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La cruzada de Trump va la contra la lucha por un clima mejor. Es dudoso, sin embargo, que logre hacer naufragar la cooperación internacional en materia de cambio de clima y transición energética. Eso depende de la reacción de más de 50 países
Para Donald Trump el cambio climático es un cuento chino. Los negacionistas tienen en EE.UU. su oparaiso perdido, se puede polucionar, explotar minas de carbón olvidadas, dejar mano libre a la industria diesel del automovilismo, emprender todo lo sucio y prohibido en materia de polución, no gastar un dólar fuera de América. Está instaurado el desmadre Trump. Y todo sin pagar factura.
La peor parte de esta nueva era Trump se la llevan los americanos y quienes, en países pobres y vulnerables, confiaban en una financiación solidaria contra el calentamiento global y ahora se encuentran solos, en virtud del" !América, primero¡"
Recordaba Nicholas Stern hace apenas unos días con ocasión del décimo aniversario de la publicación de su Economics of climate change que el impacto económico del cambio climático es mucho más grave del que inicialmente consideró y que sólo disponemos de diez años para darnos la oportunidad de cambiar la tendencia de forma efectiva. Para mucho trabajo revolucionario energético casi en la sombra que empezaba a desarrollarse en foros muy diferentes, la hipótesis de una parálisis inducida por el miedo al mandato Trump sería el peor de los enemigos. Pero esa actitud hay que dejarla a un lado o dejarse morir de polución.
Es decir, la llegada de Trump a la Casa Blanca ya ha tenido una primera consecuencia negativa de gran calado: la incertidumbre. En un momento especialmente frágil, en el que comenzaban a asentarse las bases para la transformación radical de nuestro modelo económico para hacer compatibles prosperidad y clima, esa incertidumbre es el peor enemigo. En campaña, Trump se ha burlado de manera reiterada del cambio climático, despreciado a la comunidad internacional e insultado de forma reiterada a quienes, al lado Obama, han facilitado una era de entendimiento y colaboración sobre el clima entre países desarrollados y los del Tercer Mundo cuyo fruto más evidente ha sido el Acuerdo de París.
A partir de ahora, la era Trump no genera nada bueno en particular y añade algunas dificultades adicionales y deja mucho menor margen para ir contra corriente del que, a priori, va a ser el futuro de la lucha por un clima mejor. La peor parte se la van a llevar los propios americanos y quienes, en países pobres y vulnerables, confiaban en una financiación solidaria que, probablemente, no llegue a materializarse. Es dudoso, sin embargo, que logre hacer naufragar la cooperación internacional en materia de clima y transición energética.
En todo caso, eso no depende de Trump sino de la reacción del resto de más de 50 países. Y, afortunadamente, el sentido económico, la demanda social y la estructura de cooperación ofrecida en el Acuerdo de París son aliados mucho más sólidos de los que teníamos hace apenas 15 años cuando un prepotente, clima-escéptico y negacionista George W.Bush anunció que no ratificaría Kioto y velaría para que sus socios no cometieran el error de hacerlo. Kioto entró en vigor y Bush se vio forzado a tomar algunas medidas elementales en materia de clima y energía, tanto en el terreno financiero como en el del diálogo político. Pero el panorama climático apenas cambió.
Es probable que Trump paralice las iniciativas federales de Obama, que intente facilitar la inversión en fracking, la actividad petrolera en tierras sagradas de las reservas indias o la industria minera, incluida la del carbón. Es, sin embargo, mucho más incierto que haya un interés masivo por parte de la comunidad inversora en abrazar proyectos muy intensivos en capital, socialmente contestados y con retorno incierto a medio plazo. Y es seguro que alcaldes, gobernadores y una nueva generación de empresas con grandes inversiones detrás para facilitar soluciones renovables, eficientes y movilidad eléctrica no se van a quedar con los brazos cruzados llorando en casa cuando esto es, precisamente, lo que reclama el mundo de Trump y una parte de los ciudadanos americanos –incluido un porcentaje relevante de republicanos que no creen que el calentamiento global les afecta a ellos-.
