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La guerra de Cuba condujo a la liquidación de los restos de un imperio, donde siglos ante no se ponía el sol. Y no sólo por lo que se perdió, que fue mucho, sino por el modo en que ocurrió. La hazaña de la liberación de Cuba tuvo un lider inolvidable: Jose Martí
“Más se perdió en Cuba”: el significado histórico de esas palabras tiene o tuvo gran significado antaño. Era un síndrome de culpa respecto a la pérdida del Imperio en 1898. Muchos acusaron al gobierno por no haber apoyado adecuadamente a las fuerzas armadas.
Especialmente entre los militares, se desarrolló un discurso de Dolchstoss, que culpaba al "frente doméstico" de irresponsabilidad ante el peligro: la "vieja política" acuchilló por la espalda a los valientes soldados y marinos, enviados al suicidio sin armas o buques adecuados. Son tópicos exculpatorios que recuerdan al argumento desarrollado por el militarismo alemán veinte años más tarde.
La guerra que condujo a la liquidación de los restos del Imperio, es decir, la Guerra de Cuba, es la constatación del eclipse español en América, donde siglos ante no se ponía el sol. Y no sólo por lo que se perdió, que fue mucho, sino por el modo en que se hizo. En apenas unos meses, entre la primavera y el verano de 1898, la dilatada presencia española en América quedó reducida a cenizas.
Lo que tan cómodamente se había conservado durante más de cuatro siglos se lo quitaron de las manos en unos pocos meses. Muchos, entonces, ni se dieron cuenta: aquella fue una era dorada de la tauromaquia, y las gestas de Frascuelo movían más voluntades que las vicisitudes de la flota de ultramar.
España se ha había convertido en una potencia de segunda que vivía placenteramente ignorando y siendo ignorada por todos. Ni tan arrastrada como las azoradas naciones de Oriente ni tan vigorosa como nuestros vecinos del continente. De su antiguo esplendor colonial conservaba poco: el archipiélago filipino y dos pequeñas colonias en América. De estas dos la más preciada era Cuba, la muy leal isla de Cuba, que, tras el terremoto de las guerras de independencia de principios del XIX, había permanecido fiel a la Corona.
Al igual que las colonias del continente americano se habían independizado aprovechando la invasión napoleónica, los independentistas cubanos vieron que, con el destronamiento de Isabel II y el desorden que le siguió, la ocasión que se le pintaba era única. En 1868, al grito de "¡Viva Cuba Libre!", en la localidad de Yara estalló la primera revuelta. Reconducir más o menos la situación llevó años: diez exactamente; los mismos que España invirtió en buscarse un nuevo rey, echarle, proclamar la República, abolirla en unos meses, traer al hijo de la reina exiliada y, entretanto, guerrear con la insurrección carlista. Martínez Campos, un curtido general que había estado a las órdenes de Prim en África y había participado en la campaña mexicana de 1862, alcanzó un generoso acuerdo con los rebeldes en Zanjón. Su espíritu conciliador con el que pretendió tratar la espinosa situación no fue el más adecuado.
Otros, sin embargo, quedaron tan marcados que bautizaron el tropezón como "el Desastre del 98" o, simplemente, "el Desastre", que en realidad había empezado en octubre de 1868 en el Ingenio "La Demajagua", que le pertenecía el hacendado Carlos Manuel de Céspedes, en la Región de Manzanillo, primero liberó a sus esclavos y sin imponerles nada les invitó a iniciar la lucha contra el colonialismo español que se imponía en Cuba. Así se iniciaba el periodo revolucionario de las luchas por la independencia de Cuba que no triunfaría hasta el 20 de mayo de 1902. Este levantamiento se conoció como el Manifiesto del 10 de octubre.
Durante el periodo de la Guerra que por el tiempo que se extendió tomó el nombre de Guerra de los Diez Años surgieron grandes jefes revolucionarios, que tuvieron una significación histórica en las posteriores guerras y contiendas. Es el caso de Ignacio Agramonte, Antonio Maceo, Máximo Gómez, José Maceo, Vicente García González y Calixto García, entre otros muchos. Y, por supuesto, José Martí.
