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Dieron así comienzo las denominadas Guerras Indias, conflictos de tipo racial en las que las tribus indígenas resultaron diezmadas. En más de 40 conflictos, de 1775 a 1890, perdieron la vida casi 80.000 indios y 19.000 blancos y luego salvajemente exterminadas
Los conflictos entre los colonos blancos que huían de las guerras de religión de Europa o eran aventureros en busca de oro, y los pueblos indígenas del Norte de América se remontan al siglo XVII. El viaje del “Mayflower, en que huyeron desde los Paíse Bajos, los primeros refugiados-pilgrims- a América es conocida. Resultó ser al principio un movimiento básicamente religioso y civil, protagonizado por inmigrantes de origen europeo o norteamericano que se extendieron por las tierras vírgenes, por las praderas y las montañas ocupándolas como suyas sin permiso arrebatándolas a los indígenas y expulsando de ellas a sus habitantes originales, primero de sus tierras ancestrales y después de las reservas.
Fue en 1817 cuando el presidente de los Estados Unidos James Monroe decidió lanzar una campaña contra las tribus creek y seminola, que estaban atacando Georgia desde la colonia española de Florida. Aunque esa era la excusa. Trataba de evitar que esta tierra se convirtiera en refugio de esclavos huidos (los indios no tenían esclavos negros, pero respetaban el derecho de asilo). La intención del presidente y su gabinete de guerra, era la de apoderarse de la colonia entera. Para justificar el ataque, los americanos alegaron que España era un país incapaz de asegurar sus fronteras. El presidente había lanzado un lema que se convirtió en histórico. Decía así : “America para los Americanos”. Hubiera sido bueno, si Monroe no hubiera aclarado que “los Americanos” para él eran sólo los gringos, nada de indios.
El estallido de la Guerra de Secesión dejó las tierras de la frontera carentes de la protección de fuerzas regulares. Fue necesario formar cuatro nuevos contingentes, el 7º, el 8º, el 9º y el 10º. Nacía de esta forma el mítico Séptimo de Caballería, comandado por el carismático teniente coronel George Armstrong Custer, en el cine el actor Errol Flynn.
Una de sus primeras acciones del célebre teniente coronel Custer contra los indios fue la denominada Batalla del río Washita, en que sus hombres cargaron sobre el campamento cheyenne de Olla Negra en 1868. Mataron a un centenar de indios, incluyendo al jefe y su esposa, cuyos cadáveres fueron luego pisoteados por los caballos. Sólo once de los muertos eran guerreros. Pero la masacre sería vengada años más tarde en Little Big Horn, en el estado de Montana.
Poco antes, tras incumplir el tratado de Fort Laramie, una expedición se adentró en las Black Hills, montañas negras, sagradas para los indios, y confirmó la existencia de grandes reservas auríferas. Los indios protestaron por la presencia masiva del hombre blanco en sus tierra. Sin embargo, miles de buscadores de oro se internaron en la reserva sioux en busca de fortuna mientras el Gobierno Federal presionaba a los jefes indios para que vendieran estos territorios.
Un año después, el Gobierno les dio un ultimátum, fijando fecha para la salida de los sioux nómadas hacia las nuevas áreas de reserva fijadas por el gobierno. La guerra resultó inevitable y, el 17 de junio de 1876, la columna de cinco mil hombres al mando del general George Crook, sufrió una severa derrota frente a los dakotas y cheyenes de Caballo Loco. El avance norteamericano quedó paralizado, mientras el líder indio se reunía con las fuerzas de otro jefe carismático. Toro Sentado, acampado en Little Big Horn. El enorme campamento reunió más de un millar de tipies, con cerca de siete mil indios. Entre ellos había medio millar de guerreros.
En el choque, en total, el Séptimo de Caballería sufrió la muerte de 16 oficiales, 237 soldados y diez civiles.
Los gobiernos norteamericanos estaban demostrando ya entonces su espíritu imperialista. Un ejemplo típico fueron las miles de tribus indígenas que poblaban lo que se conoce como el Oeste americano. Hollywood se ha encargado de dar una imagen falsificada de estos pobladores de las praderas como de salvajes y sanguinarios asesinos que frenaban el avance de la civilización atacando a los pobres cow-boys.
