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(FAO) denuncia que “en el mundo se desperdician 1.300 millones de toneladas de alimentos cada año”. El despilfarro de comida es un problema que tiene estrechos vínculos con muchas iniciativas como la nevera solidaria y el cuidado de nuestra propia basura
Hay que mover conciencias y contribuir a la lucha contra el indecente despilfarro de comida del excedente de diferentes mercados. Verduras y frutas que habrían acabado en un vertedero, si alguien no las rescata.
Los mercados, los súper, las grandes superficies (nosotros en nuestras casas en un suma y sigue mayor del que creemos), tiran millones de toneladas de comida cada día. Conservas o yogures a punto de caducar, frutas abolladas, lechugas, acelgas o espinacas lacias, pan duro… Alimento vital, convertido en pasto para vertedero por su simple aspecto, poco terso, con arrugas, poco apetecible. ¿Hay que terminar con el espectáculo humillante de personas rebuscando en los cubos de basura frente al portal de la casa o de supermercados a cualquier hora. ¿Por qué no reflexionar sobre este tremendo despilfarro? ¿Por qué no elaborar estrategias para que lo que parece sobrar en ciertos lados llegue a otros donde muchos lo necesitan?
Cuando llega la hora del almuerzo, o de la comida, se comprueba que gran parte de las frutas y verduras rescatadas del excedente de los mercados y puestas a su disposición no son muy “bonitas” pero están buenísimas y frescas. Alimentos buenos que iban a ir directos al basurero.
La gran mayoría de las 7, 7 millones de toneladas de alimentos que se tiran al año en España simplemente se descartan porque resultan poco apetecibles por su aspecto: unos tomates abollados o “perrocallejeros” (aquellos que no se pueden catalogar como tomate pera, para ensalada, canario, rosa… y son rechazados por esta razón), unas naranjas con la piel más rugosa de lo aceptable para nuestros críticos ojos, verdura poco apetecible… De los más de 7 millones de toneladas al año en la basura 1, 2 millones, según los datos del Ministerio de Agricultura Alimentación y Medio Ambiente (MAGRAMA), proviene de nuestros propios hogares, de nuestras casas. Alimentos poco bonitos, pero aptos para el consumo y en buenas condiciones sanitarias. Ricos para el paladar si no nos pusieran una venda en los ojos. En la web del MAGRAMA señalan que las pérdidas de alimentos “perfectamente comestibles y adecuados para el consumo humano son causadas esencialmente por un funcionamiento ineficiente de las cadenas de suministro”, es decir, de logística, almacenamiento, gestión… Pero también señalan, y mucho, a los ciudadanos y sus “malos hábitos de compra y consumo”. “El desperdicio de alimentos normalmente se puede evitar”, sugieren.
Antonella Broglia, embajadora en Europa del programa TEDx y comisaria del TEDxMadrid (conferencia organizada de manera independiente que permite disfrutar de una experiencia similar a la legendaria conferencia TED de Vancouver), que es capaz de hacer comida fea pero rica. Y añadía que no les iba a resultar fácil conseguir los permisos.
Sin embargo, los permisos llegaron por parte de Madrid Salud, la autoridad de salud pública del Ayuntamiento, con la complicidad del representante de los comerciantes de los mercados municipales. “Ellos han apreciado la iniciativa y nos han ayudado en todo”, explica Broglia. “La gerencia de los mercados ha enviado a todos sus asociados una comunicación explicando la acción y varios de ellos pueden poner a nuestra disposición su producto no vendido, que se ha recogido. Con ellos bien cocinados se pueden hacer partes de cualquier menu”. Finalmente resultan cientos de kilos de fruta y verdura salvados.
El equipo TEDxMadrid ha querido llamar la atención precisamente “sobre el papel del individuo en el despilfarro alimentario”, señala Broglia. Se trata de que alguien vaya a todos a los mercados a última hora del día a recoger comida a punto de tirarse. No es tanto este extremo como que empecemos por nuestra propia cesta de la compra, por nuestra propia nevera. ¿Que tenemos tomates que ya no están como para ensalada? Pues se hace con ellos una salsa. ¿Que los limones y otras frutas y verduras cortadas se secan y las acabo tirando? Pues se ponen boca abajo en platillos en la nevera para conservarlas durante más días.
