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Un 13 de mayo, el misterioso terrorista Ali Agka intentó matar al Papa
Seguidamente se reproduce íntegramente el interesante artículo de Luis Ventoso publicado en ABC (*):
El hotel Flamboyan de Magaluf todavía sigue en pie. Hace cuarenta años, sus camareros reconocieron al instante a aquel veinteañero delgado, de pómulos marcados, mirada fosca y sombra de barba cerrada, que aparecía en televisión entre una nube de carabinieri que lo sujetaban. ¿Cómo olvidarlo? Aquel huésped de 23 años, que se había registrado bajo el nombre falso de Faruk Osgum, era muy reservado y solitario, pero sus propinas resultaban increíbles: «Una Pepsi costaba 35 pesetas. Pero él nos dejaba un billete de mil y casi nunca recogía el cambio».
Su nombre real era Mehmet Ali Agca, un joven turco que había llegado en un viaje de grupo organizado por la touroperadora italiana Alpitour. Era un bicho raro dentro de una expedición de matrimonios, que aterrizó en un vuelo desde Milán operado por la extinta compañía española Aviaco. Sus vacaciones mallorquinas duraron dos semanas, del 25 de abril al 9 de mayo. Chapurreaba un mal italiano y un pésimo inglés. Salía a correr cada día por las veredas próximas al hotel. Jamás bailaba, rechazaba las aproximaciones de las animosas turistas inglesas y solo bebía refrescos. Era simpático si se le interpelaba, pero muy retraído.
Solo cuatro días después de dejar Mallorca, el huésped de la habitación 624 del Flamboyan estaba ya alojado en otro hotel, próximo al Vaticano. Había viajado a Roma en tren desde Milán y ultimaba los detalles para intentar cambiar la historia del mundo de la manera más horrible. En la tarde del 13 de mayo de 1981, en el 64 aniversario de la revelación de los Secretos de Fátima, Ali Agca, con traje gris y camisa blanca, entra en una plaza de San Pedro abarrotada de fieles. Porta una pistola semiautomática Browning H-Power, de calibre 9 milímetros. Lo acompañaba un cómplice, Oral Celik, amigo de andanzas hamponas desde su infancia, cuyo encargo consistía en detonar una pequeña explosión para facilitar la huida de ambos y refugiarse en la Embajada de Bulgaria. El célebre Papamóvil, un Fiat blanco descapotable tipo jeep, recorre la plaza en un grato día primaveral, con una feligresía alborozada al paso del Papa polaco, de 60 años, el primero no nacido en Italia en 456 años y que en poco más de tres años de pontificado se ha convertido en un fenómeno social, que trasciende incluso lo religioso. A las 5 y 28 minutos de la tarde, Agca abre fuego emboscado entre la multitud.
Dos balas alcanzan a Karol Józef Wojtyla en los intestinos, otra en el brazo derecho y la última en un dedo de la mano izquierda. El Papa, con gesto de dolor, se recuesta sostenido por sus asistentes. La sotana alba se tiñe de sangre. La consternación y los gritos retumban. Juan Pablo II se está desangrando. Agca tira la pistola bajo una furgoneta. Intenta huir. Pero es atrapado por un guardaespaldas con la colaboración de algunos fieles, incluida una monja. «¡No me importa morir!», dice al ser detenido. Su cómplice Celik, asustado, huye sin completar su misión. Los disparos de Agca han alcanzado también a una peregrina estadounidense y otra jamaicana. Ambas se recuperarán. El terrorista lleva encima una extraña nota manuscrita: «Mato al Papa en protesta con el imperialismo de la URSS y Estados Unidos y contra el genocidio en El Salvador y Afganistán».
JUAN PABLO II RECIBE VARIOS BALAZOS EN 1981ABC
«El Papa se desplomó encima de mí –recuerda su secretario, Stanislaw Dziwisz, hoy cardenal en Polonia–, traté de sostenerlo mientras veía entre la multitud a alguien que trababa de huir. Se estaba muriendo. Sufría mucho, pero estaba lúcido y rezaba».