La historia es otra cuando se sabe que estas valerosas tribus tuvieron que defender hasta el fin del expolio de sus tierras con ayuda de un ejército organizado y comandado por oficiales profesionales.
En la gran mayoría de estas contiendas, los pieles rojas carecían de armamento pesado y sus armas de fuego se limitaban siempre a fusiles, revólvers, y carabinas que podían capturar del enemigo, robar a los colonos o adquirir a los traficantes. Sus armas tradicionales fueron decisivas en los combates, en especial en el cuerpo a cuerpo: cuchillos, hachas de guerra, lanzas y escudos de cuero.
Pero la supremacía tecnológica del hombre blanco llevó, de manera definitiva, a la derrota final de los indios. La rendición de los dakotas en White Lay Creek, el 15 de enero de 1891, puso punto final a las Guerras Indias. Fue precedida por el asesinato de Toro Sentado, que luego contaremos, y por la injustificada y absurda matanza de Wounded Knee. En ella, un destacamento de 500 soldados azules al mando del coronel James Forsyth intentó desarmar la banda de Pie Grande. Murieron 90 guerreros y 200 mujeres y niños en un ataque indiscriminado.
Con el fin de vencer en estas largas contiendas, el hombre blanco recurrió a todo: la confrontación directa con los indios, la difusión de lacras sociales como el alcoholismo y hasta de hecho, la guerra "bacteriológica". Distribuían entre los pieles rojas regalos como mantas y ropas de abrigo que antes habían pertenecido a enfermos infecciosos. En otras ocasiones se les envenenó directamente con bebidas tóxicas para acabar con ellos y fomentaron el alcoholismo. También se empleó la contaminación de acuíferos con animales muertos.
La mayoría de las batallas no fueron tal, sino simples matanzas de todo ser viviente, incluidos ancianos, mujeres y niños
En el siglo XVI, según los colonizadores, habia gigantescas manadas de bisontes que ocupaban en aquella lejana época el vasto territorio cubierto de praderas naturales que abarcaba desde las montañas Rocosas, por el oeste, hasta la cadena Allegheny, por el este y desde Canadá hasta Texas.
La colosal producción de hierba de la gran pradera permitía que 75 millones de reses, distribuidas en diversos y múltiples rebaños, pastaran en aquel ecosistema. Para el indio el bisonte constituía la base de su vida, pues le proporcionaba todo lo necesario para cubrir sus necesidades materiales, pero era también fundamental en sus creencias, como lo demuestra esta leyenda kiowa:
"En el primer día, el Gran Espíritu plantó sobre las aguas el árbol del gran camino, cuyas ramas tocaban el cielo. Por ese camino envió todo lo que existe y también a un hombre y una mujer kiowas que pasaron el dia recorriendo la pradera. Al volver por la tarde encontraron un bisonte, y el Gran Espíritu les dijo: "Ahí está el bisonte, él os alimentará y os vestirá, pero un día no le veréis más y con su marcha llegará el fin de los kiowas y se pondrá el sol".
Triste final para una hermosa leyenda que el hombre blanco se encargó de convertir en realidad, pues aunque los pieles rojas y una amplia gama de depredadores, tales como osos, lobos y coyotes cazaran algunos bisontes, su efecto sobre la manada era beneficioso, en el sentido de mantener estable su número y eliminar los animales débiles o enfermos. La aparición del colono de origen europeo, con sus instrumentos y sus armas de fuego de repetición, cambió por completo la vida de la pradera. El proceso de colonización que en la vieja Europa se llevó a cabo a lo largo de miles de años, apenas necesitó dos siglos en América del Norte.
La matanza fue brutal y podemos seguirla paso a paso gracias a la abundancia de relatos que se conservan de aquel período. Ya en 1799 se aniquiló la última manada de Pensilvania. Poco después en 1820 y 1840, se organizaron expediciones al norte del Mississippi de hasta 1100 carros de colonizadores, que a una media superior a las 30.000 cabezas anuales, consiguieron eliminar los 650.000 bisontes que quedaban en aquella zona.