Faltará, por tanto, un marco federal coherente, pero eso no impedirá la acción climática en otros niveles. Es más, esos otros actores americanos ganarán protagonismo político y encontrarán en el Acuerdo de París y su nueva propuesta de movilización, más allá de los Gobiernos estatales, un espacio mucho mejor para trabajar en alianzas internacionales que faciliten el aprendizaje compartido en esta nueva era de cambios.
En el ámbito internacional, existen tres incógnitas: ¿reducirá Estados Unidos sus contribuciones financieras en materia de clima?; ¿abandonará el marco jurídico internacional integrado por la Convención Marco de Naciones Unidas sobre Cambio Climático y el Acuerdo de París?; y el cambio de posición de Estados Unidos, ¿generará un efecto emulación por parte de terceros o el naufragio del modelo de cooperación en curso?.
Es más que probable un cambio de tendencia en los esfuerzos de solidaridad internacional. En aplicación de la máxima "americanos primero", puede haber recortes significativos en la financiación climática, con el consiguiente riesgo de que la indignación y el recelo hacia Estados Unidos resurja en terceros países, sobre todo en los más pobres y vulnerables. Quizás, en el medio plazo, esta actitud se corrija a la vista del interés comercial de bancos e industria americana por invertir en infraestructuras en economías en desarrollo.
No es tan fácil una retirada de Estados Unidos del marco multilateral de clima. La denuncia del Acuerdo de París debería esperar tres años y la denuncia de la Convención Marco de Naciones Unidas sobre Cambio Climático (con la consiguiente retirada automática del Acuerdo de París, al haber sido concebido como un marco de aplicación de la Convención) entraña ciertos riesgos políticos para el propio Trump. De hecho, Bush no lo hizo cuando renunció a Kioto. Sí es probable la ausencia de posiciones constructivas como las defendidas activamente en la era Obama. Asistiremos a un abandono silencioso del barco, sin protagonismo positivo en otros foros financieros, industriales o geopolíticos y, en su lugar, aparecerán otros actores americanos cubriendo de forma segmentada –quizás caótica– el espacio liberado por el Gobierno federal. En el resto del mundo, echaremos de menos al Departamento de Estado, al del Tesoro y a la Casa Blanca, pero no hay que esperar necesariamente una estrategia automática de boicot.
Finalmente, falta por ver cómo reaccionan los demás. Cada uno de los países firmantes del Acuerdo de París lo es por interés propio, por sentido económico y de desarrollo, por demanda social e industrial. La novedad más importante radica en la voluntad expresa de impulsar marcos de acción conjunta y compartir los riesgos del cambio. Si Estados Unidos se diluye, China no abandonará su estrategia, ya conocida, pero deberá decidir si quiere ocupar sola o acompañada con otro actor global la posición de liderazgo que tenía junto con Obama o si se retira a sus cuarteles de invierno y se mantiene discreta en la escena multilateral. Pero parece que China sigue entre los cincuenEs decir, el resto de la historia nos corresponde a los que no somos Trump, mucho más resilientes y convencidos que hace 16 años. Una retirada de EE UU, contrariamente al deseo "América vuelve a ser grande", deja un espacio que será cubierto por otros. ¿Cuento chino a partir de ahora?
Aunque periódicos como el 'Arizona Republic' o el 'Dallas Morning News' pidieron el voto demócrata en las eleciones por primera vez tras décadas de apoyo a los republicanosTrump afirma que no puede culparse a Rusia del derribo del avión MH17 que bombardeaba Siria.Tal vez la sintaxis de Donald Trump en Twitter no sea impecable. Pero, con ese mensaje, el presidente republicano volvía, en su habitual tono agresivo, a mostrar su frustración con un hecho único: la prensa norteamericana le ha dado la espalda.
El mundo desde ahora empieza a ser diferente, al cambiar sus políticas energéticas EE.UU. y China.Habrá que acostumbrarse
La gente ha sido amable al cancelar las suscripciones de los periòdicos de Dallas & Arizona y ahora el diario USA Today perderà lectores. Y la gente lo sabe.
