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Estamos a punto de entrar en otro período pre-electoral y en el 2015 estaremos de nuevo inmersos en las campañas electorales. Es altura de volver a reflexionar sobre el acto central de todo el proceso: la decisión del voto
Del arte de perder una elección o de ganar una mayoría
Por Teresa Da Cunha Lopes
Estamos a punto de entrar en otro período pre-electoral y en el 2015 estaremos de nuevo inmersos en las campañas electorales. Es altura de volver a reflexionar sobre el acto central de todo el proceso: la decisión del voto.
Bajo de un punto de vista teórico, la decisión del voto del elector medio, como afirma Anthony Downs (Downs, A., 1957, An Economic Theory of Democracy), se entiende como el producto de un calculo racional realizado por el elector individual, hipotéticamente al margen de todo determinismo de tipo estructural y buscando satisfacer al máximo sus intereses.
El elector elegirá su opción guiado por un cálculo de costes y beneficios. Que el cálculo del señor García no sea el mismo de la señorita Laura y que ambos no coincidan con el mío, no significa que mi decisión es mejor y que mi voto es de “calidad”. Significa que tenemos expectativas racionales, para usar la terminología de Lucas, diversas. Esto es, paradojicamente, la grande fortaleza del sistema. Esta es la realidad a que los estrategas electorales se deben enfrentar.
Sin embargo, en la práctica, el propio acto de votar acaba siendo irracional, porque altamente emocional.
Así siendo, los gurús del marketing electoral, partiendo de posturas analíticas desde perspectivas psicológicas han puesto en duda “el mito del comportamiento racional del elector” señalando que los planteamientos racionales en torno al voto no desempeñan sino un papel secundario.
Tenemos, por lo tanto, dos posturas enfrentadas: de un lado los partidarios de las "expectativas racionales"; del otro la creciente ola de gurús del marketing político, para los cuales el candidato es un "producto" mas a colocar en un mercado dado.
Frente a estas dos posturas, me coloco como el tímido mediador entre un pleito de vecinos (y me arriesgo al "moretón" teórico) . Me parece que tal como en la vida, lo que debemos activar como método que nos permita extraer de la observación del comportamiento del elector (de los electores) los datos necesarios para crear un plan de campaña eficiente, no puede ser otro que el de buscar huir de todo enfoque demasiado rígido o excluyente.
Veremos, entonces, que los factores estructurales, por un lado, y los planteamientos de racionalidad individual por otro constituyen dos dimensiones que se conjugan siempre, en mayor o menor medida, en la adopción de la decisión individual del voto.
O sea, que el precio de la tortilla, el pago a tempo y en debida forma de los salarios, la expectativa de la jubilación, la seguridad física, la seguridad jurídica, la expectativa de una educación para los hijos, cuentan y son las variables del cálculo de costes y beneficios del votante. Y, que a la hora de la hora son más importantes que la juventud, el perfil fotogénico o el color de la corbata del candidato.
Como decía Bill Clinton, que no acostumbraba perder elecciones: "It's the economy, stupid". Y el votante opta por aquel candidato en que visiona la posibilidad de realizar sus "expectativas racionales".
Pero si bien es verdad que el elector elegirá su opción guiado por un cálculo de costes y beneficios, también lo es que una campaña sólo ganará al elector si diseñar una estrategia basada en otro tipo de costes y beneficios. O sea debe analizar cual es el universo "target" (terminología de marketing) a quien debe dirigir sus operadores, sus minutos de publicidad en medios y su programa. Para tal, tiene que huir de una campaña basada en estereotipos y estudiar el mapa electoral para adaptar el mensaje al votante medio, reconociendo su diversidad y sus trazos comúnes.
