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Una calma tensa reinaba este sábado por la mañana en las calles de Bangui entre restos de barricadas todavía humeantes, estigmas de la violencia que sacude a la ciudad desde el ataque del miércoles a una iglesia en el que murieron 17 personas.
Eran pocos los coches que circulaban y las tiendas que estaban abiertas el sábado por la mañana en Bangui, donde los cristianos reclaman "el desarme inmediato" del barrio PK-5, en el que viven recluidas poblaciones musulmanas.
Entre 200 y 300 musulmanes se manifestaron sin incidentes durante la mañana en este barrio, observó la AFP.
Algunos acusaban a la presidenta provisional, Catherine Samba-Panza, de ser la "madre" de los anti-balakas, las milicias de mayoría cristiana cuyos actos violentos han obligado a numerosos musulmanes de Bangui a huir de la capital para refugiarse en Chad o en el norte y en el este del país.
Una gran mayoría de la población está convencida de que el ataque a la iglesia de Fátima del miércoles fue obra de los exrebeldes Seleka, de mayoría musulmana, y planificado a partir del barrio PK-5.
El viernes miles de centroafricanos se manifestaron para pedir el desarme y la salida del contingente de Burundi de las fuerzas africanas de la MISCA, a ls que acusan de pasividad. Tres personas murieron y una decena resultaron heridas durante estas manifestaciones.
"Hemos manifestado para pedir el desarme inmediato del PK-5", explicó el sábado a al AFP Sergio Mescheba, uno de los organizadores. "Ahora estamos en tregua para respetar el periodo de duelo pero las manifestaciones se reanudarán el lunes si no se desarman a los musulmanes", amenazó.
Mientras que desde hace semana Bangui parecía recobrar un semblante de normalidad, la masacre de la iglesia sirvió de nuevo detonador. Las fuerzas francesa Sangaris y africana MISCA han sido ambas tomadas como objetivo de los manifestantes.
Desde el ataque, Médicos Sin Fronteras recibió a 27 heridos en el "hospital comunitario" cuando habitualmente recibe a unos 70 de media por mes, según uno de sus responsables.
Desde el mes de enero, tras la dimisión forzada del presidente Michel Djotodia y de su movimiento rebelde Seleka, que había tomado el poder en marzo de 2013, el conflicto en el país ha tomado una dimensión religiosa.