La parte más desagradable de la historia empieza con la construcción de los ferrocarriles. El Kansas Pacific contrató a un cazador llamado William F. Cody (Buffallo Bill), para que suministrara diariamente carne de bisonte a los trabajadores. Cody, por los concursos que organizaba para ver si alguien era capaz de matar más bóvidos que él en un solo dia.
En la construcción de la Union Pacific-que al atravesar el continente americano unió por primera vez, en 1865, el océano Atlántico con el Pacífico- se siguió en parte la huella de los viejos senderos utilizados por los bisontes a lo largo de los siglos . La compañía citada publicó folletos para animar a los viajeros, en los que ofrecía la posibilidad de cazarlos sin necesidad de moverse de sus asientos. Los grabados de la época nos muestran trenes de vapor avanzando lentamente por las praderas mientras cientos de hombres y niños disparaban incansables desde las ventanas con fusiles Winchester.
Incluso autoridades tan influyentes como el general Sheridan se negaron a que se tomara cualquier tipo de medida destinada a la protección del gran bóvido salvaje y así, en la década de 1880 se mató el último bisonte que sobrevivía en Kansas y se aniquiló la última gran manada libre de los Estados Unidos.
La extinción del bisonte fue en parte la causa directa de la desaparición del cambio de la fisonomía del paisaje, con la aparición de plagas vegetales.
Por último, la desaparición de los bisontes constituyó un desastre para los pieles rojas, que perdieron irreversiblemente su fuente de alimento. Algunos jefes indios declaraban en tono desesperado: "El búfalo se ha ido y pronto me iré yo". o "¿Acaso se ha vuelto tan pueril el hombre blanco como para matarlo sin comérselo?"
A comienzos del siglo XX quedaban en libertad 85 ejemplares en Estados Unidos y medio millar en Canadá, a los que había que añadir unos pocos repartidos por diversos parques zoológicos y un pequeño grupo relativamente a salvo en el parque de Yellowstone.
Más tarde- en 1905- se creó la Sociedad Americana del Bisonte, con el presidente Rooselvelt entre sus miembros fundadores. Los esfuerzos de la sociedad dirigidos a reintroducir pequeñas manadas en reservas protegidas tuvieron éxito y dieron lugar a la salvación de los pocos ejemplares vivos.
El relato somero de la vida de un valiente guerrero llamado Toro Sentado de la tribu de los sioux, ayudará en la comprensión de la historia de lo que fue una guerra de exterminio lo cual no es tarea fácil.
Este valeroso indígena nació en las cercanías del Gran River en Dakota del Sur. Pertenecía a los pueblos las siete tribus que formaban las tribus de los sioux teton. Desde muy joven ingresó en la comunidad secreta de "Los Corazones Fuertes" elite de guerreros, pertenecer a la cual era un gran honor.
Su fama como guerrero se sitúa en todo ese territorio ya que contaba con más de 70 victorias en combate contra el hombre blanco, desde el momento en que los blancos empezaron a invadir el territorio sioux, lo cual era el motivo de preocupación para los nativos. En 1866 el ejército construyó el fuerte Buford en pleno territorio de la tribu hunkpapas, a la desembocadura del río Missouri en Dakota del Norte.
Los indígenas resistieron la invasión de los militares y el valeroso guerrero de "Los corazones fuertes" lideró varios combates. Dos años después el gobierno norteamericano se vio obligado a negociar con los indígenas.
Se declaró dispuesto a cerrar de nuevo el Bozeman Trail, y ofreció a los sioux y a sus aliados un extenso territorio de sus propias tierras como reserva duradera y, al oeste de esa reserva, el territorio del Powder River en Wyoming quedaría para siempre como zona de caza de los indios. Ningún blanco podría entrar en ese territorio. Varios jefes indígenas aceptaron el trato, pero Toro Sentado no lo acepto y asentó su campamento en el Powder River fuera de la reserva aforrándose a su antiguo sistema de vida, cazando y pescando, tratando de eludir a los blancos.
