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Identidad, Europa debe emplazarse hacia Sudamérica y adecuarnos a la historia

22/12/2019 16:23 0 Comentarios Lectura: ( palabras)

La identidad, como ciudadano es un camino pausible y nos fortalece en el movimiento migratorio

El Reportero del Pueblo

*España es fundamental para nuestro acervo cultural.

Quizás la cuestión más debatida y difundida ha sido el reiterado incumplimiento de España de los acuerdos europeos para reasentar a las personas refugiadas de los campos de Líbano y Turquía, pero aun siendo sangrante esta situación no es el mayor problema de la política de asilo de España. Siguen con una legislación que se ha quedado obsoleta y, sobre todo, no ha tenido el desarrollo previsto. Mientras, la inestabilidad política española y la dificultad de coordinación entre los diferentes ministerios e instancias responsables de esta política no ha facilitado las cosas.

Pensemos en la evolución demográfica de África frente a la europea y comparemos el nivel de vida a ambos lados del estrecho de Gibraltar y entenderemos que el problema no es sólo de políticas regulatorias de la inmigración, sino de favorecer las oportunidades de desarrollo en sus países de origen y también de facilitar la integración de aquellos que entran en España, nuestro país porque mi abuelo es canario y sus padres y toda mi familia viene del mundo europeo y de Cuba.

Sinceramente, creo que no hay motivos para una alarma social, aunque es verdad que en determinados contextos locales es urgente tomar medidas para que la situación no se vuelva insostenible y crezca una oleada de malestar que siempre alimenta las posiciones más extremas y alarmistas.

La inmigración es un fenómeno imparable así que lo importante no es sólo saber convivir con ella sino saber ver oportunidades donde algunos sólo ven amenazas. Preocupémonos por integrar mejor a estas personas que llegan huyendo de situaciones insostenibles en sus países o simplemente por el deseo de una vida mejor, y no de hacer crecer los muros que nos separan que siempre serán insuficientes para frenar la presión sobre nuestras fronteras.

No se puede ser ingenuo en esta materia, pero si al destino lo hubiéramos visto siempre como una amenaza, España no sería la que es. No sólo nos hemos enriquecido con las diferentes culturas que han atravesado nuestra geografía, sino que también el encuentro, impulsa a profundizar en las propias raíces y a narrarse. La propia identidad se afirma en el diálogo y el encuentro con el otro.

No hay otro modo de integrar que reconociendo el valor del otro y partiendo de la contribución que puede dar a la propia vida y a la de la sociedad de acogida. Por eso, lo que es un drama es que se tenga a tantos inmigrantes en situación irregular en España y no se favorezca su regularización para que su integración pueda ser real en el aspecto social y laboral. Incrementar el número de inmigrantes en situación irregular que simplemente están esperando a que pasen los años para regularizarse por la vía del arraigo es una irresponsabilidad y no hace otra cosa que alimentar la idea de que los inmigrantes sólo vienen a aprovecharse de nuestros servicios públicos, cuando el problema, en muchos casos, es que no se les está dejando contribuir como ciudadanos al crecimiento del país

Evidentemente, hay una consideración diferente en unos partidos que en otros pero o bien se le mira con temor y desconfianza o, por el contrario, se le concede aparentemente un gran espacio pero solamente para librar ciertas batallas culturales o ideológicas. En ambos casos considero que hay una visión reducida del sector no lucrativo y, por tanto, no se aprovecha todo su potencial para construir la casa común.

Ni somos sólo ejecutores de las políticas públicas para abaratar costes ni brazos políticos para librar batallas ideológicas. Pretendemos ser actores de la escena pública contribuyendo desde nuestras diferentes identidades e iniciativas a generar respuestas adecuadas para las personas, más allá de intereses partidistas o de lucro.

Fortalecer la unidad política es fundamental para hacer crecer una visión país más fundamentalista

Las autoridades, deberían escuchar más a la sociedad civil y a las propias personas, generando un diálogo real que identifique y construya respuestas adecuadas para las personas. Los contextos cambian rápidamente por lo que es necesario hacer también una continua reflexión sobre la experiencia para ver lo que funciona y lo que no, quién está haciendo mejor las cosas e imitarle, qué errores no podemos volver a cometer, etc. Hay que abandonar ideas preconcebidas y ser valientes para comparar continuamente lo que se ha trazado o establecido con la realidad. Necesitamos políticas y leyes más ágiles y flexibles, dispuestas a adaptarse a lo que la realidad exige. Y esto no es una acusación sólo a la excesiva burocratización del Estado sino también a las personas que tienen la responsabilidad de llevar a cabo estos cambios.