Son pequeñas acciones que van creando una gran ola. Mientras las regulaciones tardan en España, donde aún no existe, como en Francia, la prohibición para los mercados de tirar comida (las superficies mayores de 400 metros están obligadas a hacer donación de los alimentos que quieren desechar), los ciudadanos pueden ir por delante. Y, como siempre, son las iniciativas de la sociedad civil las que trabajan por poner solución a cualquier problema. Los estados no están hechos para preocuparse de “esas cosas”.
Cuando una fruta u hortaliza no cumple las normas estéticas y de calidad, pese a ser perfectamente comestible, se desecha en la cadena de distribución y nunca llega al consumidor. Esta es solo la punta del iceberg del desperdicio de alimentos que se produce, cada día, en todos los rincones del planeta.
La Organización de Naciones Unidas para la Agricultura y la Alimentación (FAO) denuncia que “en el mundo se desperdician 1.300 millones de toneladas de alimentos cada año”. Con cifras como ésta se conmemora todos los años en el mes de octubre, el Día Mundial de la Alimentación. Una fecha señalada en el calendario que, lejos de ser motivo de festejo, sirve para poner el foco sobre un problema mundial: el despilfarro de comida. Esta situación, que tiene estrechos vínculos con la precariedad alimenticia, ha sido denunciada por numerosos medios de comunicación, plataformas e instituciones internacionales. Gracias a esto, se están poniendo en marcha multitud de medidas paliativas. Sin embargo, se siguen malgastando toneladas de alimentos mientras “870 millones de personas pasan hambre todos los días en el mundo”, según la FAO. Según las cifras oficiales, Europa desperdicia 89 millones de toneladas de alimentos anuales, de acuerdo a los datos de la Comisión Europea. Esto significa que cada europeo tira a la basura unos 179 kilos de comida al año, cifras preocupantes si tenemos en cuenta la situación de crisis en la que vive el planeta.
Por poner un ejemplo, “en las cooperativas de naranjas, un porcentaje realmente importante [entre un 20 y un 30%] se descarta para la distribución en el mercado, sobre todo por cuestion de aspecto”, cita la plataforma Ciudadano 0, 0. “España es el sexto país que más comida tira dentro de Unión Europea (UE), con los citados 7, 7 millones de toneladas”, como recoge un informe del Parlamento Europeo. En el mismo documento aparecen Holanda (9, 4 millones de toneladas al año) o Francia (9 millones) muy por encima, aunque en la cuspide del desperdicio europeo se sitúa Alemania, con 10, 3 millones de toneladas anuales. Aunque teniendo en cuenta que la población germana casi duplica a la española (80 millones de habitantes, frente a unos 47), no son datos de los que sirven como para sentirse orgullosos. En pequeña escala, “cada español desperdicia unos 63 kilos de comida al año”, según la FAO. Esto se traduce en que tira el 18% de lo que compra para alimentarse. Lo preocupante es que casi la mitad de estos alimentos (45%) no tendrían por qué acabar en la basura si se hubieran examinado y gestionado mejor. Esta realidad contrasta con la otra cara de la moneda: los tres millones de personas que viven en situación de pobreza severa, como denuncia Cáritas. Por tipos de alimentos, los que más se desperdician en los hogares españoles son el pan y los cereales (20%); la fruta y las verduras (17%); los lácteos, pasta, arroz y legumbres (13%); las bebidas (7%); las carnes y comidas preparadas (6%); los embutidos, snacks y alimentos en conserva (4%); y en último lugar, los pescados, mariscos y huevos (3%).
