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Columba Arias Solís
Hace unas semanas en el mundo entero se dio a conocer el acto de barbarie cometido el pasado 14 de abril en el poblado llamado Chebok, en el estado de Borneo perteneciente a la República de Nigeria, donde una secta de fundamentalistas musulmanes secuestró a 276 niñas y adolescentes de las aulas de su escuela donde pernoctaban.
A un mes del desgraciado suceso, todavía se desconoce el paradero de las jóvenes que fueron violentamente arrancadas de la escuela en medio de la noche por sujetos armados que arribaron a la institución en diversos vehículos. Los secuestradores que reivindicaron este acto criminal, forman parte de la secta denominada Boko Aram, la que pretende imponer un estado islámico radical y quien se opone a que las mujeres acudan a las escuelas.
La falsa interpretación del Corán en ciertas sociedades islámicas, ha propiciado el maltrato y la discriminación de las mujeres puesto que los islamistas fundamentalistas han establecido las reglas que consideran a las mujeres como seres inferiores, a quienes se mantienen al margen del mundo externo; en varias de dichas sociedades las mujeres no participan ni siquiera en el acto de elegir marido, y en cuanto al divorcio es el hombre el que tiene el derecho de pedirlo, ya que si es la mujer la que pretenda el divorcio, debe renunciar a la pensión alimenticia y devolver la dote que el marido pagó por ella.
La periodista de origen saudita Wajeha Al-Huwalder, reconocida defensora de los derechos humanos y particularmente de las mujeres, hace unos años escribía que la primera parada de la discriminación contra las mujeres entre los árabes empezaba normalmente en el hogar, donde se favorecía al varón en todos los aspectos: económicos, sociales y educativos. El joven crece señalaba Wajeha- para ser profesionista, funcionario o cualquier cosa, en tanto que la hija crece para ser esposa, madre o abuela; el hombre tiene oportunidades y las mujeres obligaciones. La segunda parada de la discriminación es en la escuela, donde la parte de sumisión y pensamiento-prevención para las muchachas es doble y triple que para los muchachos.
Para la activista, la tercera parada discriminatoria es en el trabajo, toda vez que las leyes obreras no tratan a la mujer justamente, además del tratamiento racista que sufren por parte del sector del clero. Wajeha ha insistido que "en los países árabes y particularmente en los países del Golfo, el ciclo de discriminación contra la mujer empieza cuando es feto en el útero de su madre, continúa cuando emerge y respira aire del mundo, y sigue hasta su muerte".
Es entonces en ese contexto discriminatorio, fundamentalista y de violencia que se inscribe el acto de barbarie cometido por la secta Boko Aram, cuyo actual líder Abuhakar Shekau se ha vanagloriado del secuestro de las niñas en un video que ha circulado por las redes, manifestando que "hay un mercado para vender humanos. Alá dijo que venda, él me manda vender" expresó el terrorista.
Boko Haram es un grupo fundamentalista que lanza condenas contra quienes han sido educados en el sistema occidental y se opone a que las mujeres tengan acceso a la educación, pretendiendo imponer un estado islámico radical en la república de Nigeria. La secta fue fundada en el año 2002 por el clérigo musulmán Mohamed Yeesuf, quien en la ciudad de Maidugueri, capital del estado de Borneo creó un complejo religioso que comprende una escuela islámica, cuyo objetivo no se refiere precisamente a las cuestiones educativas, sino con el reclutamiento de jóvenes para adoctrinarlos y capacitarlos para la lucha en contra del gobierno de Nigeria y la instalación de un estado regido por la Saharia o Ley Islámica.
El grupo terrorista comenzó desde el año 2009 a realizar atentados contra instalaciones del gobierno, y a la muerte de su fundador por las fuerzas de seguridad, sus integrantes se reagruparon bajo el liderazgo del teólogo Abukar Shekam, quien encabeza la lucha por intentar imponer su estado religioso y en la cual han perdido la vida más de tres mil personas, principalmente en el noreste del país, donde tiene su base de operaciones y donde miles de personas han debido abandonar sus hogares.
El secuestro de las 273 adolescentes nigerianas, no parece ser el primer acto de barbarie cometido por la secta, ha trascendido que otras mujeres víctimas de otros secuestros fueron obligadas a casarse con los comandantes del grupo terrorista, y otras más dedicadas al esclavismo sexual.
El gobierno nigeriano se ha visto demasiado lento en la reacción ante el criminal acto. No ha podido ubicar el sitio donde los radicales tienen capturadas a las jóvenes. Tal vez la presión internacional logre que las autoridades de aquella nación permitan la participación de otros países expertos en seguridad, y pronto puedan rescatar a las niñas sanas y salvas, reintegrándolas a sus familias.
En ninguna parte del mundo, ningún gobierno debe permitir que se sigan cometiendo tan deleznables hechos, como tampoco ninguna sociedad debiera ser indiferente al dolor de éstas jóvenes y de sus familias.