua desde ríos y acuíferos.
Las personas afectadas proceden de 43 países diferentes que sufren ya escasez de agua. En 2025, 1.800 millones de personas vivirán en países o regiones con absoluta falta de agua y dos terceras partes de la población mundial vivirán en condiciones virtuales de estrés hídrico. Bajo el contexto actual de cambio climático, para el 2030, casi la mitad de la población mundial vivirá en esas áreas, incluido entre 75 y 250 millones de personas de África. Además, la escasez de agua en áreas áridas o semiáridas provocará el desplazamiento de entre 24 y 700 millones de personas.
En el África Subsahariana se concentra el mayor número de países con estrés hídrico.
La escasez de agua constituye uno de los principales desafíos del siglo XXI al que se están enfrentando ya muchas sociedades de todo el mundo. A lo largo del último siglo, el uso y consumo de agua creció a un ritmo dos veces superior al de la tasa de crecimiento de la población y, aunque no se puede hablar de escasez a nivel global, éste aumenta el número de regiones con niveles crónicos de carencia de agua.
La escasez de agua es un fenómeno no solo natural sino también causado por la acción del ser humano. Hay suficiente agua potable en el planeta para abastecer a los 7.000 millones de personas que lo habitamos, pero ésta distribuida de forma desigual, irregular, se desperdicia, está contaminada y se gestiona de forma insostenible.
Es difícil imaginarse lo alto que es el consumo individual, con sólo pensar en lo que toma o lo que gasta duchándose o lavando la ropa. Pero hay un uso "escondido": el agua que se necesita para cultivar la comida que comemos y confeccionar los productos que usamos y consumimos.
El total del requerimiento global de agua al año es de más de cuatro billones de litros al año, y las fuentes naturales del precioso líquido ya no dan abasto. El Foro Económico Mundial y otras instituciones calculan que para 2030 habrá una demanda 40% mayor, que el planeta no podrá suministrar.
Eso afectará la agricultura, lo que aumentará los precios de los alimentos. Y, como señala el geólogo Ian Steward, no es difícil adivinar que si no se encuentra una solución pronto, la posibilidad de que estallen guerras por agua dulce está ahí. De hecho y la ha habido.
Habitualmente, los hidrólogos miden la escasez de agua a través de la relación agua/población. Se dice que una zona experimenta estrés hídrico cuando su suministro anual de agua cae por debajo de los 1.700 m3 por persona. Cuando ese mismo suministro anual cae por debajo de los 1.000 m3 por persona, entonces se habla de escasez de agua. Y de escasez absoluta de agua cuando la tasa es menor a 500 m3.
La escasez de agua se define como el punto en el que, el impacto agregado de todos los usuarios, bajo determinado orden institucional, afecta al suministro o a la calidad del agua, de forma que la demanda de todos los sectores, incluido el medioambiental, no puede ser completamente satisfecha. La escasez de agua es pues un concepto relativo y puede darse bajo cualquier nivel de oferta o demanda de recursos hídricos. La escasez puede ser una construcción social (producto de la opulencia, las expectativas y unas costumbres arraigadas) o consecuencia de la variación en los patrones de la oferta.
Los científicos han ideado una gran gama de tecnologías que podrán ayudar a lidiar con la crisis del agua.
Una forma es usando botellas especiales para limpiar el agua sucia y hacerla potable. Las botellas contienen unos filtros de tamaño nanométrico que pueden remover las bacterias y virus. Pero algunos contaminantes –como el plomo– se pueden colar. No obstante, las botellas se han utilizado con éxito en operaciones de rescate. Siempre es peligroso.
Otra opción es la conocida como "destilación por compresión de vapor", en la que se calienta el agua sucia para que se convierta en vapor y condensarla como agua potable.
"Agua, agua por doquier, ni una gota para beber"... a menos de que se le quite lo salada.
Así que purificar el agua sucia es posible, pero es costoso e ineficiente.
La solución más simple podría ser sencillamente mejorar la manera en la que administramos lo que tenemos. En los países en desarrollo, por ejemplo, se pierden 45 millones de metros cúbicos de agua dulce al día por fugas subterráneas.