La FAO (Organización de las Naciones Unidas para la Alimentación y la Agricultura) recuerda que 800 millones de personas pasan hambre en el mundo, tal y como suena. Muchas de ellas tienen rostros cercanos de nuestros barrios. Rostros a los que muchas veces preferimos no mirar. Entre estos 800 millones de personas, está el de ese vecino que rebusca en los cubos de basura de nuestro portal que podría comer todos los días gracias a las 1.300 toneladas de alimentos (un tercio de la producción mundial) en buen estado que se desperdician en el globo y cuya combustión en vertederos, además, provoca una enorme contaminación, según datos de la Comisión Europea facilitados por el MAGRAMA.
Iniciativas como esta del TEDx o las citadas ponen de manifiesto que sí es posible mover las cosas cuando se tiene una buena idea y se pone todo el esfuerzo en llevarla a cabo. Quizás la próxima vez que vayamos a tirar un alimento a la basura lo pensemos dos veces y busquemos cómo aprovecharlo o compartirlo con otros que no tienen nada que llevarse a la boca. Bien donándoselo a una de las pequeñas organizaciones que recogen los excedentes de comida o bien mirando a los ojos a ese vecino que otras veces ignoramos y entregándoselo.
“Nevera Solidaria” (Red de frigoríficos de intercambio) o “No al cubo de basura”, “TEDx”, son algunas de estas propuestas. También muchas otras promovidas por vecinos de barrios, por comedores sociales… Se miran en el espejo de movimientos como Freno al desperdicio de comida, nacido en Dinamarca, que cuenta con casi 50.000 afiliados activos.
La Nevera Solidaria de Euskadi nació hace más de un año, en Galdakao (Bizkaia), pero el éxito ha sido tal que una decena de países ya se ha inspirado en la iniciativa de Álvaro Saiz. Su idea consiste en instalar un frigorífico en algún lugar (“normalmente en la calle, pero también en locales, como colegios mayores o comedores escolares”) y dejar que la gente actúe.
¿Es o no una buena idea que merece la pena difundir? En tu mano está.
Lo que más repite Álvaro Saiz, fundador de La Nevera Solidaria, es que con su proyecto no tratan de donar alimentos, sino de evitar el despilfarro.
Por un lado, están los depositantes: personas, comercios o entidades que aportan alimentos al proyecto. Por otro, los receptores: quienes aprovechan los alimentos que se encuentran dentro de la nevera.
Todo surgió porque a este joven voluntario no le entraba en la cabeza que una conocida suya que aprovechaba los productos desechados por un supermercado tuviera que esperar a que los tiraran a la basura antes de poder cogerlos. “Yo vi cómo ella misma ayudaba a los encargados del supermercado a sacar las bolsas y a tirarlas y, una vez en el contenedor, ya podía llevárselas”, cuenta.
La Nevera Solidaria no trata de donar alimentos, sino de evitar el despilfarro, dejando la comida para que otros puedan aprovecharla
Esto ocurre porque, hasta que los alimentos no llegan a la basura, el supermercado es responsable de lo que le pueda pasar al consumidor. Una vez en el contenedor, es el usuario quien se responsabiliza. Como Saiz no soportaba esto, pero detrás hay una legislación que lo impone, decidió unirse a un abogado para dar con la solución. Y la encontró en La Nevera Solidaria.
Lo que diferencia a esta iniciativa de otras parecidas es que La Nevera Solidaria cuenta con una buena base legal, explica el fundador, hasta el punto de que la respaldan organismos como la Universidad del País Vasco, la Universidad de Deusto y la Agencia de Salud Pública de Cataluña y colaboran con ella la Escuela de Hostelería de Leioa y la consultoría en calidad y seguridad alimentaria Hazia. Su argumento: “Si no se vigila lo que se saca de los contenedores, que son lugares sucios y antihigiénicos, ¿por qué se va a prohibir algo que está limpio y refrigerado?”, plantea Álvaro.
