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Antonio Cobos (Málaga)
El abuelo no paraba de mascullar, de reojo, se fijó en un imponente culo que vino a parar a su lado. Mientras sus ojos hacían chiribitas se podían sospechar sus calenturientas ideas emergiendo de su acartonada calva y sin mediar palabra, se dispuso a hacerlas realidad rozando su temblorosa mano en las untuosas carnes. Por unos segundos, el viejo, pasó de estar en la gloria a ver desfilar toda su vida ante sus ojos, cuando el objeto de su deseo se transformó en peludo brazo de un bigotudo camionero, que alzándolo del cuello lo levantó a dos palmos del suelo.
Después de aquello, el abuelo siguió su paseo de siempre frente a la isla de Los Lobos, y mientras se tocaba su marchito pescuezo, no pudo evitar pensar que además del poco respeto hacia los mayores, quizá debió haber salido mucho antes del armario.