Ya sea en estado líquido, sólido o gaseoso, el agua es vital para nuestro planeta y sus habitantes. Dependemos de ella para beber, para la agricultura y para la ganadería, e innumerables especies necesitan los ecosistemas de agua dulce para vivir. Los océanos contribuyen a modular los niveles de CO2 y a mantener las temperaturas globales, a la vez que transportan nutrientes y albergan ecosistemas marinos. A medida que cambie el clima, cambiarán también los recursos de agua dulce y salada sobre los que se basan nuestras sociedades y economías. Y a medida que cambia el clima, cambiará también –o debería— nuestra relación con el agua. Los mares cubren el 71 % de nuestro planeta azul, y absorben actualmente tanto CO2 generado por actividades humanas y tanta energía del Sol que la química y las temperaturas de las aguas marinas están poniendo en peligro a muchos organismos. Los cambios en el medio marino afectan a los seres que viven en el agua y a lo que podemos obtener de él. Las subidas del nivel del mar están modificando las costas y socavando los edificios, lo cual supone un riesgo para la vida humana.
Las interacciones dinámicas entre el cambio climático y los recursos de agua dulce en la tierra están estrechamente vinculadas a la disponibilidad de agua de buena calidad para el consumo humano. Actualmente, al menos la mitad de la población mundial depende del agua subterránea para un consumo de agua seguro. A partir de la actual previsión de crecimiento urbano se espera que hacia 2050 la demanda haya aumentado un 55 %, de modo que debemos gestionar con prudencia el consumo futuro.
El agua dulce congelada en el Ártico, en Groenlandia, en la Antártida y en todas las regiones alpinas del mundo se está derritiendo demasiado deprisa y va a parar a los océanos, ríos y suelos de todo el planeta. Al principio esa agua llenará los ríos y las cuencas fluviales, pero conforme haya menos hielo, también se verán mermadas las aguas de escorrentía y el agua dulce disponible. Si las medidas de conservación no atajan el problema, surgirá la amenaza de las restricciones de agua.
Hay algunos estudios que aseguran que el calentamiento global producido, sobre todo, por el aumento de dióxido de carbono (CO2) en la atmósfera dará lugar a sequías más severas, largas o frecuentes. Pero según el realizado por la Universidad de California en Irvine y la Universidad de Washington, publicado por la revista Proceedings of the National Academy of Sciences (PNAS) hay que matizar esta idea. Sugiere que elevadas concentraciones de este gas con efecto invernadero permite a las plantas retener más agua en el suelo y eso compensa en gran parte el efecto de unas temperaturas cada vez más cálidas.
Para valorar las sequías, lo habitual es utilizar índices que sólo consideran valores atmosféricos como la temperatura, la humedad y la precipitación; el Palmer Drought Severity Index es uno de ellos. Así se ha estimado que más del 70% del planeta experimentará más sequías si en los próximos cien años se multiplican por cuatro los niveles de dióxido de carbono de la era preindustrial. En cambio, cuando la ecuación incorpora información sobre el uso del agua por parte de las plantas, ese valor cae al 37%.
En lo que sí coinciden ambas métricas es en afirmar que las situaciones de sequía se incrementarán al sur de América del Norte, al noreste de América Latina y al sur de Europa; regiones donde las precipitaciones irán disminuyendo. Más suerte correrán las regiones templadas de Asia y África central, donde la conservación de agua por las plantas contrarrestará en gran medida el efecto del cambio climático, eso sí, sólo según los modelos que incluyen el efecto del dióxido de carbono sobre la fisiología vegetal. ¿Cómo se quedará de seca la tierra, depende del balance entre las lluvias y la pérdida de agua?, y sólo esta última está fuertemente afectada por las plantas. Este balance es diferente en cada lugar, Abigail L. S. Swann, profesora asistente de la Universidad de Washington en ciencias atmosféricas y líder del trabajo cuenta mucho sobre el tema.
