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El niño soldado, una vieja realidad. Si bien los niños han estado vinculados a la guerra desde siempre, con la aparición de las armas de fuego de fácil manejo, asumieron un papel más protagonista. Las sociedades miran con recelo la presencia de estos niños en la guerra
A pesar del boom de noticias que desde la década del 90 vienen publicando los medios de comunicación, no es mucho lo que conocemos sobre una realidad social que en Colombia adquiere unas dimensiones dramáticas: el niño soldado. Si bien Colombia es un país que se ha caracterizado por su larga historia de conflictos, sobre los cuales ha corrido mucha tinta y han sido objeto de escrutinio político y académico, la participación de los niños y las niñas al igual que los jóvenes en ellos, amerita una mayor atención. En América Latina los niños soldados han estado presentes en las luchas de Colombia, Ecuador, El Salvador, Guatemala, México, Nicaragua, Paraguay y Perú, pero las cifras más alarmantes que se han reportado se encuentran en Colombia, donde no menos de 14.000 niños se han desempeñado en los últimos años como soldados, lo que significa que uno de cada cuatro combatientes irregulares es menor de edad. Ellos han estado presentes tanto del lado rebelde, en las Fuerzas Armadas Revolucionarias de Colombia FARC-EP y en ELN, al igual que con grupos paramilitares derechistas como la Autodefensa Unidas de Colombia, AUC.
Se calcula que por lo menos dos tercios de estos niños guerreros tiene menos de 15 años de edad, y los más jóvenes reclutados tienen tan solo siete años. Este hecho social, la participación de los niños, niñas y jóvenes en la guerra, es necesario estudiarlo en sus múltiples dimensiones, conocer su perfil de la vulnerabilidad, determinar las variables con las que se encuentra asociado el problema, profundizar en las actividades y experiencias de ellos al lado de los grupos militares a fin que el gobierno, las autoridades y las instituciones encargadas, no solo de impedir su ingreso a los grupos armados ilegales, sino posteriormente con la obligación de reinsertarlos a la vida civil, tengan los elementos necesarios para diseñar políticas más acordes con la realidad. Se debe buscar y reflexionar sobre la relación entre guerra y estructura social, observar lo sucedido en Centro América y en África, lugares en los cuales después de las negociaciones de paz y de los esfuerzos nacionales e internacionales, la experiencia de los niños al lado de los grupos armados ilegales pesó más que los intentos de una nueva socialización y un nuevo proyecto de vida. El resultado de estas experiencias nos enseña cómo éstos, sin lazos familiares sólidos, con los valores e ideales de la guerra y la experticia en el manejo de armas y estrategias militares, no logaron construir un nuevo proyecto de vida e insertarse en la vida civil de sus sociedades. Por el contrario, las filas de la delincuencia común se vieron robustecidas por una mano de obra joven y experimentada. Romper la experiencia de la guerra no resulta fácil…
El niño soldado una vieja realidad. Si bien los niños y jóvenes han estado vinculados a la guerra y a los conflictos bélicos desde tiempos inmemoriales, con la aparición de las armas de fuego ligeras y de fácil manejo, su función cambio: sus tareas se incrementaron y pudieron asumir de manera creciente un papel más protagonista en la guerra. De igual manera, a medida que la sociedad fue adoptando el concepto del niño moderno, caracterizado por su dependencia e indefensión, y por ser alguien que debía permanecer resguardado tanto por la escuela como por la familia, la infancia fue siendo concebida como un periodo de la vida que debía ser protegido física y moralmente.
Con este cambio de mentalidad, las sociedades empezaron a mirar con recelo la presencia de estos niños en medio de los campos de batalla, al igual que su utilización en actividades relacionadas con la guerra, que atentaban contra su integridad física y moral. No resulta fácil el acceso a información sobre los niños soldados en Colombia.
No es fácil, siquiera posible, observarlos en el medio en que viven y desempeñan sus acciones. La forma más factible de aproximarnos a ellos es a través de sus propios relatos y testimonios, recogidos por periodistas una veces y otros por profesionales de las ciencias sociales, después que han abandonado los grupos militares, ya sea por capturas del ejército, por entregas realizadas por las propias organizaciones a las que pertenecían, por desmovilizaciones colectivas o huidos de sus filas y recluidos en los centros de recepción oficiales o privados destinados a este fin.
Los datos sobre el número de niños soldados en el país son apenas aproximados ya que es a través de métodos indirectos que se establecen estas cifras. Diferentes personas, secuestradas por estos grupos armados ilegales, al salir de su cautiverio, han narrado como era frecuente que los encargados de su vigilancia fueran jóvenes no mayores de 15 años, y han dado testimonio de la alta presencia de ellos dentro de las filas de estos grupos armados.