Entre 1878 y 1895 Estados Unidos hizo importantes inversiones en Cuba, sobre todo en azúcar, minería y tabaco. Hacia 1895 ascendían a 50 millones de pesos. En esta etapa Estados Unidos intensificó su control comercial sobre Cuba.
Paz en Cuba, entrada del general Martínez Campos en la Habana, 1878. Como consecuencia de la guerra y de la transformación de la económica que exigía mano de obra cualificada, ya Manuel Céspedes había decretado en 1886 la abolición de la esclavitud, lo que había provocado el aumento del proletariado. A ello se unía la negativa situación comercial. Las presiones de la burguesía textil catalana habían llevado a promulgar de la Ley de Relaciones Comerciales con las Antillas (1882) y el Arancel Cánovas (1891), que garantizaban el monopolio del textil catalán obligando a Cuba absorber sus excedentes de producción. Este privilegio en el mercado cubano asentó la industrialización en Cataluña durante la crisis de la década de 1880, derivada de sus problemas de competitividad, a costa de los intereses de la industria cubana, lo que fue un estímulo esencial de la revuelta.
Durante esta etapa se produjeron cambios que acentuaron la estructura colonial, la deformación económica y la dependencia del exterior, exigían la necesidad de una guerra de liberación nacional.
Entre 1879 y 1880 tuvo lugar la Guerra Chiquita, preparada por Calixto García al frente del Comité Revolucionario Cubano de Nueva York. Se sumaron dentro de Cuba, Quintín Bandera, José Maceo y otros. Se produjeron alzamientos de importancia en Oriente y Las Villas. España resistió con facilidad y los cubanos sintieran la necesidad de una preparación y organización mucho mayor. Se promovieron ideas revolucionarias y alentaron a más cubanos a la lucha. Mientras, en Cuba, se reunieron fuerzas para el alzamiento.
El líder José Martí.
José Martí fue la figura cimera del siglo XIX continental. Su ideario político–social trascendió las fronteras de su patria, marcando pautas que condujesen a América Latina a su “segunda independencia”. Con la creación del Partido Revolucionario Cubano, concebido como la organización única de todos los independentistas cubanos que debía conseguir los medios materiales y humanos para la nueva empresa emancipadora, y su trabajo como periodista de talla universal, impulsó una labor de esclarecimiento y unificación, centrada en los núcleos de emigrados cubanos, principalmente en Estados Unidos, pero con amplia repercusión en la isla. Martí impulsó una tremenda renovación dentro de las letras hispanas de fines de la centuria.
El equilibrio se mantendría durante algo más de quince años. En 1895 los cubanos, capitaneados por José Martí, volvieron a gritar aquello de la Cuba Libre; esta vez en Baire. De aquí que, salvando los akelarres revolucionarios del castrismo, hoy en Cuba se celebren los dos gritos, el de Yara y el de Baire, con honores de fiesta nacional.
El brote del 95 fue mucho más violento. Los rebeldes habían sacado valiosas lecciones de la guerra de los diez años. En lugar de enfrentarse a pecho descubierto a las tropas españolas, ensayaron un tipo de guerrilla económica centrada en incendiar los ingenios azucareros, que eran, por otra parte, el sustento económico de la colonia. El impacto fue tal que la producción de azúcar, que en 1894 había superado el millón de toneladas, dos años después apenas llegaba a las 300.000.
El 24 de febrero de 1895 mediante un levantamiento simultáneo en Oriente y Matanzas se reanuda la lucha independentista. Aunque se provocaron levantamientos en Bayate, Guantánamo, El Cobre, Ibarra, etc., el hecho pasa a la historia como El Grito de Baire.
Martí y Gómez antes de partir para Cuba desde la República Dominicana firmaron el Manifiesto de Montecristi, redactado por el primero. Este documento está considerado como el programa de la Revolución en la Guerra Necesaria. Martí señala que esa guerra es continuación de la anterior y que también expresa la necesidad de hacer una República nueva con iguales derechos para todos. Al final destaca el significativo latinoamericano de la guerra en Cuba.