El dióxido de carbono es la materia prima de las plantas. Lo toman a través de unas pequeñas aberturas en sus hojas denominadas estomas y con él sintetizan materia orgánica. El problema es que este proceso deja escapar la humedad. Pero cuando el CO2 es tan abundante en la atmósfera, las estomas no necesitan estar abiertas tanto tiempo y la pérdida de agua es menor. En consecuencia, concentraciones crecientes de este compuesto en el aire conducen a un aumento potencial de la humedad del suelo. "Si las plantas conservan algo de agua, hacen que la tierra esté un poco más húmeda de lo que creíamos, lo que podría hacer las sequías un poco menos severas", explica Swann. Necesitamos aumentar la vegetación planetaria.
Recabar información es vital, pero para obtener la mejor valoración "necesitamos recalcular las predicciones situando a las plantas en el centro", propone Swann, cosa que no se había hecho, para su sorpresa. "De alguna manera, la comunidad científica que se ha dedicado a calcular los impactos del clima no pensó en la importancia de las plantas o se convenció a sí misma de que no influía sin asegurarse de que fuera cierto", apunta esta investigadora. Para James Randerson, profesor de la Universidad de California en Irvine y coautor del estudio, las estimaciones que ignoran los principios de la fisiología de las plantas "pueden arrojar resultados engañosos".
Acabar con la incertidumbre es "tan fácil como crear nuevas métricas que tengan en cuenta lo que hacen las plantas", sentencia la autora. "Ya posemos la información para hacerlo. Simplemente tenemos que ser más cuidadosos con valorar el papel de las plantas", afirma. Eso mejoraría las predicciones, útiles para el sector de la agricultura, conocer el estado de los recursos hídricos y el riesgo de incendios.
Eso no quiere decir que el CO2 sea inocuo para el medio ambiente. La investigación también concluye que las sequías se intensificarán en el futuro y que la vegetación podría verse afectada por otros aspectos del cambio climático. "Hay muchas cosas que no sabemos, especialmente de las sequías cálidas", dice Swann. Las mismas sequías en períodos con más calor pueden tener un impacto más severo o hacer que las plantas sean más vulnerables a las plagas. "Aunque haya muchas menos sequías, pueden ser fatales", alerta esta investigadora.
El Día Mundial del Agua de 2017 se celebra bajo el lema «Afrontar la escasez de agua». De esta manera se quiere hacer hincapié en la cada vez mayor relevancia de la escasez del agua en el mundo y en la necesidad de una mayor cooperación e integración que permitan garantizar una gestión sostenible, eficiente y equitativa de los escasos recursos hídricos, tanto a nivel local como internacional.
La forma de gestionar el problema de la escasez de agua será determinante para la consecución o no de la mayoría de los Objetivos de Desarrollo del Milenio:
-El acceso a agua para uso doméstico y productivo como agricultura, industria y otras actividades económicas, influyen directamente sobre la pobreza y la seguridad alimentaria.
- La magnitud de acontecimientos catastróficos y cada vez más recurrentes como las sequías o las inundaciones, interrumpen el proceso natural.
-El acceso al agua, en particular bajo condiciones de escasos recursos, tiene importantes implicaciones de género que afectan al capital social y económico de las mujeres en términos de liderazgo, ingresos y oportunidades de relacionarse.
-Unos programas de gestión de los recursos hídricos equitativos y fiables reducen la vulnerabilidad de los más pobres frente a los más ricos y frente a los imprevistos, lo que además les proporciona unos medios de vida más seguros y rentables de para el cuidado de sus hijos.
-El acceso a una fuente de agua mejorada y a sistemas de tratamiento de las aguas residuales en los asentamientos humanos reduce la transmisión de los riesgos ligados a enfermedades transmitidas por mosquitos como la malaria y la fiebre del dengue.
Cerca de 1.000 millones de personas viven en zonas del mundo marcadas en los mapas como de escasez de agua
-Un tratamiento adecuado de las aguas residuales contribuye a reducir la presión sobre los recursos de agua potable, ayudando a proteger la salud humana y del medio ambiente.
-La escasez de agua requiere reforzar cada vez más la cooperación internacional en el campo de las tecnologías para aumentar la productividad y las oportunidades de financiación de los recursos hídricos y un entorno mejorado para compartir los beneficios de la gestión de la escasez del agua.