Y, en determinados ámbitos, sería deseable que hubiera pactos de Estado que no dependieran del partido que gobierne, para garantizar acuerdos básicos que permitan una cierta estabilidad y el desarrollo de políticas y estrategias a medio y largo plazo. Como, por ejemplo, en materia de política migratoria o de asilo.

Es verdad que ha habido gobiernos más sensibles socialmente y otros que menos, gobiernos con mayor disposición al diálogo que otros, etc., pero con todos se han encontrado espacios para poder seguir expresándose y trabajar juntos.

La identidad tiene que ver con la respuesta a la pregunta “¿quién soy yo?”. Píndaro tiene una célebre frase: “llega a ser quién eres”, que resulta paradójica, porque implica la condición del hombre como buscador de sí mismo. Lo que percibimos es que ese “quién eres” se ha convertido en una construcción subjetiva, no en algo objetivo a lo que aproximarse. Esto provoca una dificultad para hacer cuentas con la realidad – exterior e interior (el yo). La gente se identifica con cosas, porque es inevitable buscar esa identidad, pero estas suelen ser más bien resultado de reacciones superficiales, emocionales o ideológicas, cuando no caprichosas. Esto sucede tanto a los jóvenes como a los adultos. Ejemplos de esto son la concepción buenista del hijo, donde el niño nunca es responsable del mal que hace; la ausencia de límites, de educar en lo que está bien o mal, como si fueran términos relativos; la creciente carencia de un orden sano en la crianza de los más pequeños; o la situación de total desconcierto de los padres cuando sus hijos llegan a la adolescencia, donde muchos se retiran de la relación con sus hijos porque no tienen una propuesta de sentido que hacerles.

Además, uno va al fondo de sí mismo siempre en relación con los otros; si esto no es así, se genera una especie de absolutización del yo que conduce a esa fragmentación a la que aludes en la pregunta y a la subjetivación. Se ve mucho en la falta de confianza de los alumnos hasta en las indicaciones básicas referentes al modo de estudiar que hacen los profesores. Ellos –y a veces sus padres– saben mejor que el profesor lo que tienen que hacer. Identificamos también una dificultad enorme para ver en los otros un bien para sí, que está conectada a lo anterior, porque el yo del hombre no se puede definir sin referencia al nosotros en el que nace, crece y se desarrolla. De hecho, por ejemplo, los padres viven agobiados en la defensa a ultranza de toda posible “mala influencia” en sus hijos. Se ha perdido la confianza en que la realidad es amiga y es la mayor ayuda para el crecimiento del hijo.

Así es el Estado. Debemos ser uniformes a la hora de una decisión y, ya basta que la izquierda este socorriendo a zánganos y parásitos por un voto, todos deben ir a trabajar y alargar la edad de las pensiones, todos, somos útiles y, tenemos que tener conciencia de clase y avanzar hacia una identidad con la patria.

A veces pensamos que el camino es establecer un elenco de normas o de valores consensuados por todos que puedan llevar al joven por “el buen camino”, como si de ahí pudiera derivar una construcción sólida del yo y del nosotros. En el camino recorrido estos años, el único camino –lento pero ineludible– para desarrollar esa conciencia del yo y del nosotros es el de la experiencia, entendida como la capacidad de ceder a lo que la realidad nos indica como verdadero y que no prevalezca la idea que tenemos en la cabeza o el sentimiento, siempre voluble y cambiante. Educar en la experiencia, en la reflexión sobre lo vivido, en la comparación con la realidad de las cosas es el único camino de crecimiento real de la persona.

 

 

* Escrito por Emiro Vera Suárez, Profesor en Ciencias Políticas. Orientador Escolar y Filósofo. Especialista en Semántica del Lenguaje jurídico. Escritor. Miembro activo de la Asociación de Escritores del Estado Carabobo. AESCA. Trabajo en los diarios Espectador, Tribuna Popular de Puerto Cabello, y La Calle como coordinador de cultura. ex columnista del Aragüeño

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Emiro Vera Suárez (2237 noticias)
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