El joven cuenta que apenas dan abasto a contestar todas las solicitudes que reciben para instalar neveras. Lo asemeja a una “franquicia”, “pero gratuita”, especifica. Dado que el proceso de instalación requiere un tiempo, en España actualmente no hay más de ocho o nueve neveras solidarias, pero funcionan a pleno rendimiento. “Hay días que no cabe todo lo que la gente trae”, dice. Lo que no cambia es que cada día “se vacía automáticamente”, asegura, e insiste en que “jamás ha habido un problema”.
El fundador calcula que cada nevera recupera al mes unos 300 kilos de alimentos que, de lo contrario, habrían acabado en la basura. Y recalca: “No nos importa quién coja la comida; de hecho, la mayoría no son personas en riesgo de exclusión”. Él mismo reconoce que ha comido con sus amigos de la nevera. “Imagínate si les dices a un par de jóvenes que tienen la cena gratis y que con eso pueden ahorrarse seis o siete euros para calimocho”, comenta entre risas.
En este año que lleva funcionando La Nevera, hubo un caso que llamó especialmente la atención de Álvaro Saiz. Un día, un distribuidor bilbaíno le llamó para llevarles dos toneladas de latas de fruta en conserva “en perfecto estado”. Cuando Saiz le sugirió que lo donase a un banco de alimentos, que suelen tener más alcance y capacidad, el empresario le contestó que ya lo había intentado y que habían rechazado las latas por no estar etiquetadas.
De nuevo, esto sucede por la ley de responsabilidad civil que concierne a los donantes. Por eso, Saiz aclara: “Lo que nosotros hacemos no es donar, sino recuperar”; si los productos están “en situación de abandono”, entonces no tienen dueño ni responsable.
La situación sería diferente con una ley del buen samaritano, vigente en países como México o Italia, que exime de responsabilidad al donante, evitando que se vea perjudicado legalmente si alguien tiene problemas con algún alimento donado de buena fe.
Cambiar la ley resulta complicado, aunque no imposible. De momento, existe una petición en Change.org para que los supermercados donen la comida que les sobra y una red de neveras solidarias en expansión para dar una segunda oportunidad a los productos que habrían terminado en la basura.
No significa lo mismo pérdida y desperdicio, porque el despilfarro de alimentos no es igual en todo el mundo. Según la FAO la diferencia es que “en los países en vías de desarrollo las pérdidas se producen en el inicio de la cadena de suministros, debido a las limitaciones financieras y estructurales durante la recolección, transporte y almacenamiento”. La organización explica que “el desperdicio se da en las regiones de ingresos medios y altos, a nivel de venta minorista y del consumidor”. Pero existen otras diferencias en cuanto al consumo: “Europa y Norteamérica tienen un desperdicio per cápita de 95 a 115 kilogramos anuales, mientras que África Subsahariana, Asia meridional y el Sudeste asiático tiran solamente entre 6 y 11 kilogramos por persona”, aclara la FAO. Por ejemplo, aunque el volumen de desperdicio de carne en el mundo es relativamente bajo, el 80% del total de este malgasto tiene lugar en los países occidentales y de Latinoamérica. Ciertos hábitos, que se practican de forma rutinaria en la vida doméstica, tienen una relación directa con el desperdicio de comida, pues, también según la FAO, “un tercio de los alimentos a nivel global se pierden debido a prácticas inadecuadas de los consumidores”.
En los hogares, una de las principales causas del desperdicio es la falta de comprensión sobre lo que dice la etiqueta de conservación. Por eso, es importante diferenciar entre: la fecha de consumo preferente, que fija en qué momento el producto pierde cierta calidad o cualidad, aunque sigue siendo apto para el consumidor; y la fecha de caducidad, que indica en qué momento el producto deja de ser seguro y no se puede comer. Estas fechas de consumo preferente y caducidad condicionan los hábitos de las familias, pero son muy necesarias para el ciudadano de a pie. “No debemos olvidar que el detalle en materia de desperdicio, es muy importante porque la fechas de caducidad existen para salvaguardar la seguridad alimentaria de los productos de cara al consumidor”, sostiene Paloma Sánchez, directora del Departamento Técnico y de Medio Ambiente de la Federación Española de Industrias de Alimentación y Bebidas (FIAB).
