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Las gorras rojas con el lema de Trump “Haz América grande de nuevo” que abundó el día de la investidura fue sustituido al día siguiente por el rosa que predominaba en el que portaron los manifestantes en la Marcha de las Mujeres, mucho más multitudinaria que el acto de investidura
Cate Blanchett se puso un gorro rosa en una manifestación pacífica de Nueva York. Whoopie Goldberg se colocó otro en televisión. Patti Smith también lo luce. Krysten Ritter, la protagonista de Jessica Jones, se tejió el suyo. Amy Schumer, también. Y decenas de miles de mujeres (y hombres) tejieron sin parar para tener el suyo a tiempo. La idead el gorro rosa la tuvieron el pasado 23 de noviembre Krista Suh y Jayna Zweiman, una guionista de comedia y una arquitecta (que vivió en Barcelona y Madrid), amigas residentes en Los Ángeles a las que le gusta tejer en sus ratos libres.
El rojo de las gorras rojas con el lema de Trump “Haz América grande de nuevo” que abundaban el viernes en la capital fue sustituido 24 horas más tarde por el rosa que predominaba en el tocado gatuno que portaron buena parte de las —y los— manifestantes que participaron en la Marcha de las Mujeres. La concentración bebe, tanto en nombre como en ideales, de la Marcha del Millón de Mujeres que hace justo 20 años reunió en Filadelfia a miles de mujeres afroamericanas que reclamaron más oportunidades para la comunidad negra, así como de la Marcha por Trabajos y Libertad en la que en 1963 Martin Luther King pronunció su histórico discurso, "Tengo un sueño".
¿Y si la marcha de mujeres de Washington se caracterizase por un río de gorros rosas de lana? ¿Y si creamos una web con patrones gatruitos para que todo el mundo se lo pueda tejer en casa?, pensaron, y así lanzaron el Pussyhat project. Una iniciativa en respuesta al "grab the from the pussy” (agarrarlas por el coño) que pillaron diciendo a Trump en las infames grabaciones destapadas en la campaña. Desde que lanzaron el proyecto, multitud de personas se sumaron al proyecto con encuentros para tejer en grupo desde diferentes puntos del país y se añadieron patrones gratuitos en su web –algunos incluyen el “nasty woman” con el que Trump quiso descalificar a Hillary– para poder tejerse el modelo que cualquiera prefiera.
Jayna, una de las responsables de la iniciativa, contó por correo electrónico que calculaban “haber tejido más de 100.000 gorritos“. Solo su socia Krista llevó 5.000 gorritos para repartir gratis en la marcha de Washington. “Nuestra intención era crear un oceáno de color rosa para la manifestación, ofrecer un mensaje visual que distinguiese a esta protesta y que los que no puedan acudir por motivos médicos, financieros o de agenda pudiesen vestir un símbolo que da apoyo a la Women’s March”.
Su objetivo es que el 23 se tiñera de rosa la Women's March de Washington – y las otras 616 manifestaciones ‘hermanas’ de ideales a lo largo de Estados Unidos–, donde asistieron más de medio millón de personas para, según la organización, “realizaron una demanda de justicia social y derechos humanos en asuntos que van desde la etnia, el género, la religión, la inmigración y la asistencia sanitaria”.
La protesta se popularizó en las redes sociales y se planteó como “la marcha del millón de mujeres” con la intención ya clásica de finalizar en el Lincoln Memorial, de forma histórica. No se pudo acabar ahí porque la ciudad organizó un tsunami de marchas que se plantearon durante la jornada y también que competir con una bicicletada pro Trump u otra protesta Provida, aunque ésta, sin duda, la más multitudinaria. La manifestación contó con la participación de gente conocida como Gloria Steinem, Harry Belafonte, Michael Moore, Angela Davis u otras celebrities como Scarlett Johansson o America Ferrara. Todos tuvieron algo en común y significativo en la marcha: todo el mundo viste un gorro rosa de forma simbólica.
Preguntada sobre por qué el color rosa, Zweiman lo tiene claro: “está considerado como un color femenino, asociado al cuidado, la compasión y el amor. Son cualidades que muchos considerarían como débiles, pero en realidad son fuertes. Si todos –personas de cualquier género– vestimos rosa, juntos lanzamos un poderoso mensaje en el que no pedimos perdón por lo femenino ni por exigir los derechos de las mujeres“.
