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La imagen del Corazón de Jesús que llegó a la vida de un niño de seis años por la imposición de una madre religiosa que lo presenta como la figura salvadora y amorosa de un Dios misericordioso, creando un conflicto psicológico y moral en el niño a medida que se le plantea una caótica realidad
El corazón de Jesús
Esa tarde mi madre lo trajo envuelto en papel periódico. Yo tenía seis años, era la imagen de un hombre de pelo largo y barba, en sus manos se veían unas perforaciones de sangre ¡Debe ser muy doloroso cargar esas heridas que no se curan! Imaginaba ese dolor perenne en que vivía el hombre de la estatua. Cargaba en una mano un corazón y la tristeza de su rostro me conmovía, lo primero que sentí por él fue lastima y pena.
Él es Jesús, diosito, es el Corazón de Jesús, Dios de amor, lo voy a colgar en la pared para que nos cuide todos los días. Nos dijo mi madre. Vivíamos en una vieja habitación dentro de la casa de mis abuelos, con mis padres y mis tres hermanos. El piso era de tierra y piedras, las paredes sucias y un foco que colgaba desde un cable pelado a punto de estallar era lo que nos daba luz. En un camarote de rechinar escandaloso nos cobijábamos del frio, quería la cama de arriba para poder observar todo lo que ocurría en ese pequeño universo, la cama de mis padres al lado, el pequeño televisor, y la enorme ventana frente al baño que se iluminaba al salir el sol. Mi madre colgó la imagen del Corazón de Jesús en la pared donde estaba apoyado el camarote, justo sobre nosotros. Mi hermano mayor, Pepe, y yo dormíamos arriba y tuvimos que aceptar al sagrado compañero que sobre nosotros cargaba un terrorífico corazón, con el dolor de unas heridas imborrables en las manos y la aflicción de un desconsuelo tatuado en su cara.
Este tipo es un espía Pepe, va ver y escuchar todo lo que hacemos ¡Nos jodimos! –le incriminaba a mi hermano-Pero él siempre apacible, tierno y obediente, pedía perdón por mis palabras y le hablaba con cierto amor a la estatua. En las noches le rezaba y luego se persignaba para dormir. Él había hallado una relación con la imagen que yo no entendía, a mí solo me producía pena y en algunas noches mucho miedo, por eso mientras todos dormían y en silencio le cubría la cabeza con alguna media sucia. Al día siguiente al encontrar al corazón de Jesús encapuchado con la media dando la impresión de que fuera algún miembro furtivo del Ku Klux klan provocaban las burlas de mis pequeños hermanos, y la avalancha de correazos por parte de mi madre… ¡A Dios se le respeta carajo! Exclamaba mientras blandía el cuero con puntería.
No entendía el eterno gesto de tristeza en el rostro del que llamaban “el Dios de amor” Le preguntaba a mi madre ¿Por qué si nos ama tanto no nos ve con alegría, pareciera que le damos lastima y reprime una lagrima por no llorar? ¿Tan malos somos, mamá, que solo le producimos ganas de llorar a Dios? -Así es Diosito hijo-solo respondía.
Ese mismo Dios que colgado desde la pared veía como mi padre maltrataba a mi madre, ese mismo Dios que no se inmutaba ante el llanto de mi hermano mayor escondido bajo las sabanas, ese mismo Dios que desde platea preferencial escuchaba los sollozos desesperados de mi madre y miraba indiferente el hambre de los niños asidos al viejo camarote abandonados a su suerte.
Muchas noches le reclamé, le pedí, le supliqué y le exigí respuestas. Que me traiga otro padre, que ya no regrese más, o que le preste ese corazón que cargaba inútil en su mano para que sienta amor por mí. Pero él solo me seguía viendo con lastima. Quería la familia de mis amigos, ellos se veían felices, quería a mi padre esperándome a la salida de la escuela, a mi madre dándome un beso, a mis hermanos protegidos y no tan vulnerables a los ataques de todos, sólo eso quería. Y una noche resolví atentar contra Dios, matarlo. Culpé a ese Dios por todo lo que estaba pasando y decidí vengarme. La imagen debía desaparecer, tenía que masacrarla, no merecía ese espacio ahí, no era un Dios de amor, era un farsante que había engañado a mi madre y a Pepe, pero a mí no.
La rabia y la tristeza eran mi combustible en la oscuridad y la luz de la luna ilumino su rostro, la misma cara de pesadumbre me miraba, quieta, insondable, incomprensible
Mi padre viajaba constantemente por largos periodos, y al día siguiente por la madrugada partiría a otro país, todos se habían acostado temprano así que tenía tiempo para consumar mi magnicidio. Descolgué la imagen mientras todos dormían, un hilo de telaraña se hizo cuando despegué El corazón de Jesús de la pared- ni las arañas te respetan- pensé. Baje cuidadosamente del camarote, la adrenalina corría por mi piel y agitaba mi respiración, toque el piso frio de piedras y tierra, camine de puntillas silencioso hasta la puerta. Logre salir del cuarto con la figura bajo el brazo y un rictus de rabia y venganza en la cara me conducían a mi firme ajusticiamiento. Me dirigí hacía el patio de atrás donde mi abuela criaba gallinas y cuyes. Detrás de los corrales la mañana anterior había escondido el martillo de mi abuelo, arma con que consumaría la justa eliminación de Dios.
Empuñe el martillo y tome el impulso para quebrar la cabeza de la imagen, debía ser un golpe certero sin compasión. La rabia y la tristeza eran mi combustible en la oscuridad y la luz de la luna ilumino su rostro, la misma cara de pesadumbre me miraba, quieta, insondable, incomprensible. - ¿No tienes miedo a morir? ¡Te voy a matar! le decía, mientras un llanto hervía en mis ojos- Le fallaste a los rezos de mi hermano, al cuidado de mi madre. Solo queríamos ser felices, tú eras el Dios de amor, eras el indicado para protegernos. ¡Tú, farsante de mierda! Y clave el golpe cargado con toda la fuerza de un niño, con el pellejo de la inocencia deshaciéndose en ese impacto, con esperanzas rotas, miedos y la impotencia cocida en mi alma…Y sin embargo no lo pude tocar. Cubrí mi boca para no gritar ante la cobardía, me enjugué las lágrimas, tragué bocanadas de frío y una misteriosa paz tocó mi corazón. Levanté la imagen y pegué su corazón de yeso al mío llevándola de retorno al cuarto.
-No volverás a estar en ese lugar- le dije en el oído-te irás con él- ..Metí la imagen del Corazón de Jesús en la maleta de ropa de mi padre que estaba abierta, la empuje hasta el fondo y la cubrí con sus camisas. Volví a subir al camarote y de un largo suspiro me quedé dormido.
No volvimos a saber nunca más de nuestro padre después de ese viaje. Nos dejó, nos abandonó y creo que fue lo mejor. El Corazón de Jesús se lo llevó, como se lo había pedido. Al final ¡cumplió!
Todavía despierto por las noches sintiendo ese corazón de yeso sobre mi pecho, pero ya no está compungido, ya no sangra, y desde un remoto lugar me dice:Lo siento.
Boccanegra.