La desertificación, esa invisible línea de frente, está por todo el mundo. La Convención de las Naciones Unidas de Lucha contra la Desertificación, considera como una de las causas los conflictos y inestabilidad a nivel mundial y pide medidas urgentes para apoyar a las comunidades en crisis.
El informe de la Organización de las Naciones Unidas para la Agricultura y la Alimentación (FAO) busca proporcionar un marco conceptual para tratar la seguridad alimentaria bajo condiciones de escasez de agua en la agricultura. Su propósito es doble. En primer lugar, indicar dónde y cómo la gestión del agua en la agricultura puede jugar un papel más proactivo y efectivo como respuesta a la creciente preocupación sobre la escasez de agua dulce a nivel global. Lo mismo el Grupo de Gestión Medioambiental de Naciones Unidas se centra en identificar las oportunidades para incluir la agenda de las regiones áridas dentro de los procesos de elaboración de políticas.
El uso de agua depurada en agricultura es una opción que está siendo cada vez más investigada y aceptada en regiones que sufren escasez de agua, con poblaciones urbanas en crecimiento y con una creciente demanda de agua de regadío. Se trata de presentar un marco económico para la evaluación del uso de las aguas depuradas en la agricultura como parte de un proceso de planificación global en las estrategias de asignación de los recursos hídricos orientadas a proporcionar una utilización del agua económicamente más eficiente y sostenible. Los materiales de los casos que se presentan permiten un buen análisis de campo para el enfoque propuesto.
Uno de los interrogantes más populares del Día Mundial del Agua fue: ¿puede la desalinización ayudar a resolver la crisis del agua?.
El agua apta para consumo es vertida tras el proceso de desalinización en un reservorio de una planta en España. La mayor planta desalinizadora de Europa está en Torrevieja, Alicante.
Hay cerca de 18.000 plantas desalinizadoras en el mundo, según la Asociación Internacional de Desalinización, IDA (siglas en inglés).
Sin embargo, esas plantas satisfacen sólo entre el 1 y 3% de la necesidad de agua potable a nivel mundial, según confirmó Miguel Ángel Sanz, director de desarrollo estratégico de la compañía francesa Suez Treatment Infrastructure y uno de los directores de IDA.
Lo que ha impedido la extensión más rápida de esta tecnología en una de las regiones donde se espera un mayor crecimiento en el futuro (América Latina), es la cantidad de agua.
El gran factor limitante de la desalinización: las grandes cantidades de energía. Y ello explica en parte porqué algunas de las mayores plantas se encuentran en países ricos en recursos energéticos como Arabia Saudita. La planta de Ras Al-Khair, en Arabia Saudita, es la mayor del mundo. Usa el mecanismo, denominado método de evaporación térmica.
La planta de Carlsbad, en San Diego, es la mayor de Estados Unidos.
Hay dos tipos de métodos de desalinización, explicó José Luis Sánchez Lizaso, profesor del departamento de Ciencias del Mar y Biología Aplicada de la Universidad de Alicante.
"Por una parte están los métodos que usan calor que, con diferentes variantes, evaporan el agua y la vuelven a condensar, lo que básicamente consiste en imitar el ciclo natural de evaporación y lluvia".
"El segundo grupo de métodos se basa en membranas que permiten separar el agua de las sales para lo que también necesitan energía normalmente suministrada en forma de energía eléctrica que luego se transforma en energía mecánica", explica Sánchez Lizaso.
El principio de calentar agua de mar para producir vapor que luego se condensa, fue mencionado ya por Aritóteles hace unos 2.400 años, cuando describió a los navegantes que usaban ese método de destilación.
Pero fue en el siglo XX que la tecnología avanzó a escala industrial.
Pero el 70% de las desalinizadoras del mundo, incluyendo las de Chile, usan otro mecanismo, descubierto en la década de los 60 y perfeccionado desde entonces, el de hacer pasar el agua de mar por membranas, en un método que se denomina "ósmosis inversa". Consiste en usar una membrana semipermeable, que deja pasar el agua pero no las sales.
“La osmosis inversa” es un proceso de separación que está basado en la osmosis natural, fenómeno que se verifica en los organismos vivos a nivel de sus membranas celulares.