Frente a otras activistas feministas y anti Trump que recharzaron acudir a la marcha (como, por ejemplo, Roxanne Gay, que cree que excluye a los hombres), Zweiman, que no pudo acudir a la manifestación por motivos médicos –está de baja por una caída–, tiene claro por qué la apoya. “Todo el mundo tiene derecho a tener su opinión sobre la marcha. Yo empecé esto para apoyar y dar más visibilidad a la gente que se preocupa por los derechos de las mujeres. Lo hice porque nadie es libre hasta que todos lo seamos y sentí que necesitaba alzar la voz y usar mis habilidades para defender, luchar y proteger los derechos femeninos”. Esa necesidad personal de plantarse ante la misoginia que asoma en EEUU –el congreso republicano ya ha aprobado recortes drásticos en la red de Planificación Familiar– se tradujo en un mar de miles de cabezas rosas unidas cruzando Washington.
Las mismas avenidas que Donald Trump no logró llenar en el día de su inauguracioón de su juramento como 45 presidente de Estados Unidos se colapsaron 24 horas más tarde, cuando más de medio millón de personas, según los organizadores, marcharon este sábado por Washington para demostrarle, desde el primer día de su mandato, que hay un Estados Unidos que no comparte su visión oscura y la agenda ultraconservadora de su gobierno y que le exige que, como presidente de todos, respete a las mujeres, las minorías, los inmigrantes y los derechos civiles. A la par que la marcha central de la capital estadounidense se celebraron decenas más en ciudades como Nueva York, Chicago, Boston, Los Angeles o Atlanta, en una protesta que también tuvo réplicas en otras partes del mundo, desde Berlín o Londres a Sydney o Ciudad del Cabo. La participación global se cifra entre 1, 5 y hasta dos millones de personas.
Mujeres y hombres de todas las edades, razas, religiones y orígenes viajaron desde todos puntos de Estados Unidos, pero también desde Canadá, México o hasta Europa para participar en la Marcha por las Mujeres, la principal manifestación contra el nuevo presidente republicano y, en vista de las cifras, posiblemente la más masiva celebrada en torno a la toma de asunción de ningún presidente estadounidense de la historia.
“Presidente Trump, yo no le voté. Dicho esto, respeto que sea el presidente y quiero apoyarlo, pero primero le pido que usted me apoye a mí, apoye a mi hermana, a mi madre, a mi mejor amiga, a toda la gente que espera ansiosa a ver cómo su próxima maniobra puede afectar drásticamente sus vidas”, dijo la actriz y activista Scarlett Johansson, una de las oradoras de la protesta que siguió el mismo camino que el desfile inaugural del viernes, desde el Capitolio hasta la Casa Blanca.
Madonna, que hizo una aparición no anunciada, llamó a “no aceptar esta nueva era de tiranía en la que no solo las mujeres están en peligro, sino todas las personas marginadas”. “La revolución comienza aquí, esto es el comienzo de un cambio muy necesario”, afirmó. También el exsecretario de Estado John Kerry se dejó ver en la manifestación, al igual que personalidades como la cantante Cher.
De aquí en adelante, y no solo en Estados Unidos, se ha creado un color eslogan: el rosa
Antes de que arrancara la marcha, por el escenario apenas visible por la densa multitud que colapsaba el National Mall de la capital, hablaron más estrellas, como las actrices America Ferrera o Ashley Judd, la cantante Alicia Keys o el documentalista Michael Moore. También legisladores demócratas como la senadora Kamala Harris de California, activistas de los derechos civiles, los inmigrantes o las mujeres, como la feminista Gloria Steinem o Cecile Richards, presidenta de Planned Parenthood, una organización que cubre los gastos médicos de millones de mujeres sin recursos y además practica abortos. El mensaje fue unánime: una petición de “resistencia” y de firmeza en la defensa de los valores y derechos como el matrimonio igualitario o una mejor sanidad adquiridos en los últimos años y que ahora se siebten amenazados bajo la era Trump, al igual que los inmigrantes, los refugiados, los musulmanes o la comunidad afroamericana.
