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Cada vez tenemos mayores comodidades, y cada vez el daño causado al planeta incrementa hasta alcanzar niveles preocupantes, ¿realmente vale pena pagar ese precio?
Las cosas tienen un precio, esto es un concepto que de una u otra forma todas las personas entendemos y aplicamos cada día, pero que en ocasiones no dimensionamos, y muchas de las cosas que damos por sentado no se escapan de esta regla. Pensemos por un momento en todas las comodidades que tenemos en este momento de la historia, y que hace solo un siglo eran exclusivas de poderosos o incluso imposibles para todos.
Consumir agua limpia, recorrer kilómetros en pocos minutos, poder ver de noche, contar con jabón y cremas dentales, hablar a distancia, saber lo que pasa en el mundo en tiempo real, entre muchos más, son para la mayoría de nosotros, actividades o recursos que damos por hecho y en los cuales nunca nos sentamos a pensar sobre su funcionamiento, naturaleza o costo energético, y es este último el catalizador de muchos de los problemas de contaminación, así como daño a los ecosistemas que conocemos actualmente, y que son foco de atención en medios de comunicación, a causa de los efectos negativos generados junto con aquellos efectos que se proyectan en las próximas décadas.
Cada artículo que compramos, viaje que realizamos o servicio que consumimos, lleva en su fabricación, transporte y comercialización cantidades significativas de energía, ya sea eléctrica, energía fósil o nuclear. Las cuales en sus procesos de producción requieren un importante consumo de recursos que, al fin de cuentas, terminan pasándole factura al planeta y a sus distintos ecosistemas.
Dentro de las afectaciones que podríamos llamar “típicas” para las tecnologías más comunes de generación de energía encontramos la inundación de grandes áreas silvestres en las plantas hidroeléctricas, la emisión de enormes cantidades de gases contaminantes en plantas termoeléctricas alimentadas con carbón, la emisión de distintos gases de efecto invernadero y contaminantes emitidos por los motores que impulsan nuestros medios de transporte, los residuos radioactivos, así como todos los riesgos asociados a la energía nuclear, la cual, paradójicamente es la menos contaminante.
¿vale la pena tener tantas comodidades, a cambio de dañar el planeta en el que vivirán nuestros hijos?
SI bien es cierto que desde hace unas décadas, se han iniciado proyectos para impulsar el uso de energías renovables, debemos considerar que estos sistemas no consumen directamente recursos cuando funcionan, pero sí lo hacen en sus procesos de fabricación, ya que los paneles solares o las turbinas eólicas requieren electricidad producida con carbón o por energía nuclear para su elaboración, así como combustibles fósiles para su transporte, situación que no será solventada hasta que las energías renovables puedan suplir la mayoría de la demanda energética mundial, situación que aunque suena ideal, está todavía muy alejada de la realidad, considerando la eficiencia de estos sistemas así como los lugares en los cuales son útiles, puesto que no podemos ubicar paneles solares en ciudades con poca irradiación, así como no pueden ser instaladas las turbinas eólicas en campos donde no corre viento.
La energía de fusión nuclear puede ser sin duda la opción que salve al mundo, no obstante, esta tecnología todavía está en desarrollo y ni siquiera se sabe si pueda ser realizable en un sentido práctico, ya que es muy compleja de controlar y de sostener en equilibrio por tiempos prolongados, esta tecnología permite obtener energía a partir del remanente de la fusión de átomos de hidrogeno, evento que crea helio en el proceso y que libera cantidades ingentes de energía, este proceso es el mismo que desarrolla el sol en su interior y se podría decir que el sol o cualquier estrella es un gigante reactor nuclear autorregulado, situación que se pretende emular en la tierra con condiciones que permitan su operación de forma segura, cosa que hasta el momento no se ha conseguido y que seguramente va a requerir varias décadas más en su perfeccionamiento.
Debido a la situación actual, ya sea que las tecnologías renovables logren su cometido de cubrir la demanda energética mundial, o que la tecnología de la fusión nuclear se haga realidad, esta sociedad tiene como mínimo un par de décadas en las cuales es muy conveniente tratar de reducir el daño a los ecosistemas, al menos si pretendemos mantenernos como especie a largo plazo, lo que nos lleva a una cuestión sobre el estilo de vida y las comodidades con las que contamos, situación en la cual es conveniente realizarse la pregunta ¿vale la pena tener tantas comodidades, a cambio de dañar el planeta en el que vivirán nuestros hijos?.
Este articulo busca solo plantear la pregunta, e invitar a los lectores a responderla considerando el futuro de aquellas personas que le son de importancia, ya que, como se mencionó al inicio, la mayoría de nosotros usualmente no caemos en cuenta del costo de las cosas, y mirando en retrospectiva tenemos muchísimas comodidades en relación a la sociedad que conocieron nuestros bisabuelos.
“Hay una fuerza motriz más poderosa que el vapor, la electricidad y la energía atómica: la voluntad”, Albert Einstein.