Con el tiempo este tratado no sirvió para contener a muchos blancos que invadían a diario el territorio de Sioux. Los soldados se oponían a la violación del tratado pero los buscadores de oro penetraban la zona. Como el gobierno no podía frenar la avalancha de invasores el gobierno decidió comprar todo el terreno de las Black Hills pero como era territorio sagrado los indígenas no lo querían vender. En 1875 el comisario de asuntos Indígenas les participó a los indios que vivían en la zona del Powder River que tenían que abandonar esas tierras ya que constituían una amenaza para la "civilización".
Los valientes habitantes de esa región no se retiraron y entonces el gobierno envió tropas para desalojarlos.
El bravo cacique pidió la unión entre sus pueblos y avisó que se quedarían, listos para resistir. La guerra había empezado. Nube Roja jefe de los Sioux oglala que había derrotado hacía 8 años al ejercito, no quera participar en la lucha, pero jóvenes guerreros sí; entre ellos Caballo Loco y todos se unieron a los rebeldes.
Los indígenas se prepararon para combatir organizando antes la ceremonia sagrada de la Danza del Sol. Toro Sentado era también jefe espiritual o chaman. Tenía ya 45 años pero seguía siendo un hombre fuerte de gran estatura.
Pronto divisaron al General George Crook ("Lobo Gris") con sus hombre y Caballo Loco juntó a sus guerreros y le atacó en forma sorpresiva a orillas del Rosebud. La lucha era encarnizada y no se perfilaba ganador, pero Caballo Loco se tuvo que retirar, Y al finalizar esta confrontación los indígenas se retiraron a la orilla occidental de Little Big Hom.
Aún ahora el tema de las reservas está sin resolver por parte de las autoridades de Washington
El 25 de junio del año de 1876 los indígenas fueron atacados por el Séptimo de Caballería comandado por George Custer, el famoso y laureado asesino de indios y por el odio que le embargaba hacía los habitantes de piel roja de las praderas. Custer, se creía siempre ganador y fue su gran soberbia la que condujo a sus soldados a una trampa que le había preparado el famoso caudillo indígena a la otra orilla del río.
Comandando cinco escuadrones de la caballería azul, Custer ordenó atravesar el Little Bighom y atacar el campamento Sioux. Los otros tres escuadrones al mando del mayor Reno atacaron el flanco sur. Custer y sus tropas se vieron obligados a retroceder por miles de guerreros. A los pocos minutos del ataque tenía 115 soldados muertos y estaban totalmente rodeados. Habían caído en la trampa.
El caudillo indígena desde su caballo, armado de un revolver 45 y un Winchester planificaba la estrategia y Caballo Loco y los demás jefes indígenas participaban en la batalla. Reno se defendía atrincherado en la colina sur, y de esta manera pasó la noche entre fuertes combates. Se salvó gracias a una columna militar de refuerzo y al acercarse ésta Toro Sentado y su gente decidieron dar por terminada la lucha y desmontaron el campamento, retirándose divididos en pequeños grupos. armamento, pero los pieles rojas no pensaban abandonar sus tierras sin haber opuesto férrea resistencia al invasor.
Esta batalla fue la derrota más contundente que le infringieron los Sioux al ejército norteamericano. Desde ese momento Toro Sentado y sus seguidores serían declarados en rebeldía y perseguidos oficialmente como enemigos. El Coronel Nelson Miles dirigía la ofensiva. Muchos de los indios terminaron por rendirse a los militares porque el cerco se estrechaba y por el hambre y el frío del cruento invierno.
En Febrero de 1877 Toro Sentado y algunos de sus hombres tuvieron que huir a Canadá. Las demás tribus fueron obligadas a confinarse en las reservas en donde serían explotados y sometidos por los blancos y un pequeño grupo de renegados indígenas.
