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Un cuento de nunca acabar

09/06/2009 18:00 0 Comentarios Lectura: ( palabras)

Se fue, así de simple, iba en búsqueda de sus sueños

Cuauhtémoc Mávita E.

En ocasiones me recuerdo y la recuerdo. Me observó, ya adentrada la tarde, bajo un yucateco frondoso, recibiendo en la cara el embrujo de una neblina proveniente de un canal de riego, de esos que construyen, a pico y pala, los campesinos para regar sus huertas en las rancherías, y en las que abundan los naranjos, las guayabas, las papayas y los aguacates.

Son momentos de paz y tranquilidad, luego de una jornada que inició a las seis de la mañana y que culminó a eso de las tres de la tarde. Ya había sacado la tarea de desyerbe del algodonero y, agotado como cualquier mortal, trataba de recuperar las energías idas. Me sentía bien y mientras transcurría el tiempo en aquella soledad empecé a recordarla y recordarme.

Han pasado los años. Ella me lo dijo: me voy. Y se fue, así de simple. Iba en la búsqueda y cumplimiento de sus sueños. No me pidió que la siguiera. No me ofreció nada ni se comprometió conmigo. Quería, ella, algo más que pasar el resto de su vida con un pobre y humilde hijo de campesino. Ansiaba su libertad y volar libremente como los pájaros. La dejé ir. No quise ni intenté detenerla, aunque me doliera perderla. Pero al hacer aquello, tuve conciencia que su imagen me perseguiría para siempre.

Después me enteré que se había ido a refugiar al norte, al otro lado del Rio Bravo. Allá, en los primeros años, dos o tres, se ganó la vida cantando canciones de soledad y de abandono en las plazas repletas de paisanos que añoraban a sus gentes. Nunca grabó un disco ni ganó el dinero suficiente que anhelaba traer en su bolsa, pero tenía el espíritu de seguir soñando.

En cierta ocasión, mientras desgranaba un costal repleto de mazorcas de un maíz de primera, llegó un anciano con un sobre en mano quien me subrayó, así de manera repetitiva como para que entendiera, que me lo enviaba ella, que estaba bien y que le había ido a las mil maravillas. Me alegré por eso. Era lo que quería y que esperaba encontrar sin importar el precio.

Se fue a refugiar al norte, al otro lado del Rio Bravo

De manera desparpajada, como cuando alguien está ansioso por conocer el paradero de alguien con el cual ha compartido algo, abrí el sobre y empecé a devorar cada una de las palabras. Nunca esperé que me dijera cuanto me extrañaba. Más no mostraba un solo signo de arrepentimiento por haberme sacado de su vida. Continuaba yo estando en sus recuerdos porque me miraba en sus sueños como un labriego con pala al hombro arando la tierra y observando el horizonte desde los lomeríos que rodean la cabaña donde en los días de otoño acostumbro enjaularme para escribir historias.

Quizás nunca confió ni creyó que también tenía mis sueños. Por eso desertó, como una soldadera incrédula de las revoluciones que fortalecen la esperanza. Así que se dispuso a transitar veredas tapizadas de ilusiones, algunas fallidas, otras cristalizadas en onirismos concretos.

Esa carta, la que me entregó el anciano, aún la conservo. Está ya toda arrugada y vieja. La tinta se ha corrido, pero cada rasgo lo entiendo. La he leído cientos de veces.

Ayer en la mañana, cuando me disponía a tomar el auto en el cual me traslado a la fábrica de juguetes, de esos que deseamos cuando somos niños y que jamás tuvimos, un jornalero venido ex profeso de un pueblo en cuyas cercanías tengo mi cabaña de reminiscencias, me entregó una segunda carta. La abrí ya no de manera apresurada ni con el corazón acelerado y la leí en silencio. Me pide que vaya a verla para despedirse. Le han invitado a caminar hacia un lugar desconocido y solitario y tiene miedo. No se si acudir a su llamado o dejar que se vaya como en aquel otoño en que decidió irse sin importarle que el corazón seme partía en mil pedazos.

Y aquí estoy bajo un árbol frondoso recordando el ayer, con el cuerpo cansado y con los ojos tristes. Hoy no fui a la fábrica. Me vine a este lugar a recordarme y recordarla. No se que hacer. Ella se fue hace varios ayeres y no quise detenerla. Ahora se que se irá y que su viaje se disipará en el arcano.

Soy un hombre con una esposa e hijos que asemejan ángeles. Soy afortunado. Lo demás son recuerdos y vivencias que he decidido terminarlas. Solo espero que la despedida no sea difícil ni el pretexto para vivir aprisionado en el pasado.

Ansiaba volar libremente como los pájaros


Sobre esta noticia

Autor:
Cuauhtemoc Mavita E. (70 noticias)
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