A finales del año 2000 por ejemplo, el ejercito colombiano cercó la columna ”Arturo Ruiz”, de las Fuerzas Armadas Revolucionarias de Colombia FARCEP, en medio de la operación Berlín, en Suratá, Santander. Allí murieron 100 personas y fueron capturadas 90 de las cuales 72 eran menores de 18 años.
Finalizando el siglo pasado, se consideraba que la cantidad de combatientes menores de edad se venía incrementando, fruto en parte, de los intentos del gobierno del Presidente Pastrana de negociar con las FARC-EP y la consecuente creación de la llamada “Zona de Distensión”. Las autoridades consideraban que si bien el Ejercito de Liberación Nacional ELN y las Autodefensas Unidas de Colombia AUC, tenían un número alto de niños, niñas y jóvenes en sus filas, eran las FARC-EP, las responsables del mayor número de niños soldados.
El ejército colombiano, por su parte, denunciaba que por lo menos 3.000 menores se encontraban atrapados en las agrupaciones terroristas y que otros 8.000 se habrían hecho adultos en sus filas.
Finalizando el año 2004, el Instituto Colombiano de Bienestar Familiar (ICBF) declaraba que 6.000 menores se hallaban vinculados a organizaciones armadas ilegales, mientras que la organización internacional Human Rights Watch calculaba que para principios del 2005 aproximadamente 11.000 niños y niñas estaban vinculados al conflicto armado en Colombia.
Las cifras de Save the Children sobre Colombia, eran un poco mayores y coincidían con las de UNICEF: los niños utilizados como soldados por los grupos insurgentes eran 14.000 para el 2005. Además, aseguraba esta institución, que varios miles de ellos tenían menos de quince años, violando así la edad mínima de reclutamiento para las fuerzas armadas o grupos militares bajo la Convención de Ginebra.
El Informe Estado Mundial de la Infancia 2005, elaborado por UNICEF, señaló que tan solo eran 800 los menores de 18 años desmovilizados de los diversos grupos guerrilleros o paramilitares, «mientras que el número de niños y niñas que los grupos armados y las milicias urbanas utilizan en Colombia ha aumentado hasta llegar a los 14.000 en los últimos años», conformando una de las cifras más elevadas del mundo.
De esta manera, si bien es difícil tener una cifra exacta, lo cierto es que su número es muy alto, posiblemente mayor de lo que se afirma y además, a pesar de todos los esfuerzos, se ha venido incrementando. Según los datos del gobierno colombiano, aproximadamente el 35% de los combatientes en la guerrilla son menores de 18 años, e informes de la Defensoría del Pueblo, afirman que algunas unidades paramilitares están formadas por menores vinculados a grupos terroristas”.
Un Informe Estado Mundial de la Infancia en 2005 hacía una radiografia planetaria de los niños y niñas soldados. Informe preparado por la agencia misionera FIDES, órgano informativo de la Congregación vaticana para la Evangelización de los Pueblos, sobre los niños y niñas soldados y soldadas en el mundo.
Contaban hasta con un 50% de menores de 18 años dentro sus filas. Todos estos grupos, a pesar de las presiones nacionales e internacionales, de manera muy especial por parte de la UNICEF, no tienen intención de abandonar la práctica del uso de niños.
En 2002, durante un cese del fuego, grupos paramilitares prometieron liberar a los niños soldados, pero eso fue solamente de palabra, ya que han sido muy pocos los niños que en la práctica se han desmovilizado.
En el 2004, la UNICEF comenzó un acercamiento con el ELN y las AUC para tratar de poner fin al problema y a pesar que ambos grupos estuvieron abiertos al diálogo, ninguno se comprometió a abandonar la práctica. Tanto los grupos paramilitares como los grupos guerrilleros desmienten estos hechos, a pesar de los testimonios de toda índole que así lo comprueban. Fuentes expertas llegan incluso a asegurar que muchos de estos grupos podrían estar dependiendo del uso de menores en mayores niveles de los que se piensa tradicionalmente.
Si es difícil establecer con exactitud el número de niños que se encuentra en las filas de las organizaciones armadas ilegales, más complejo aún es establecer su edad. La Defensoría del Pueblo, basándose en un programa nacional de atención a niños desvinculados del ICBF, nos brinda un panorama general a este respecto.
El documento, elaborado a partir de una muestra de 86 adolescentes recluidos en un programa del ICBF de atención a niños desvinculados, revela que las edades de ingreso a estas organizaciones oscilan entre los 7 y los 17 años, con un promedio de edad de los 13, 8 años. Según este estudio, el 61% de los entrevistados se encontraban entre los 7 y los 14 años en el momento de su vinculación. De ellos, el 20% ingresó antes de los 12 años. Los niños y niñas que ingresan a los grupos armados irregulares hacen parte de los cientos de niños analfabetas o con elementales rudimentos de escolaridad que existen en el país.