“Los altísimos niveles de seguridad de los alimentos que se han alcanzado en Europa son un logro del sistema productivo y de la actividad de control de las autoridades”, asegura. Sin embargo, tanto desde el Parlamento Europeo como desde la FAO explican que en los hogares se producen tres tipos de residuos alimentarios de forma continua, que no siempre atienden a esas fechas de caducidad. Los dividen en tres categorías: desechos evitables (productos que, estando en perfecto estado, se eliminan); desechos potencialmente evitables (aquellos alimentos que, a pesar de ser comestibles, algunas personas los consumen y otras no) y desechos inevitables (los que no son comestibles en circunstancias normales). Ante esta situación habría que tomar medidas, al menos en un entorno nacional. Por ello, FIAB firmó en 2013 –junto con toda la cadena agroalimentaria española– un convenio de colaboración voluntario con el Ministerio de Agricultura, Alimentación y Medio Ambiente (Magrama), para luchar contra el desperdicio de alimentos. Allí se exponían una serie de objetivos a cumplir para el 31 de diciembre de 2018, entre ellos: “Fomentar el buen uso de los recursos naturales, informar al consumidor para no malgastar alimentos y colaborar con asociaciones de consumidores”. Está por ver si se concretan y se cumplen.
Desde Europa también se está trabajando para adoptar medidas que disminuyan el crecimiento de los desperdicios año a año. En mayo se filtró, tras un Consejo de Agricultura y Pesca, que la UE baraja suavizar la obligatoriedad de indicar fechas de caducidad tan estrictas, sobre todo en alimentos que pierden algunas propiedades pero no son peligrosos para la salud. Así, al igual que la sal o el vino, otros productos podrían comercializarse sin una fecha de consumo en la etiqueta. En la cadena del desperdicio, las grandes superficies y distribuidoras juegan un papel muy importante: ellos eligen qué alimentos se ponen en venta. Por ese motivo, “también se han constituido dos comités de trabajo donde empresas como Mercadona, Día, Consum, Calidad Pascual o Danone trabajan en colaboración para reducir el desperdicio de alimentos”, según la Asociación de Fabricantes y Distribuidores (AECOC). Con él se pretende controlar el despilfarro a lo largo de todo el proceso y conseguir aumentar la donación de productos aptos para el consumo humano.
El papel que juegan los bancos de alimentos resulta fundamental en el aprovechamiento de alimentos descartados. España ocupa “el primer lugar en Europa en actividad de bancos de alimentos: 54 bancos en el país mueven millones de kilos al año”, según AECOC. “Al final de 2013, habían repartido 120 millones de kilos de alimentos y ayudado a 1, 5 millones de personas”, confirma en una entrevista Nicolás Palacios Cabero, presidente de la Federación Española de Bancos de Alimentos (FESBAL). Por su parte, Cáritas, que en ocasiones colabora con FESBAL, no tiene un programa confederal de distribución de productos, como es el caso de los bancos de alimentos, sino que su organización se basa en acuerdos a nivel local”, indica Ángel Arriví, responsable del área de Comunicación de Cáritas Española. Sus setenta Cáritas Diocesanas trabajan con las empresas de las comunidades autónomas en las que se encuentran, para no desperdiciar alimentos.
España ocupa el primer lugar en Europa en actividad de banco de alimentos, con 54 bancos. La gente que está en situación de pobreza severa en España llega a los tres millones de personas, según Cáritas y FESBAL. “Ahora que las empresas están concienciadas con su responsabilidad social corporativa, queremos que colaboren con nosotros”, declara Nicolás Palacios. Pero sin una obligatoriedad real de donaciones, muchas empresas siguen sin colaborar. Por ello, Palacios insiste en que “es importante que las instituciones, a través de la legislación, inciten a esas empresas a donar aquello que no vayan a utilizar”. Y asegura que “un equipo de FESBAL se ha reunido con diferentes empresas de alimentación españolas y hay prevista una reunión con el Ministerio de Agricultura, para hablar del despilfarro”. “Nuestra intención es trabajar desde la base del problema, que es la educación y la concienciación. Pero también pretendemos extender la práctica de recogida de alimentos en los supermercados a toda España”, asegura el presidente de FESBAL.