Luego vinieron las perdidas de Filipinas, Puerto Rico y todas las colonias de America
Tras arribar a Cuba el 1 y 11 de abril, los tres grandes de la Guerra de independencia (Maceo, Gómez y Martí) se reunieron el 5 de mayo en La Mejorana y, por encima de las diferencias de enfoques, organizaron la Guerra y aprobaron el plan de invasión a Occidente.
Durante el verano de 1895 extendieron la lucha a Oriente, Camagüey y Las Villas. Maceo obtuvo victorias en los combates de El Jobito, Peralejo y Sao del Indio. En Camagüey vence Gómez en el combate de Altagracia y La Larga. En Las Villas se alzan Carlos Roloff y Serafín Sánchez.
El 16 de septiembre de 1895 se produjo la Asamblea de Jimaguayú, como su paralela de Guáimaro que redactó una nueva Constitución de la República en Armas. En ella se eligió un poder civil más reducido y práctico formado por un Consejo de Gobierno compuesto por un presidente (Salvador Cisneros Betancourt), un vicepresidente y 4 secretarios. Este gobierno civil tenía atribuciones sobre los asuntos políticos y económicos pero con facultades limitadas sobre lo militar. Se planteó que tanto esta Constitución como los acuerdos de esta asamblea tendrían vigencia solo por 2 años cuando se convocaría a otra asamblea.
Entre el 22 de octubre de 1895 y el 22 de enero de 1896 se produjo una de las páginas épicas de la Guerra de Independencia, la Invasión a Occidente. Maceo partió desde Mangos de Baraguá con 1.400 hombres y al llegar a Camagüey ya contaba 2.500. Cuando cruzaron la Trocha de Júcaro a Morón se encontraron con Gómez, con quien constituyeron el Ejército Invasor. En Las Villas combaten en la batalla de Mal Tiempo, la más importante de la guerra, mientras que en Matanzas ejecutan la contramarcha o Lazo de la Invasión, ardid que les permitió cruzar el Occidente con más facilidad. En la Habana ya en enero de 1896 Maceo parte a Pinar del Río y Gómez quedó protegiéndolo con la Campaña de la Lanzadera. En Pinar del Río Maceo sostuvo combates en el de Las Taironas y llegó al poblado occidental de Mantua victorioso.
Mientras, dirigida por Maceo, se desarrolló la Campaña de Occidente para consolidar las posiciones ganadas con la invasión, los combates de Río Hondo, El Rosario y El Rubí. En Camagüey, Gómez venció en la batalla de Saratoga y Calixto García en la toma del Fuerte San Marcos.
El Gobierno de Cánovas envió a Martínez Campos, el artífice de la paz de Zanjón, para que sofocase el motín. El general pronto se dio cuenta de que esta vez iba en serio. Los independentistas gozaban de un apoyo popular muy amplio, especialmente en el campo. Sólo las ciudades eran resueltamente leales a la metrópoli; y ni eso, porque la parte oriental de la isla estaba dominada al completo por los rebeldes. Unos meses después de su llegada, un desmoralizado Martínez Campos dimitió y volvió a España. Cánovas encontró rápido un recambio, el general Valeriano Weyler y Nicolau, un mallorquín con una hoja de servicios excelente.
Así que Valeriano Weyler sustituyó al asustado Martínez Campos como Capitán General, ordenando el Bando de Reconcentración que obligaba a miles de campesinos a trasladarse a pueblos y ciudades con el objetivo de aislar a los insurrectos en las zonas rurales. Aunque desde posiciones cubanas se señalan las víctimas de la Concentración en números superiores a 250.000, otros datos apuntan a 300.000 desplazados y 100.000 fallecidos víctimas de hambre, hacinamiento y enfermedades.
Weyler cambió de estrategia. Para ahogar la revuelta en el campo decretó la concentración de sus habitantes en las ciudades. La decisión fue catastrófica en términos humanos. Se amontonó a la población rural en campos en los que faltaba comida, agua y medicinas. Hasta 200.000 personas murieron por causa del malhadado Decreto de Reconcentración, que sirvió, además, para que ingleses y americanos denunciasen en todo el mundo las salvajadas de los españoles en Cuba. Huelga decir que ambos se valieron de medidas semejantes en Filipinas y Sudáfrica pocos años después, pero, claro, para entonces concentrar a la población ya se había convertido en una medida de guerra legítima.