Para nadie es una sorpresa que el Washington Post -que no oculta su antipatía hacia Trump, porque el candidato haya criticado directamente a su propietario, el dueño de Amazon, Jeff Bezos-y el New York Times apoyan a los democràtas. Lo que sí es una novedad es que la prensa local, que a menudo respalda a los candidatos republicanos, está pidiendo a sus lectores que lean la prensa democràta. Y que USA Today, el segundo diario con más difusión de EEUU, haya roto su tradición de 34 años y pedido durante las elecciones el voto por los demócratas. En el caso del Arizona Republic, es la primera vez en sus 126 años de historia y que pidió el voto por una demócrata. Y, encima, en Arizona, una de las mayores plazas fuertes de los republicanos, hasta el punto de que de allí han salido dos candidatos a la Casa Blanca en los últimos 52 años: el ultraconservador Barry Goldwater, en 1964, al que está dedicado el aeropuerto de la ciudad de Phoenix, la mayor del estado, y John McCain, que perdió frente a Obama en 2008. Con su apoyo a Clinton, el Dallas Morning News, de Texas -donde ha ganado Trump- haya roto con 80 años de respaldo a republicanos, y el Cincinnati Enquirer, del decisivo estado de Ohio, con 76. Que estos medios locales apoyaran a Clinton en las elecciones es significativo, porque su influencia sobre sus comunidades es muy fuerte. Aunque están pagando un precio en forma de cancelaciones de suscripciones, razón por la cual Trump se ha lanzado a criticar a todos los medios . Y en el caso del cambio climático que es el que en realidad nos ocupa en este trabajo se inclinan en favor del acuerdo de París sobre el clima. Por lo tanto que EE.UU se inclinen por la tesis negacionista no tiene la importancia que parece tener.
China contra todo pronóstico ratificó el acuerdo alcanzado en la cumbre del clima de París (COP21) el año pasado. El gran paso dado por la Asamblea Nacional Popular, como se conoce allí a su Parlamento, da un espaldarazo a la entrada en vigor del acuerdo. La industria china está catalogada como una de las más contaminantes del mundo.
Los legisladores votaron a favor de adoptar «la propuesta de revisar y ratificar el Acuerdo de París» al término de la sesión bimensual de la Asamblea Nacional Popular en su día, según informó en 2016 la agencia oficial Xinhua. El Acuerdo de París es el primer pacto universal de lucha contra el cambio climático y no entrará en vigor hasta que lo hayan ratificado al menos 55 países que sumen en total el 55 % de las emisiones globales. Naturalmente no se cuenta a EE.UU entre los que van a hacer algo para contrarrestar la polución galopante del mundo ni para frenar el deshielo de la Antártida, pero por lo menos esos son tantos que no puede adjudicarse el presidente millonario.
La ratificación del acuerdo por parte del Parlamento chino es clave para conseguir ese objetivo, pues China y EE.UU. los dos países más contaminantes del mundo, suman alrededor del 38 % de las emisiones globales. Washington y Pekín habían destacado la necesidad de implementar cuanto antes el pacto del clima de París antes de las elecciones y durante la visita del presidente Barack Obama, a China, justo en los días anteriores a los comicios norteamericanos, ambos países anunciaron conjuntamente la ratificación del acuerdo, pero al ser elegido Trump inmediatamente proclamó que el cambio climático era un cuento chino.
China y EE.UU. han alcanzado importantes consensos en los pasados tres años para combatir el cambio climático y han hecho de esta lucha una piedra angular de su relación. Destinado a sustituir en 2020 al Protocolo de Kioto, el Acuerdo de París tiene como objetivo mantener el aumento de la temperatura media mundial por debajo de 2 grados centígrados con respecto a los niveles preindustriales
Aunque periódicos como el 'Arizona Republic' o el 'Dallas Morning News' pidieron el voto demócrata en las eleciones por primera vez tras décadas de apoyo a los republicanos..Tal vez la sintaxis de Donald Trump en Twitter no sea impecable. Pero, con ese mensaje, el presidente republicano volvía, en su habitual tono agresivo, a mostrar su frustración con un hecho único: la prensa norteamericana le ha dado la espalda.
