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El progreso nos ha traído muchas cosas, entre ellas una deshumanización sin precedentes que podría acabar con la sociedad que conocemos
El progreso nos ha traído una revolución social en el último siglo. Habría que preguntarse si ese progreso es inversamente proporcional a la deshumanización que sufrimos en la sociedad.
En las grandes urbes, las personas se han transformado en máquinas de trabajar, donde las prisas, el estres y el ritmo de vida han hecho que dejemos de lado a quienes más nos necesitan.
Nos levantamos antes del amanecer, corremos para llegar a nuestro trabajo, estamos todo el día fuera y llegamos a casa con el único deseo de lanzarnos sobre la cama para descansar. Somos amigos, padres, hermanos e hijos de fin de semana. Los dias laborables no existe otra cosa que correr y trabajar. Tenemos hijos para que sean educados y criados por otras personas. Los llevamos a colegios que puedan disponer de comedores y clases extraescolares suficientes como para que estén alli todo el día. Algunos tenemos la suerte de darles un beso antes de dormir, otros tan siquiera llegan a eso. Les cambiamos el amor por todo aquello que pidan y con el tiempo se vuelven egoistas y tratan de llamarnos la atención para que les prestemos un poco de nuestro tiempo, pero somos incapeces de hacerlo. Nos quejamos de que en el colegio no les dan la educación correcta, en realidad somos nosotros quienes no lo hacemos.
Hace cuarenta años, tampoco es mucho, nos sentábamos con nuestros padres en la mesa para comer todos juntos. Nos regañaban si hacíamos algo mal y cualquier intento de chantaje emocional por parte de los niños acababa en una cachetada o en castigo por portarse mal. Muchos psicólogos dirán que estoy divagando y que es una barbaridad decir estas cosas, lo cierto es que nuestros padres corregían nuestra conducta y nos enseñaba la diferencia entre hacer bien o mal las cosas. Nos obligaban a pedir disculpas si nos metiamos con algún niño que era diferente y evitaban eso que hoy llaman bulling. Estaban con nosotros para hacer aquellas retahilas de ejercicios que mandaba en el colegio y por supuesto, teniamos la libertad para ir a jugar a la calle sin ser vigilados por nuestros padres por el miedo a ser secuestrados. Ahora, los hemos convertido en pequeños monstruos solitarios más pendientes del videojuego que de los amigos.
Los abuelos siempre han sido una institución en la familia
Con las personas mayores ha ocurrido algo similar. Los abuelos siempre han sido una institución en la familia. Eran quienes nos enseñaban como vivir contándonos historias maravillosas. Los hogares eran impensables sin la presencia de los abuelos. Hoy los llevamos a residencias donde desgraciadamente están muriendo como si fueran campos de concentración. Somos hijos de fin de semana, los visitamos y nos volvemos al mundo de las prisas olvidándonos de ellos. Ellos se sienten maltratados y olvidados, pero una vez más nos enseñan algo: la dignidad y el amor hacia nosotros. No hay reproche en su mirada sino amor y tristeza cuando nos vamos.
En algo nos lleva ventaja el mundo rural, la España vaciada. En esos pequeños pueblos, los abuelos son ese consejo de sabios sentados al sol y los pocos niños que corretean por sus calles, los verdaderos protagonistas. Es cierto que no tienen tanto progreso, que están en otro siglo si lo comparamos con las grandes urbes pero tienen algo que nosotros hemos perdido. La humanidad@migueljj71