Actualmente, las consecuencias económicas directas del desperdicio de alimentos, sin contar pescado y marisco, alcanzan los 578.700 millones de euros. Este despilfarro, además del gran coste económico, causa un grave daño al medio ambiente. “Los alimentos que producimos y que luego no comemos consumen un volumen de agua equivalente al caudal anual del río Volga “el más largo y caudaloso de Europa“ y son responsables del vertido de 3.300 millones de toneladas de gases de efecto invernadero a la atmósfera”, advierte la FAO.
El futuro no es alentador. “En el año 2050 se estima que la producción mundial de alimentos deberá incrementarse en un 70% para abastecer el aumento previsto de la población, de 7.000 a 9.000 millones de habitantes”, avisa la FAO. Esta previsión tiene una relación directa con el desperdicio; si logramos reducir y reciclar los alimentos, habremos conseguido solucionar la mitad del problema del abastecimiento. Algunas organizaciones e instituciones de la cadena agroalimentaria tienen propuestas para aplicar en un futuro cercano, como FIAB o Magrama. Han creado una lista de propósitos a cumplir para 2020, como “alimentar a una población creciente en un entorno de escasez de recursos, gestionar el agua de forma sostenible, mejorar de la eficiencia de procesos, mitigar el cambio climático o minimizar el impacto ambiental de los envases”. “Un mal aprovechamiento de estos productos supone una pérdida de riqueza para el conjunto de la sociedad”, opina Paloma Sánchez. Por ello, el despilfarro de bienes no solo representan una oportunidad desaprovechada de alimentar a una población mundial en aumento, sino que, en el actual contexto de crisis económica y de incremento de pobreza, la reducción de este desperdicio alimentario sería un primer paso muy importante para combatir el hambre y mejorar el nivel de nutrición de las poblaciones más desfavorecidas.
Como aprovechar mejor los alimentos: un grupo de trabajo se ha señalado como objetivo compartir la comida, Food Sharing. Va a servir como plataforma para luchar contra el despilfarro alimentario. Se trata de un espacio abierto a la participación ciudadana que rescata excedentes alimentarios, los comparte, y ayuda a distribuirlos allá donde se necesiten. Los antecedentes de esta plataforma están en Cena Freegan y en Comida Basura, colectivos de activistas que organizaban protestas contra el derroche de alimentos; los rescataban de los cubos de basura y los cocinaban en cenas populares con el objetivo de visibilizar cómo, por razones económicas, los comercios desechan alimentos en perfecto estado. Otro ejemplo es la plataforma Ciudadano 0, 0 ‘La comida no se tira’, de la empresa Mahou-San Miguel, que también pretende promover un mejor aprovechamiento de los alimentos a través de Filosofía Nolotiro, Recetas Nolotiro y neveras solidarias, donde explican trucos y consejos para una utilización óptima de los recursos alimentarios. ¿Cómo podemos evitar el desperdicio en casa?
Diez consejos básicos para aprovechar y no desperdiciar, propuestos por el Ministerio de Agricultura, Alimentación y Medio Ambiente: Planificar el menú y evitar la improvisación. Comprar según una lista elaborada de antemano. Tener en cuenta el presupuesto. Conservar adecuadamente la comida, según sus necesidades de frío. Consumir la comida por orden de entrada: la más antigua, primero. Ajustar las raciones e intentar cocinar solo lo necesario. Aprovechar la comida sobrante. Depositar en la basura solo lo que sea imposible aprovechar. Si se come fuera de casa, llevar el recipiente reutilizable. Si se come en restaurantes, no dudar en pedir las sobras en un envase para llevar.