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Debemos solventar el dilema de si optamos, para el futuro más o menos inmediato, por una sociedad de soldados, clérigos y predicadores, o más bien por una de comerciantes y hombres libres. Como guía, o hilo de Ariadna, se puede decir que los clérigos y predicadores también pueden ser laicos. Yo me inclino por los comerciantes que, desde siempre, han sido el origen de toda sociedad abierta y libre. Así fue en la Gracia antigua, en Roma y, asimismo, en la Edad Media europea. No obstante, como el diablo va cambiando de ropajes, hay un método infalible para orientarse; consiste en desconfiar de aquellos que dicen saber lo que es bueno para el resto. Siempre los nobles guerreros, con el amparo de la clerecía, han sido señores de juez y horca, hasta que crecía el comercio y, con el mismo, la prosperidad y un atisbo de liberación. El asunto de quiénes sean, en nuestro presente, los clérigos y los guerreros, no es tan difícil de esclarecer. A la vista de todos está, pues la opresión sólo tiene un camino y la libertad siempre ofrece opciones.