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En Youtube se exhibe el video editado de uno de los asesinos del candidato a diputado del PRI en Tabasco y su familia. El sujeto que aparece contra una pared de color vagamente claro se llama Ricardo Hernández Rodríguez
Confesiones de un asesino
Juan Norberto Lerma
En Youtube se exhibe el video editado de uno de los asesinos del candidato a diputado del PRI en Tabasco y su familia. El sujeto que aparece contra una pared de color vagamente claro se llama Ricardo Hernández Rodríguez.
Con una atmósfera de película antigua o de filmación defectuosa, el individuo habla desde la oscuridad del pozo o la caverna que su mente habita.
Pareciera que el video fue hecho de esa manera para estar en consonancia con el tema que trata y con la distorsión interna de uno de los sujetos que ejecutó a sangre fría a la familia del político: la imagen es tortuosa, casi siempre negra, con algunos destellos luminosos que parecen flashes de cámaras fotográficas que en lugar de aclarar la imagen la vuelven más y más confusa. Tal como la realidad que vivimos todos los días. Quizá sin proponérselo, las autoridades lograron documentar una imagen en negativo de la realidad que nos azota.
Una cámara temblorosa lo enfoca, le hace una toma de cuerpo entero, se acerca a su rostro, pero nunca lo revela con claridad. En cambio, registra con nitidez el tono de voz relajado del muchacho. Ricardo Hernández Rodríguez viste una playera con un estampado caótico que nada tiene que ver con la lucidez de sus respuestas.
Una voz inquisidora en off lo interroga de forma continua, como si recitara, sin darle tiempo al detenido de pensar en las respuestas, quizá porque el muchacho las conoce todas: se presume que él estuvo ahí esa noche y que salió con las manos pegajosas por la sangre de la que se manchó (y no es metáfora) cuando asesinó a la familia que habitaba en una de las casas del fraccionamiento Tucanes, en el cual trabajaba como vigilante, y que posteriormente escapó con una Hummer colmada de objetos de valor.
En todo momento da la impresión de que Ricardo Hernández no titubearía en describir detalladamente los pormenores que precedieron a los asesinatos y los crímenes mismos si se le requiriera. La filmación consume poco más de seis minutos.
La imagen es tortuosa, casi siempre negra, con algunos destellos luminosos
Desconozco si hay otra versión del video, pero ésta es tétrica, no tanto por la presentación oscura, sino por la combinación de los defectos fílmicos y el tema que trata. El sujeto revela los motivos del homicidio múltiple y no experimenta el menor reparo al repartir culpas. Parece honesto cuando afirma que él fue quien le disparó al candidato del PRI desde la puerta de la recámara y cuando acusa al menor “Marco Iván Soto”, vecino de la familia Fuentes Argüello, de haber planeado el crimen y de violar a la esposa de José Fuentes Esperón. Y por qué no habría de ser honesta su respuesta si su voz se escucha clara, metálica y confianzuda, y en algunos pasajes de la confesión se advierten ecos reivindicadores del acto bestial en el que participó.
Ricardo podría incluso parecer púdico al intentar evadir su responsabilidad en la violación cuando dice que él no penetró a la mujer porque no podía tener una erección, pero la voz que lo interroga lo obliga a reconocer que él también participó en la violación. El sujeto lo acepta y aclara que no podía penetrarla porque le dio asco verla llena de sangre y que se vomitó. Momentos después, le daría dos tiros en la espalda.
Todos los participantes en el múltiple homicidio son jóvenes, todos decididos, todos capaces de realizar actos repulsivos, unos movidos por pasiones de la carne, otros por dinero, seguro también para satisfacer pasiones de la carne. Gente común y corriente, con apenas un barniz descascarado de instrucción escolar.
La filmación nos hace creer que transcurre en un cuarto tenebroso, lo cual debe considerarse un logró porque nos sumerge en una suerte de ficción (al más puro estilo de “Tiempos Violentos”) en donde es tolerable el crimen y la saña, y en la cual tiene incluso cabida el sarcasmo y la comicidad. Sin embargo, las respuestas frías y canallescas del individuo nos hacen recordar que nada de lo que vemos es actuado. Como ocurre cada vez con mayor frecuencia, la realidad supera a la ficción, sólo que la realidad es más necia y no permite correcciones.
De pronto, el video se corta. Entonces uno piensa que la escena bien pudo estarse desarrollado en la misma habitación en donde esos cuatro sujetos violaron y mataron a la señora Lilián, y que los niños están inmóviles, muertos, arrumbados sus cuerpos uno sobre otro en algún compartimiento del clóset. Y que en ese momento desde la calle, algún vecino que uno piensa que es más o menos inofensivo irrumpe con su vista dentro de nuestras habitaciones, porque nos está vigilando para entrar en nuestras vidas al menor descuido.
Una cámara temblorosa lo enfoca, le hace una toma de cuerpo entero, se acerca a su rostro, pero nunca lo revela con claridad