Thomas Frank en un libro célebre What’s the Matter With Kansas? (¿Qué pasa en Kansas?) y que fue, en su momento, objeto de una columna del Nobel de la Economía Paul Krugman, desarrolló una teoría según la cual los asuntos atinentes a “valores” eran los que determinaban el voto de los norteamericanos de clase trabajadora, haciéndoles votar, contra sus propios intereses, por el Partido republicano.Sin embargo Bartels, autor de una otra obra importante sobre estas cuestiones electorales ( "Unequal Democracy" /Democracia desigual) ha hecho la demonstración con sólidos datos duros de que las preposiciones de Frank no eran del todo correctas. O sea, que si bien es verdad que los norteamericanos que van regularmente a la iglesia tienen más probabilidades de votar republicano, contrariamente al estereotipo, esa relación es débil entre los de bajos ingresos, y fuerte entre los votantes de ingresos elevados. El señor Frank, de hecho llega a la misma conclusión que Bill Clinton, pero la desarrolla de forma académica: lo que cuenta para el elector es la economía.
Ahora bien, creo que es necesario que alguién (no yo por supuesto que no soy especialista en estos asuntos) haga un análisis del mapa de las elecciones pasadas mexicanas, tanto a nivel federal como estatal y local, y de paso ataque los estereotipos que se han venido construyendo sobre "cómo votan" los rancheros y "cómo votan" los citadinos. A lo que me refiero es que la organización de la narrativa de los candidatos se ha basado en estereotipos que todo el mundo repite pero que nadie ha testado. De ahí que no exista una diferenciación programática ni, como lo hemos observado, resultados contundentes en las urnas. A lo que me refiro es que no todo el mundo que es dueño de una vaca es conservador ni todos los filósofos son de "Izquierda" y que, por consecuencia, estrategias basadas en esas premisas son grandes ejercicios de despilfarro de dineros públicos para obtener resultados mediocres.
La pregunta que me coloco y que creo que los estrategas de las campañas electorales en puerta se deben colocar es: ¿Importa mucho que el señor candidato X abrace una teoría incorrecta sobre las motivaciones electorales de la clase obrera, o sobre las motivaciones electorales de los empresarios agrícolas?
Desde luego que sí.
Más bien pienso que se deben cuidar de alejar sus campañas de los estereotipos y, por ende de las trampas mortales adónde llevan esos estereotipos .Atención ni todas las señores que son católicas son contra los derechos reproductivos y no todas las mujeres votan preferentemente por candidatas mujer. De hecho vimos, recientemente, tanto a nivel nacional como estatal, como este estereotipo dejó en el tapete a dos candidatas. De la misma manera, no todos los gay son liberales y no todos los hetero son gordos. Y, señores, recuerden: la mayoría de las mujeres mexicanas trabaja fuera del hogar, su principal problema es la conciliación de la vida laboral y de la vida familiar. De manera que: dejen de lado los discursos paternalistas sobre que saboroso les queda la morisqueta y desarrollen propuestas concretas sobre oportunidades de financiamiento, sobre oportunidades de acceso a educación de calidad para sus hijos y sobre la igualdad efectiva de salarios en el mercado de trabajo.
O sea, creo que todas las campañas deben leer, urgentemente el libro del señor Frank, que llama a volver a centrarse en los asuntos económicos para recuperar a la clase de bajos y medianos ingresos, dispersa en todos los cuadrantes, por todos los distritos electorales, en montaña, ciudad y costa, afiliada a todos los tipos de iglesias y que es fanática de clubes deportivos variados. Me refiro al elector promedio. Finalmente, este grupo con bajos y medianos ingresos es mayoría y son las colonias populares, las nuevas ciudades -dormitorio suburbanas, los ranchitos, las comunidades que hacen la mayoría. Y, por favor, olvidense de lo que opina el intelectual de servicio, en su columna semanal . Esta opinión no se reviste del mínimo interés. El intelectual, de ingresos medio-alto es una ave rara, minoritaria y que además flirtea con el voto en blanco. O sea es "inútil" en términos de universo-objetivo de las campañas .