Según el informe publicado por la Defensoría del Pueblo en 1996, el 55% de estos niños a duras penas había llegado al 5º de primaria, un 4% era completamente analfabeta y tan solo un 8% estudiaba bachillerato.
Los mayores o menores niveles de escolaridad encontrados en esta población se relacionan directamente con sus regiones de origen, su procedencia urbana o rural y obviamente los niveles de ingreso de sus familias. Se debe mencionar también cómo muchos de los menores integrantes de grupos armados ilegales son oriundos de países vecinos, residentes en áreas de frontera que se han incorporado de diversas formas a los grupos armados ilegales existentes en Colombia.
Estos países, han venido sintiendo el impacto del conflicto armado colombiano cada vez con mayor intensidad y el ACNUR ha insistido sobre como los grupos armados ilegales de Colombia han intensificado los procesos de reclutamiento de jóvenes menores de 18 años en áreas fronterizas de Ecuador, Panamá y Venezuela.
Pueblos indígenas amazónicos del Perú y Brasil, fronterizos con Colombia, han manifestado impotentes estas persecuciones que terminan llevándose a generaciones completas. Organismos internacionales han denunciado cómo menores, en busca de trabajo, cruzan la frontera del Ecuador para vincularse como “raspachines” en Colombia que son las personas dedicadas a la recolección de la hoja de la coca, y desaparecen de sus familias.
Los niños soldados tratan en parte la política de los mayores que en cierto modo tienen mucho que ver en las sociedades del tercer mundo
Su reclutamiento por parte de grupos armados colombianos, es la explicación que se da en la región. De hecho, en zonas cocaleras, la recolección de hojas de coca, es una de las modalidades como los niños, niñas y jóvenes entran en contacto con la guerrilla y posteriormente ingresan a sus filas.
También es frecuente que los jóvenes se vinculen directamente a estas organizaciones. Son muchos los que en medio de la pobreza y la ausencia de futuro deciden cruzar la frontera y engrosar las filas de la guerrilla.
Igualmente, son múltiples los informes que muestran como estos grupos llegan a los pueblos, a las veredas, a las escuelas de las zonas fronterizas y observan, preguntan e identifican menores que consideran útiles y los arrastran hacia sus filas. Es difícil establecer si los jóvenes van por el temor o la atracción a las armas, por el convencimiento político de luchar por los ideales de estos grupos, o por el pago que en muchos sectores se les hace por su ingreso y trabajo.
La situación en la frontera venezolana es similar a la del Ecuador. Los grupos armados colombianos tienen un amplio control de vastas regiones y múltiples instituciones han recogido valiosos testimonios sobre el reclutamiento de niños y niñas venezolanas cuyas edades son inferiores a los 18 años.
Por parte de la guerrilla, son las FARC-EP las principales responsables del reclutamiento de menores en esta zona del país, aunque se encuentran algunos casos de jóvenes reclutados por el ELN.
La forma como los niños, niñas y jóvenes llegan a estos grupos armados irregulares, presenta diversas modalidades. El reclutamiento forzoso utilizado no es el único mecanismo mediante el cual éstos logran engrosar sus filas, como comúnmente se cree. La realidad nacional tiene muchos matices, es compleja y diversa.
Según las fuentes que se consulten, se tiende a privilegiar unas formas de reclutamiento sobre otras. El Ejercito Nacional, habla de formas coercitivas de llevarse los niños, mientras otras instituciones plantean, además de ésta, otras modalidades, siendo la voluntaria la más importante.
El informe de la Defensoría del Pueblo antes mencionado, considera que el 90% de los niños que estaban en la guerrilla, manifestaron haber entrado por voluntad propia.
Según BBC Mundo, los grupos armados reclutan niños “raspachines”. De ellos, al 33% la guerilla los atrajo dándoles las armas y los uniformes, a otro 33% fueron las condiciones de pobreza las que los llevaron a tomar esta decisión, al 16, 60% porque crecieron conviviendo con ella, y el 8, 33% se vinculó por enamoramiento, decepción amorosa o sentimiento de venganza porque sus familias y bienes habían sido destruidos.