“No nos van a amedrentar y no nos van a silenciar”, proclamó la abogada de derechos civiles y activista Zahra Billoo, que habló “como mujer y como musulmana”. “Nuestra América nos incluye a todos en nuestra preciosa diversidad y requiere que marchemos para protegernos, este es el momento de arremangarnos, de tener valor y salir preparados para trabajar”, pidió a los manifestantes.
Y estos recogieron el testigo.
Suzanne Matunis tiene 83 años, se mueve en silla de ruedas y no participaba en una manifestación desde las protestas contra la Guerra de Vietnam en los 70. Este sábado sin embargo viajó desde Pensilvania hasta Washington, acompañada de sus tres hijas y dos nietas. “No podía no venir, esto es demasiado importante”, argumentó. “Es importante que se escuchen las voces de las mujeres”.
La misma preocupación llevó a Janice Burbery, una antigua empleada de la ONU jubilada, a tomar un avión desde Roma para estar el sábado en Washington, una ciudad que también llevaba décadas sin pisar. Trump, con su equipo, especialmente el ultraconservador vicepresidente, Mike Pence, ”van a imponer un fundamentalismo cristiano”, advirtió. “No podemos aceptar este paso atrás”.
Los lemas gritados durante la marcha y proclamados tanto por los organizadores como los cientos de miles de participantes daban muestra del amplio espectro de preocupaciones que ha generado en esa mitad larga del país que no votó a Trump —Hillary Clinton recibió tres millones de votos populares más— la victoria del republicano que nada más asumir la presidencia firmó una orden ejecutiva para revertir la reforma sanitaria de su predecedor, el demócrata Barack Obama.
Erin McEntee, una joven de Rhode Island, agitaba una pancarta con un mensaje sencillo: “ACA (la Ley de Seguro Asequible, como se llama el programa sanitario de Obama) me salvó la vida”. “Tengo una enfermedad mental crónica y ahora puedo perder mi medicación, mi médico y hasta mi trabajo”, decía preocupada. Un poco más lejos, Ximena Minuche, de origen ecuatoriano, reclamaba respeto por los inmigrantes indocumentados, como ella misma lo fue hasta hace poco y como siguen estándolo más de 11 millones de personas en todo el país a las que Trump ha amenazado con deportar.
La Marcha de las Mujeres, que empezó como una iniciativa privada de una mujer que, consternada por la victoria de Trump preguntó en Facebook a varias de sus amigas si se animarían a ir a Washington al día siguiente de la investidura, ha acabado convirtiéndose en un fenómeno nacional y hasta internacional apoyado por estrellas como Cher, Lena Dunham, Katy Perry o Robert DeNiro. Clinton, aunque no participó en su organización, dio su apoyo desde las redes sociales.
Lo que está considerado ya como la “otra inauguración” en Washington tiene un denominador común: la “preocupación y miedo” que ha provocado la llegada a la presidencia estadounidense de alguien tan divisivo, agresivo y misógino como Trump, y la necesidad de demostrar que las minorías, en su conjunto, son tan numerosas que “es imposible ignorarlas”, según los principios de la Marcha.
Esa preocupación es la que también llevó a la mexicana Elena Fortes, exdirectora del festival Ambulante, a tomar un avión rumbo a Washington desde el país más vilipendiado por Trump.
Fortes se tomó un momento para reflexionar antes de contestar si se ha sentido más insultada por Trump como mujer o como mexicana. “Por ambas, pero más como mujer”, acabó respondiendo. “No estamos dispuestas a aceptar a un presidente de un país vecino que se expresa sobre las mujeres como lo ha hecho Trump desde que empezó la campaña, y también desde mucho antes”, señaló. Fortes llegó a la capital estadounidense acompañada por una veintena de mujeres artistas, comunicadoras y activistas que comparten la “oposición absoluta a la dirección que está tomando no solo EE UU, sino todo el mundo, con el populismo, el giro a la derecha, la intolerancia y un nacionalismo muy pronunciado”.
“Esperemos que el mundo no retroceda 300 años con la llegada de Trump”, dijo. El nuevo presidente estadounidense “es un poco como un freno de mano que puede bloquear a EE UU del resto del mundo”.