Además, Weyler hizo cavar dos fosos que atravesaban Cuba de norte a sur, con objeto de evitar que los guerrilleros cubanos se colasen en la parte española de la isla. Lo consiguió, pero a costa de pedir inmensos sacrificios a la tropa y de dejar la guerra en un angustioso tiempo muerto.
Entre 1897 y 1898, Gómez dirigió la Campaña de La Reforma en territorio villareño para atraer soldados españoles y aliviar el frente occidental que había perdido a Antonio Maceo el 7 de diciembre de 1896. Esta campaña consistía en emplear la guerra de guerrillas, la guerra de desgaste con emboscadas y ataques relámpago de pequeños grupos para desorientar al enemigo y llevarlos a terrenos pantanosos (manigua) para vencerlos por enfermedades y agotamiento. Cerca de 4.000 insurrectos ponen fuera de combate a 25.000 soldados españoles.
Desde Oriente, Calixto García tomó las ciudades de Victoria de Las Tunas, Guisa, Jiguaní y Santa Rita con una eficiente dirección de la artillería mambisa. Mientras, en occidente se produjeron miles de acciones de mediana y pequeña escala. La suerte del colonialismo español estaba echada. Cuba era virtualmente libre.
En Cuba la situación militar española era complicada. Los mambises, dirigidos por Antonio Maceo y Máximo Gómez, controlaban el campo cubano quedando sólo bajo control colonial las zonas fortificadas y las principales poblaciones. El general español Weyler, mando omnipotente español, designado con todos los poderes para la isla, decidió recurrir a la política de Reconcentración, consistente en concentrar a los campesinos en «reservas vigiladas». Con esta política pretendía aislar a los rebeldes y dejarlos sin suministros. Estas reservas vigiladas empeoraron la situación económica y el país, cesó de producir alimentos y bienes agrícolas. Se supone que alrededor de 200.000-400.000 cubanos murieron a causa de ellas.
En el verano de 1897 un anarquista de nombre Angiolillo asesinó a tiros al presidente del Gobierno español en un balneario guipuzcoano. Sagasta, líder del Partido Liberal, le sucedió en el cargo. Lo primero que hizo fue destituir fulminantemente a Weyler, de quien ya muchos echaban pestes y al que acusaban de ineficacia. No en vano las medidas del general habían estancado la guerra y estaban dejando a la otrora vibrante y próspera colonia convertida en un arrasado erial.
Justo cuando la cosa parecían estancadas entró un tercer jugador en la partida: los Estados Unidos de América. Los americanos, que no eran aún la superpotencia de hoy en día pero ya apuntaban maneras, se encontraban en plena expansión demográfica y económica. Cuba era, para sus políticos y empresarios, un apetecible caramelo, una extensión natural del estado de Florida. Así se lo hizo saber el presidente McKinley a la regente María Cristina de Habsburgo cuando, en un mensaje secreto, le ofreció comprarle la isla por una generosa cantidad.
No era, en principio, nada descabellada la oferta. En 1819 Quincy Adams le había comprado Florida a Fernando VII por cinco millones de dólares. Entonces nadie se rasgó las vestiduras, porque Florida era un territorio marginal y los virreinatos del sur permanecían –por poco tiempo– leales a la Corona. En 1898 la cosa era bien distinta: se trataba de un insulto. La regente sabía que, si cedía Cuba, supondría el fin del sistema de la Restauración y, por descontado, de la dinastía. La disyuntiva era simple: o empezar una guerra perdida de antemano contra Estados Unidos o exponerse a una revolución interna de imprevisibles consecuencias.
Esta situación hizo que se radicalizara aún más el proceso independentista y la exacerbación del odio hacia el dominio colonial español. En La Habana, se sucedían manifestaciones y enfrentamientos entre los sectores independentistas y españolistas. El gobierno de los Estados Unidos, viendo la posibilidad de que el ejército independentista en Cuba lograra derrocar finalmente al español, y con ello perder la posibilidad de controlar la isla, se decidió a intervenir, con el envio del acorazado Maine, lo cual fue decisivo por las consecuencias que su hundimiento produjeron.