Los jefes de los indios tuvieron que ceder casi una tercera parte de su territorio y los sioux y los cheyennes se encontraron encerrados en las reservas. Toro Sentado se quedo 4 años en Canadá, las condiciones fueron duras ya que tuvieron que cazar en territorios en donde los bisontes habían sido ya exterminados. Hambrientos tuvieron que regresar a Estados Unidos, solo quedaban 200 personas de la tribu.
El cacique sioux se entregó en Fort Buford declarando: "La tierra bajo mis pies es de nuevo mi tierra. Yo jamás la he vendido, yo nunca la he entregado a nadie, sino que me la han arrebatado por las armas."
Estuvo preso dos años y después recibió la autorización para regresar a su lugar de origen en el Grand River. Bufalo Bill Cody, el famoso Bufalo Bill, lo invitó a participar en un circo de su propiedad llamado el "Show del Salvaje Oeste" y lo hizo para poder comer, pero en 1886 renunció al famoso espectáculo en donde había sido presentado como el hombre que mató al General Custer.
Los sioux habían perdido las Black Hills, aunque eran de su propiedad y el gobierno les pedía ahora que vendieran una gran parte de las reservas. Toro Sentado se opuso. En la reserva corrió el rumor de un próximo levantamiento indio y el 15 de diciembre 43 policías indígenas trataron de detener al cacique y chamán Toro Sentado. En el lugar se encontraba 150 de sus seguidores y el jefe de los sioux se negó a dejarse arrestar por la policía "indígena" de los norteamericanos. En la confusión se oyó un disparo era el capitán de los policías, que había sacado su revólver de reglamento y sin decir una palabra había ejecutado de un disparo a Toro Sentado. Al presenciar esta escena, los fieles acompañantes del jefe indio sacaron sus rifles y se produjo un tiroteo en que murieron 6 policías indígenas renegados y 8 seguidores de Toro Sentado.
El gran chaman estaba muerto y el gobierno gringo practicó una masacre salvaje continuada para conseguir sus fines de apoderarse sin oposición de las reservas. Pasaron los años y los indígenas norteamericanos fueron exterminados como perros, sin juicio, sin condena. La sociedad norteamericana hizo historia por medio del cine.
La historia de las relaciones del gobierno norteamericano con los indígenas es un vergonzoso registro de tratados rotos y promesas incumplidas. La historia de las relaciones fronterizas del hombre blanco con los pieles rojas es una colección inacabable de asesinatos, ultrajes, robos e injusticias cometidas por los blancos, como regla.
¿Cuántos millones de pieles rojas habitaban Norteamérica antes del arribo del hombre blanco? Cinco, siete, diez (???), no se sabe con seguridad, pero lo cierto es que había innumerables pueblos sedentarios y semisedentarios, cultivadores de maíz así como cazadores( de bisontes)-recolectores, y sólo en pocos casos habían alcanzado el estrato de sociedades semi-urbanas, de ahí que las aldeas fueran numerosas y se construyeran centros ceremoniales.
El estudio continental realizado por el antropólogo Henry F. Dobyns propone la cifra de 90 millones de habitantes precolombinos al momento del Encontronazo, o sea: ¡qué genocidio vino a ser la conquista y colonización de América en un territorio ocupado por decenas de jefaturas y miles de tribus en su mayor parte exterminadas por los invasores!).
Actuando acordes con consignas premeditadas, falsificando la realidad, los colonalistas negaron pronto y de manera sistemática que los pieles rojas tuvieran derecho a las tierras que habitaban, porque como simples cazadores-recolectores nómadas, no estaban permanentemente asentados en ellas. ¡Gran Mentira! Mentira capital que les sirvió para autojustificarse por el despojo ejercido en gran escala, década tras década desde el principio del siglo XVIII hasta fines del siglo XIX.
El hecho de que los aborígenes no edificaran ciudades en las inmensas praderas, o no tuviesen aldeas permanentes no significa que no tuviesen territorio propio, como coto de caza-recolección y en su caso de pesca; su economía adaptada al hábitat los hacía nómadas estacionarios rotando en círculos acorde con las estaciones. Alcanzando algunas agrupaciones, como los iroqueses, los otawas, los dakota, el nivel de una Confederación de Tribus asentadas en un vasto territorio.