La gente ha sido amable al cancelar las suscripciones de los periòdicos de Dallas & Arizona y ahora el diario USA Today perderà lectores. Y la gente lo sabe. La actitud machista de trump respecto a los medios sin distinción le crea un enemigo del que él mismo no ha calculado el poder. Le quedan los periódicos ded Wall Stret.
Para nadie es una sorpresa que el Washington Post -que no oculta su antipatía hacia Trump, porque el presidente criticó directamente a su propietario, el dueño de Amazon, Jeff Bezos-y el New York Times apoyan a los demócratas. Lo que sí es una novedad es que la prensa local, que a menudo respalda a los candidatos republicanos, está pidiendo a sus lectores que lean la prensa democrata. Y que USA Today, el segundo diario con más difusión de EEUU, rompió su tradición de 34 años y pidió durante las elecciones el voto por los demócratas. En el caso del Arizona Republic, es la primera vez en sus 126 años de historia y que pidió el voto por una demócrata. Y, encima, en Arizona, una de las mayores plazas fuertes de los republicanos, hasta el punto de que de allí han salido dos candidatos a la Casa Blanca en los últimos 52 años: el ultraconservador Barry Goldwater, en 1964, al que está dedicado el aeropuerto de la ciudad de Phoenix, la mayor del estado, y John McCain, que perdió frente a Obama en 2008. Con su apoyo a Clinton, el Dallas Morning News, de Texas -donde ha ganado Trump- haya roto con 80 años de respaldo a republicanos, y el Cincinnati Enquirer, del decisivo estado de Ohio, con 76. Que estos medios locales apoyaran a Clinton en las elecciones es significativo, porque su influencia sobre sus comunidades es muy fuerte. Aunque están pagando un precio en forma de cancelaciones de suscripciones, razón por la cual Trump se ha lanzado a criticar a todos los medios . Y en el caso del cambio climático que es el que en realidad nos ocupa en este trabajo se inclinan en favor del acuerdo de París sobre el clima. Por lo tanto que EE.UU se inclinen por la tesis negacionista no tiene la importancia que parece tener.
China contra todo pronóstico ratificó el acuerdo alcanzado en la cumbre del clima de París (COP21) el año pasado. El gran paso dado por la Asamblea Nacional Popular, como se conoce allí a su Parlamento, da un espaldarazo a la entrada en vigor del acuerdo. La industria china está catalogada como una de las más contaminantes del mundo.
Los legisladores votaron a favor de adoptar «la propuesta de revisar y ratificar el Acuerdo de París» al término de la sesión bimensual de la Asamblea Nacional Popular en su día, según informó en 2016 la agencia oficial Xinhua. El Acuerdo de París es el primer pacto universal de lucha contra el cambio climático y no entrará en vigor hasta que lo hayan ratificado al menos 55 países que sumen en total el 55 % de las emisiones globales. Naturalmente no se cuenta a EE.UU entre los que van a hacer algo para contrarrestar la polución galopante del mundo ni para frenar el deshielo de la Antártida, pero por lo menos esos son tantos que no puede adjudicarse el presidente millonario.
La ratificación del acuerdo por parte del Parlamento chino es clave para conseguir ese objetivo, pues China y EE.UU. los dos países más contaminantes del mundo, suman alrededor del 38 % de las emisiones globales. Washington y Pekín habían destacado la necesidad de implementar cuanto antes el pacto del clima de París antes de las elecciones y durante la visita del presidente Barack Obama, a China, justo en los días anteriores a los comicios norteamericanos, ambos países anunciaron conjuntamente la ratificación del acuerdo, pero al ser elegido Trump inmediatamente proclamó que el cambio climático era un cuento chino.
China y EE.UU. han alcanzado importantes consensos en los pasados tres años para combatir el cambio climático y han hecho de esta lucha una piedra angular de su relación. Destinado a sustituir en 2020 al Protocolo de Kioto, el Acuerdo de París tiene como objetivo mantener el aumento de la temperatura media mundial por debajo de 2 grados centígrados con respecto a los niveles preindustriales.