El doctor Preziosi, que atendió a Juan Pablo II en el policlínico Gemelli, a donde fue llevado con dramática urgencia, reconoce que cuando llegó pensaron que no sobreviviría. De hecho Dziwisz le impuso la extremaunción. El médico dijo que fue casi milagroso: «La bala hizo una trayectoria inexplicable en el intestino». Si hubiese tocado las arterias, «habría muerto en quince minutos». La operación duró cinco horas y media. Le extirparon 30 centímetros del intestino delgado y recibió grandes transfusiones de sangre. Necesitó tres semanas de hospitalización. Wojtyla, canonizado en 2014, siempre pensó que su salvación había sido un milagro de la Virgen de Fátima. De hecho acabó llevando en ofrenda a su santuario portugués la bala que extrajeron de sus tripas. «Estaba convencido de que le debía la vida a la Virgen», dijo ayer el Papa Francisco al recordar aquella infausta jornada de hace hoy 40 años.
«¡No tengáis miedo!». Significativamente ese fue el primer mensaje de Juan Pablo II cuando se asomó como Papa al balcón de San Pedro el 22 de octubre de 1978. Comenzaba la misión de un pontífice que conquistó el mundo: valiente, políglota, poeta, viajero infatigable, con las habilidades escénicas de un actor –había hecho teatro– y la presencia imponente de un deportista. Un Papa polaco de ideas claras, que enseguida se convirtió también en referente político, con una lucha directa contra el marxismo, fruto de sus indelebles vivencias en su país. Junto a Reagan y Thatcher conformó el tridente que acabó hundiendo al comunismo (que en realidad ya estaba implosionando por sus deficiencias económicas internas).
Es sonado que Stalin se había mofado en su día de la influencia del Vaticano: «¿El Papa? ¿Cuántas divisiones tiene?». Pero la URSS de comienzos de los ochenta se lo tomaba en serio. En 1981, Brezhnev, el líder de la URSS, estaba muy enfermo y el hombre fuerte era Yuri Andropov, el jefe del KGB, que lo sucedería. Andropov era consciente de la amenaza que suponía el Papa polaco, que daba aliento a la peligrosa protesta del sindicato Solidaridad de Lech Walesa (paradójicamente, aquella revuelta que abrió un boquete en el Telón de Acero comenzó en unos astilleros de Gdansk que llevaba el nombre de Lenin). Andropov creía incluso que la elección del Papa polaco había sido alentada por el Gobierno estadounidense. En 1990, el disidente Victor Ivanovich Sheymov, un ex mando de la KGB, relevó que nada más refugiarse en Estados Unidos, en 1980, alertó a la CIA sobre planes del espionaje soviético para acabar con Juan Pablo II.
«Le he perdonado sinceramente»
Ali Agca fue juzgado en solo dos meses, tras declararse culpable y asegurar que había actuado en solitario, y condenado a cadena perpetua. Solo cuatro días después de dispararle, recibió el perdón de Juan Pablo II a través de un mensaje grabado en el hospital, que conmovió al mundo: «Rezo por el hermano que me atacó y le he perdonado sinceramente». Es el comienzo de una relación singular. El 23 de diciembre de 1983, el Papa visita al pistolero en su celda de la cárcel romana de Rebibbia. Nunca ha trascendido lo que hablaron en aquellos 22 minutos, ambos en sillas de plástico, con un Agca mal afeitado y vestido con jersey, vaqueros y deportivas. El Papa le regaló un rosario de nácar. El terrorista besó su mano. En el 2000, tras 19 años en la cárcel, el presidente de la República de Italia, Ciampi, indultó al pistolero a petición del propio Juan Pablo II. Fue extraditado a Turquía, donde cumpliría todavía diez años más de prisión por el asesinato a tiros en febrero de 1979 de Abdi Ipekci, el director de un periódico izquierdista turco, y por dos atracos en bancos.
EL PAPA FUE A VISISTAR A LA CÁRCEL AL HOMBRE QUE INTENTÓ ASESINARLE. HABLARON 22 MINUTOSAP
Dentro de su desvarío de delirantes declaraciones, Agca siempre ha alardeado de una supuesta relación especial con el Papa. Cuando murió Wojtyla en 2005, a los 84 años y tras una pelea heroica contra un Parkinson avanzadísimo, el excéntrico pistolero lo despidió diciendo que «lo siento como si hubiese perdido a un hermano, a mi mejor amigo». En diciembre de 2014, Agca entró de manera ilegal en Italia y se presentó en la Basílica de San Pedro con un ramo de rosas blancas y unas lágrimas en los ojos para visitar la tumba de San Juan Pablo II. El Vaticano lo dejó pasar, pero dejándole claro que ya estaba bien de circo. Agca llegó a pedir audiencia con Francisco (denegada) y fue deportado a los dos días.