Para el codicioso hombre blanco la tierra brillaba como el oro, por ello había que arrebatársela a los nativos, para quienes la Tierra era su Madre. Los contratos de compraventa realizados en algunos casos son proverbiales muestras de su desfachatez, pero claros representativos de la perfidia blanca. Por unas cuantas chucherías se tomaban inmensas extensiones en acres, propiciándose una confusión en el piel roja, quien pensaba que aquellas pocas mercancías que se le entregaban –incluyendo preferentemente aguardiente- se le seguirían dando en futuras lunas por haberles permitido a los blancos que se asentaran en “su territorio”; a la manera como acostumbraban ellos a hacer tratos, como distribución de la riqueza o permuta por trueque de algunos bienes simples. Nunca pensaron posible que enajenaban la tierra, algo para ellos impensable, fuera del sentido de su cosmovisión. Pero el piel roja resultaba un santo inocente en los tratos mercantiles que acostumbraban los europeos, y cuando entendió que aquella “civilización” llegaba para quedarse, extenderse y apoderarse de todo su hábitat, en muchas ocasiones no le quedó más remedio que combatir al insolente invasor.
Está clara históricamente y es ostensible la manera como los colonizadores se preocuparon por expedir contratos fraudulentos de compraventa con los aborígenes y como un artificio "legal" de su propiedad, emplearon argucias jurídicas para arrebatar las tierras durante todo el tránsito de la colonización, desde el ‘Lejano Este’ hasta la California, en donde los despojados también fueron terratenientes hispanos y mexicanos.
Proceder propio de una mentalidad entre puritana y pseudolegalista, les preocupaba tener una cobertura ‘legítima’ de sus despojos, a la manera de auto-justificación documentada, la que en la historia oficial serviría para crear la impresión de haber actuado de manera correcta: la versión adulterada del vencedor.
Hasta los años 60 del siglo pasado la antropología norteamericana mantuvo la ‘gran mentira’ falsificando la realidad de manera contumaz. Si los firmantes de los "contratos" se habían extinguido antes del arribo de los colonos o en todo caso, si los aborígenes contactados eran sus descendientes, es que éstos habían sufrido un proceso de degradación que los tenía convertidos en unos viles salvajes.
Hacia finales del siglo XVIII la opinión general terminaba por aceptar la existencia de antiguas culturas interesantes y originales en territorios que habían sido después ocupados por los colonos. Pero esta aceptación será negada cuando con la independencia, los colonos se convierten en los mayores depredadores de la tierra, desplazándose hacia el ‘Lejano Oeste’.
La falsificación de las evidencias a favor de la ‘gran mentira’ tiene en el benemérito ‘padre de la patria’, Benjamín Franklin, una versión compatible y adaptada a la ideología de entonces: la ideología que reforzaba el desarrollo del colonialismo. No podía pensar que su versión careciese de cientificidad; desde el principio, se basaba en un postulado para él evidente: la desigualdad de las razas.
Inaugurando la línea cientificista falsificadora de lo real era el justificante del predominio blanco; otro ejemplo se encuentra en el trabajo del antropólogo físico S.G. Morton, quién utilizando los registros craneológicos excavados en los túmulos, acepta que pertenecen a una única raza, pero, aquí viene la falsificación ideológica: Morton elucubra que la raza única se dividía en dos familias: la una tolteca, la otra bárbara; los primeros se habían extinguido, llegando obviamente a la misma conclusión: los constructores de viejos túmulos habían desaparecido de la faz de la tierra mucho antes de la llegada de los colonos. Los segundos eran los habitantes actuales. Digno ejemplo de lo que la ciencia tendenciosa norteamericana realizó un esfuerzo en el siglo XIX para justificar el despojo y exterminio de los pieles rojas.