Chile es el país con mayor capacidad de desalinización de América Latina. El ingeniero químico Aldo Saavedra es el investigador mejor preparado.
La osmosis inversa demuestra su capacidad selectiva reteniendo sobre el 99, 5% de las sales disueltas, lo que produce agua apta para consumo humano, procesos industriales y también para riego agrícola.
Son el resultado tecnológico de más de 50 años de investigaciones en polímeros.
Investigadores del MIT en EE.UU. experimentaron con membranas de grafeno, que requerirían menos presión y por tanto menos energía. Otros investigadores han probado membranas de nanotubos de carbono, pero ambas innovaciones no se han trasladado del laboratorio a la producción industrial.
Tales investigaciones preliminares prometen obtener un proceso de desalación a costos menor que la osmosis inversa.
Otro desafío de la desalinización consiste en reducir su impacto ambiental.
Tras lograr agua apta para consumo lo que queda como producto es una salmuera, que se revierte nuevamente al mar que se mezcla rápidamente produciendo un gran impacto perjudicial en organismos marinos.
Grupos ambientales en EE.UU. han apuntado también otro problema, cuando se capta agua del océano al inicio del proceso, arrastra peces y otros organismos hacia esas máquinas, aseguró Wenonah Hauer, de la ONG Food and Water Watch en Washington DC.
Cualquier toma tiene la precaución de tener tamices para evitar que se arrastren los peces vivos y si se arrastran poderlos devolver. Lo que diferencia la legislación de Estados Unidos es el tamaño, las micras, sobre las cuales se tiene que tamizar.
Los costos energéticos (y por tanto económicos) de desalinizar agua de mar se han reducido de un modo significativo en los últimos 30 años, lo que ha provocado su expansión en todas las zonas costeras del mundo con problemas de suministro. El Congreso Mundial de la Asociación Internacional de Desalinización tiene lugar este año en Sao Paulo.
La producción de agua salada está por debajo de un dólar el metro cúbico, 0, 1 céntimo de dólar el litro. La desalación cuesta entre dos y tres veces más que un agua de buena calidad natural. No parece excesivamente cara.
Las 10 plantas con mayor capacidad en el mundo están en Arabia Saudita y Emiratos Árabes Unidos.
Las empresas españolas son líderes a nivel mundial en esta tecnología. En el Mediterráneo español era habitual hace 50 años que durante mucho tiempo solo hubiera agua en las casas una o dos horas al día y se adaptaba su vida para el aseo, lavar y almacenar agua en esos cortos momentos.
Con el programa de desalinización las restricciones del agua son historia que los jóvenes no recuerdan.
España cuenta con cerca de 900 desalinizadoras, aunque muchas son de tamaño reducido. El suministro de agua potable de la isla de Lanzarote y de la Fuerteventura se realiza totalmente a través de agua desalada.
Chile es el país de América Latina con mayor capacidad de desalinización (mediante la tecnología de osmosis inversa) ligada a la expansión de la minería que necesita agua en el desierto del norte del país.
En general, en Chile diariamente se purifican cerca de 300.000 metros cúbicos de agua, a partir de agua de mar y se estima que en los próximos cinco años esta cifra podría superar el millón de metros cúbicos diarios. La desalinización en Chile es casi la única alternativa para suministrar agua a las regiones del norte de Chile, cuya tasa de pluviosidad en algunas localidades incluso no supera los 5 mm al año.
Arabia Saudí y los Emiratos Árabes poseen las nueve mayores plantas desalinizadoras en el mundo y la décima la dejan a Israel.
Es comprensible que Latinoamérica debe aprovechar la desalación como una oportunidad para su desarrollo. Casi toda la costa atlántico pacífica de América empieza a notar los efectos del cambio climático, la disminución de recursos hídricos y de los fenómenos del Niño y la Niña.
Perú tiene un problema parecido y Colombia también empieza a tener problemas en la industria. En Brasil, la ciudad de Sao Paulo estuvo en el límite de no poder abastecer a su población e incluso en todo el golfo de Texas y de México se están empezando a hacer plantas desaladoras.
En América Latina, la desalinización va a ser su motor de desarrollo humano.