Un soltero de 60 años que lee 'best-sellers'
El pistolero tiene hoy 60 años, sigue soltero y se cree que vive en un suburbio de Estambul, en un minúsculo apartamento, donde lo localizó el año pasado el tabloide inglés 'Daily Mirror'. Su existencia es discreta. Sus vecinos dicen que se trata de un tipo amable, que se dedica a alimentar a gatos y perros callejeros. Asegura que vive con modestia de los royalties de sus libros. Lee 'best-sellers' (sobre Dan Brown dice que no sabe nada del Vaticano, en cambio le gusta Tom Clancy). Con motivo del 40 aniversario del atentado, ayer declaró a la agencia italiana Ansa que «ciertamente no se ha arrojado toda la luz» sobre el caso. Aunque ha ofrecido media docena de versiones, esta vez vuelve a inclinarse por la hipótesis de la KGB como instigadora: «La comisión Mitrokhin ofreció algunas verdades y el mayor Victor Ivanovich Sheymov, también». Se refiere a una comisión parlamentaria impulsada en su día por el partido de Berlusconi, que en 2006 concluyó que «más allá de la duda razonable, creemos que la cúpula de la URSS tomó la iniciativa de eliminar a Juan Pablo II». Para la comisión el atentado corrió a cargo del GRU, la inteligencia militar soviética. Pero jamás se han aportado pruebas concluyentes.
Agca nació en una familia humilde, en un suburbio del provincia de Maltaya, en el centro de Turquía. Desde la adolescencia flirteó con el crimen: contrabando, tráfico de drogas, robos. Aún así llegó a ingresar en la universidad en Estambul, donde entra en contacto con los Lobos Grises, el brazo paramilitar del neofascista y ultranacionalista Partido del Movimiento Nacional. Tras una fachada de organización cultural y deportiva para jóvenes, los Lobos son un grupo terrorista, que en los años ochenta lanza una brutal ola de violencia, matando a sindicalistas, kurdos, periodistas, dirigentes de izquierdas, miembros de minorías religiosas... Se los relaciona con la narcomafia turca y con el Estado profundo y lo más turbio de la cúpula militar. Incluso hay quien los vincula a la Operación Gladio, la estrategia secreta de la OTAN para evitar con técnicas de guerrilla una crecida comunista en los países próximos al Pacto de Varsovia.
Con los Lobos Grises Agca se vuelve un duro criminal, que goza de una inexplicable protección. En 1979, mientras espera juicio en el penal militar más seguro de Turquía por matar al periodista Ipeckci, logra fugarse sin problema disfrazado de militar, lo que indica complicidades en las alturas. Su versión del atentado ha ido oscilando. También ha cultivado las declaraciones chocarreras (tras salir de la cárcel en 2010 se presentó como «Jesucristo, el nuevo Mesías»). En su autobiografía de 2013 se desmarcó asegurando que el atentado había sido un encargo personal del Ayatolá Jomeini, el líder iraní. En una versión anterior llegó a acusar al propio Vaticano. Algunos investigadores estiman que su comportamiento alocado y sus declaraciones estridentes son el escudo de un hombre muy inteligente, que cree que fingiendo un trastorno mental evita represalias.
La versión más probable es la primera que ofreció, la del juicio de 1981, cuando declaró que fue un atentado encargado por la URSS, que exigió a los servicios secretos búlgaros que corriesen con el operativo. En 1986 señaló a tres búlgaros y otros tantos turcos como sus cómplices, relacionándolos además con los servicios secretos occidentales. Se abrió entonces un nuevo juicio, pero fueron absueltos al echarse atrás el testigo clave: el propio Ali Agca, que en la vista se limitó a asegurar que era Jesucristo y a anunciar el inminente fin del mundo. Más tarde algunos de aquellos sospechosos aparecieron muertos en extrañas circunstancias.
¿Y por qué viajó Agca a Mallorca antes del atentado? Se ha especulado que para verse con el traficante de armas y drogas Berik Celenk, fallecido en 1985, un padrino de la mafia turca con oficina en Menorca y cuyo yate que solía navegar por aguas baleares, quien le habría facilitado el pago y la pistola. Pero lo único cierto es que 40 años después el atentado contra Juan Pablo II continúa siendo un caso abierto.
Por la transcripción:
F.J. de C.
Madrid, 13 de mayo de 2021