Más notable es el caso de Williams Henry Harrison, gobernador de Indiana hacia 1803 y superintendente de los indios del Noroeste, un hábil embaucador y militar implicado en el robo de tierras a los nativos, responsable de obtener en 14 años cerca de 19 millones de hectáreas; ¡qué éxito, todo un record!, y no fue por nada que llegó a ser el presidente número 9 de Estados Unidos. Pero antes de ello se convirtió en un preclaro erudito que en 1839 realizó ‘investigaciones arqueológicas’ en Ohio.
Con la perfidia que desde entonces los caracteriza, los potentados americanos siguieron falsificando la realidad, manejando una versión tergiversada acorde con el interés de crear una historia compuesta a su favor, haciendo creer que lo acontecido con los aborígenes tan sólo había afectado, a lo sumo, a un millón de nativos que existían al norte del Río Grande (Bravo), puesto que como ellos sólo eran cazadores recolectores, no pasaban de ser unos cuantos nómadas. De esa manera intentaban borrar de un plumazo la aniquilación de cientos de tribus que se sustentaban de la tierra.
Es importante constatar que la ofensiva civilizada no ha terminado; justo ahora, en EE.UU. hay prisiones, que albergan, guardan algunos líderes indios encarcelados porque niegan sus derechos a vivir como ordena la autoridad blanca en reservas alejadas de sus regiones originales. El FBI durante los años del 70 realizó una guerra contra el American Indian Movement. Algo semejante a lo que pasa en Guatemala o en Brasil, o más recientemente en Chile, con Pinochet; los supervivientes aborígenes continúan siendo hostilizados, la solución final es aniquilarlos al acabar de conculcarles sus tierras, ante la avalancha final de la barbarie capitalista.
Noam Chomsky reveló en la etapa de Ronald Reagan, que el gobierno imperial, con la desfachatez que le caracterizaba, simulaba defender a los miskitos en Nicaragua, mientras respaldaba las matanzas de aborígenes en Guatemala perpetradas por Ríos Mount; un “auténtco demócrata aliado del gobierno norteamericano”.
Los blancos intentaron crear una esclavitud indía similar a la africana, pero esta no prosperó: la idiosincrasia del piel roja lo hacía incompatible con tan abominable práctica, y las contínas rebeliones de esclavos indios la hiceron imposible. El piel roja, al igual que los lacandones en Chiapas, o algunas tribus guaraníes en Paraguay, vieron en la llegada de los europeos el fin de su libertad y lucharon sin aceptar la dominación, aunque la lucha los llevara a su exterminio. Para ellos el ser confinados a una reserva era como encerrar a un potro salvaje en una jaula.
Los aborígenes precolombinos más audaces o arraigados a su modo de vida, entendieron que con el hombre blanco venía la esclavitud o la marginación. La tierra se convertiría en una gran prisión y un triste mundo la carcomería, tal y como aconteció y sigue aconteciedo hasta este momento, a tres años del término de un gran ciclo maya, el capitalismo con la “globalización” lo que ha hecho es mundializar la crisis (macrocrisis), la que se comprueba día con día con la escala del avance depredatorio que lacera a la Madre Tierra y aliena al ser humano.
La compra de la Luisiana a los franceses en 1803 ayudó a duplicar la Nación yanqui, de las Apalaches a las montañas Rocosas. Los blancos llamaron ‘mudanza de indios’ a su expulsión hacia el oeste de los montes Apalaches y del Mississippi, iniciando así la invasión genuinamente norteamericana. Era una cruel afrenta contra seres humanos a quienes se les obliga a abandonar sus tierras y sus costumbres y trasladarse a donde le orenaba el hombre blanco. Aquello fue un ultraje que llegó a ser en múltiples casos un etnocidio, para terminar en un ecocidio. “El coste en vidas humanas no puede calcularse con exactitud, y en sufrimientos, ni siquiera de forma aproximada”.
Según los historiadores modernos, antes de la conquista de América había en America del Norte de hasta 9 ó 10 millones de indígenas y al comienzo del siglo XX quedaban 200.000. Las tribus indias eran muy numerosas en la época precolombina, se calcula que unas 500 que iban desde Alaska al Canadá Septentrional y de allí a México.
Para los blancos norteamericanos se cumplió aquel dicho de que “un buen indio es un indio muerto”