El entrar a una de estas organizaciones era el único medio que consideraban les permitiría algún día vengarse. La cotidianidad de los niños, niñas y jóvenes en los diferentes contextos de la realidad nacional no es homogénea y múltiples variables se encuentran en la práctica asociada al ingreso “voluntario” de éstos a las filas de los grupos irregulares. Sus niveles de vulnerabilidad no son iguales en todas las regiones del país. En Colombia, al igual que otros países que padecen situaciones similares, se ha podido establecer que la decisión de ingresar a las filas de los grupos irregulares se encuentra asociada a múltiples factores. La descomposición social, el cubrimiento escolar de la región, los niveles de pobreza y pauperización de la familia, las estructuras familiares resquebrajadas, además de la presencia de padres, hermanos, parientes o amigos dentro de estos grupos, son algunas de las variables que junto a otros factores, inciden en la decisión del menor de tomar las armas.
Estudios realizados han encontrado que el haber tenido un miembro de la familia que hizo o hace parte de un grupo armado irregular, es una de las variables más asociada a la probabilidad que un niño o un joven se vincule a uno de estos grupos, señalándose como más de la mitad de los desvinculados han reportado que un familiar suyo estuvo en algún momento involucrado con una de estas organizaciones.
Los niños en manos de la guerrilla de las FARC forman parte de la otra cara del conflicto entre el gobierno colombiano y el grupo guerrillero. Aunque el proceso de paz ha terminado en acuerdo, y el presidente Santos tiene ya su premio Nobel, las secuelas permanecen y continuarán por más tiempo.
Justamente, la reinserción social de los niños soldados formó parte de la agenda de negociación en La Habana entre las, y se expresó la voluntad de la salida de filas de las FARC de estos menores.
En ese sentido, por estos días se está desarrollando el IV Congreso de Pedagogía e Infancia en Colombia y una de las participantes es Nira Kaplansky, que dirige el Centro Clínico Mikud e integra el equipo investigador del hospital de Hadassa en Israel. Además, tiene una amplia experiencia trabajando con niños afectados por el conflicto palestino-israelí.
Una de las principales complicaciones con respecto al tema de los niños soldados tiene que ver con el estrés postraumático, y es por ello que esta expositora presentó un modelo de intervención denominado Reptil que hace énfasis en el regreso progresivo de los niños a sus familias, una terapia por trauma, incentivos a vivir la infancia y otros apoyos.
En el caso del estrés postraumático y los niños excombatientes dijo: “Muchos han sido secuestrados y obligados a traumatizar a otros, a matar o recrear conductas violentas en contra de su voluntad para sobrevivir. Esa es la escala de trauma más alta que hay. Es el peor daño posible a la mente de un niño”.
La especialista hizo referencia a los recuerdos y flashbacks como síntomas clásicos de postrauma.
“Puede ser el ruido de un avión que se asocia con un bombardeo o con el simple sonido de una puerta cerrándose. Algunas personas reaccionan con un sobresalto. La reacción no es exagerada. Es un flashback”, afirmó.
Y prosiguió: “Hay otro síntoma: no querer ver nunca más aquello que me hizo daño. Ejemplo: si el que me obligó a ejercer la violencia o me violentó fue un hombre, puede que no me quiera acercar a hombres nunca más. También pasa con lugares u objetos como las armas”.
Y también reflexionó sobre secuelas propias de niños que tienen que atravesar estas situaciones.
“Muchas veces tienen la sensación de que el mundo ya no es un lugar seguro. Como los adultos, quienes supuestamente debían protegerlos, les hicieron daño, cultivan una rebelión hacia la autoridad (…) Es difícil sacar a los niños de las guerrillas, pero más difícil aún es sacar las guerrillas de los niños, de su psiquis”, consideró.
En cuanto al tema educativo de estos niños la especialista también hace algunas observaciones. “Los niños no deberían entrar directamente a las escuelas. Durante un año deberían tener un espacio para adelantarse en lo académico y convivir solo con sus amigos excombatientes”, indicó.
Por último, en cuanto al regreso a sus familias, la especialista hace referencia a la necesidad de las garantías de parte del Gobierno y generar un sistema de defensa ante posibles nuevos conflictos familiares. Según ella, el niño soldado, por venir de otra cultura, requiere un proceso de adaptación que terminará con una decisión final de este menor en cuanto a su regreso definitivo o no con su familia.
El desafío que se le presenta por delante a la sociedad para tratar la temática de los niños a manos de la guerrilla es arduo y los abordajes para encontrar una solución se hacen más frecuentes, como los que plantea la especialista. La cifra de menores que estuvo a manos de la guerrilla es incierta y en base a informes de la Fiscalía colombiana, entre 1975 y 2014 las FARC habrían reclutado a más de 11.000 menores a través de tres formas: persuasión, fuerza y engaño.
Pero este tema va más allá de la guerrilla colombiana y se transformó en algo que debe solucionar Colombia como país, pues en definitiva estos menores forman parte de su futuro.