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Había hecho sus votos a una edad temprana y seguía a un anciano monje en su práctica espiritual
Por: Su Lin
La Gran Época, Estados Unidos
Todos los días el joven monje tenía que ir a buscar agua, encender el fuego, cocinar y hacer la limpieza. (Dibujo de Sun Mingguo / The Epoch Times)
En una montaña había un templo donde vivía un grupo de monjes. Entre ellos había un viejo y un joven monje: cada vez que el viejo monje bajaba de la montaña para pedir comida, el joven lo seguía. Los dos estaban siempre juntos, dondequiera que iban.
El joven monje había hecho sus votos a una edad temprana y seguía al anciano en su práctica espiritual. Todos los días tenía que ir a buscar agua, encender un fuego, cocinar y limpiar, pero eso no le molestaba; al contrario, disfrutaba hacer estas cosas.
La pregunta del joven monje
Un día, mientras el joven monje estaba barriendo el suelo, de repente miró la estatua de Buda del templo y se le ocurrió: “Canto los sutras y medito con el viejo monje todos los días durante muchos años. Pero, ¿qué es exactamente Buda?”
Dejó la escoba, fue a la habitación del viejo monje y le preguntó qué era un Buda. El viejo monje respondió cortésmente: “Buda es una persona que ha alcanzado la iluminación. No se corrompe en un ambiente sucio. No está afectado por la calamidad. Se mueve sin usar las piernas y brilla sin necesidad de luz”.
El joven monje estaba extasiado y preguntó: “¿Cómo puedo alcanzar el estado de Buda?” Sonriendo, el viejo monje le dijo: “Haz el bien, pero no el mal. Cuando no tengas más pensamientos, habrás alcanzado el estado de Buda”. El joven monje dijo: “Maestro, ya lo había oído hace mucho tiempo. ¿Podría usted instruirme compartiendo sus experiencias conmigo?” Entonces el viejo monje le preguntó: “Dime, ¿qué es lo que haces todos los días?”
El joven monje lo pensó un poco y respondió: “Por ejemplo me dijiste, cuando vamos al pueblo a pedir limosna y la gente se burla de ti, no dejes que eso te moleste. Y seguí tu ejemplo. Así que cuando alguien se ríe de mí, yo tampoco dejo que me afecte. Tú ayudas a los demás, así que yo también traigo alegría a los demás ayudándoles”.
El viejo monje suspiró: “Te estoy enseñando budismo, pero no te estoy pidiendo que sigas mi ejemplo. Podrás imitar mi forma de hacer y mi comportamiento, pero ¿puedes imitar mi estado de ánimo?”
El joven monje sonrió: “Eso no es fácil”.
Resistir el hambre con paciencia
Al día siguiente, el viejo monje le pidió al joven que se sentara frente a la pared y meditara. Después de un día, el joven monje seguía meditando, cuando de repente se dio cuenta de
que nadie le había traído de comer. Pensó que quizás el viejo monje lo había olvidado. No se enojó y decidió soportar el hambre y continuar su meditación.
Pero incluso al día siguiente, nadie le trajo comida. Entonces el joven monje pensó: “El maestro está poniendo a prueba mi paciencia y atemperando mi perseverancia. El maestro es tan compasivo. Así que razón de más para no sentir resentimiento”. Decidió ser aún más diligente para retribuir a su maestro.
El viejo monje lo estaba observando desde fuera de la habitación. Como el joven monje no se había enojado en absoluto, el viejo monje asintió con la cabeza y sonrió: “Bien. No se ha dejado distraer y no le importan los errores de los demás. Por eso puede mantenerse concentrado”.
Entonces el maestro pidió al joven que dejara de meditar y le dijo: “No guardes rencor a los demás, ni siquiera por razones de menor importancia. Ven conmigo”. El joven monje no dejó que lo repitiera dos veces y siguió al viejo monje.
El maestro lo llevó a una sala de meditación. En la mesa había un tazón de arroz, una taza de té, una kasaya de monje, un par de palillos chinos y tres monedas de cobre. El viejo monje le dijo: “El otro día me preguntaste cómo cultivar tu mente y difundir las enseñanzas del budismo. Ahora te daré las tres monedas de cobre, baja de la montaña para pedir limosna. Llegarás a entender lo que es cultivarse.
El Mendigo
Bajando de la montaña, el joven monje se encontró con un mendigo y se dio cuenta de que nadie estaba dispuesto a ofrecerle comida. Entonces el joven monje pensó: “¡Qué rara es la virtud! Nadie está dispuesto a ayudarlo. Pero yo sólo soy un pobre monje y ni siquiera puedo mantenerme a mí mismo. ¿Cómo puedo ayudarlo?” El joven monje no había comido en dos días; sentía mucha pena por el mendigo, pero no podía hacer nada por él.
Continuando por el camino llegaron a un restaurante y el monje compró dos trozos de pan. Miró el pan que tenía en las manos y pensó: “Ni siquiera es suficiente para alimentarme”; sin embargo, no pudo resolverse a comer los dos trozos de pan, y decidió darle uno al mendigo.
Entonces pensó: “La vida es corta e impredecible. Si no ayudo al mendigo hoy, puede que no tenga otra oportunidad de hacerlo. Nadie esperará hasta que yo esté listo para volver. Es cierto, ahora tengo hambre, pero no estar dispuesto a dar y compartir bajo el pretexto de que está más allá de mis posibilidades, es una mentalidad terrible. Tengo el deber de controlar mi mente”.
“Es sólo cuestión de tiempo que deje este cuerpo mío de carne y hueso. Pero mi compasión durará para siempre”. Después de estos pensamientos, el joven monje ya no tenía hambre; al contrario, se sentía lleno de calor y alegría. Decidió ofrecer también al mendigo el segundo trozo de pan.
Compasión por una polilla
El joven estaba en un estado sereno y armonioso porque su “naturaleza de Buda” se había despertado. Antes de darse cuenta, se encontró en una pendiente. Justo cuando estaba disfrutando de su alegría, una polilla se acercó a él, y antes de que pudiera escapar, le golpeó directamente en el ojo, causándole un gran dolor.
Mientras el monje soportaba el dolor físico, pensó: “He hecho un voto de alcanzar el estado de Buda. Si me enojo con la polilla sólo porque fue a chocar contra mis ojos no podré alcanzar la iluminación, mucho menos puedo ofrecer salvación a los seres conscientes. No sólo no debo guardarle rencor, sino que debo rezar por la polilla. Espero que no esté herida”.
Tan pronto como se calmó, el dolor también desapareció. Y su corazón se llenó de nuevo de luz y alegría: “La polilla está aquí para ayudarme a alcanzar el estado de Buda. Si en el futuro volviera a ser herido por un insecto, aceptaré la circunstancia y se lo agradeceré, porque los insectos también están aquí para mí”.
Iluminación
El viejo monje vigilaba al joven monje desde lejos y había observado todos sus pensamientos. Sabía que su discípulo había comprendido plenamente el significado de la vida. Cuando eres compasivo, pones a otros seres primero. Cuando nada obstruye tu pensamiento, naturalmente habrá una voluntad de progresar constantemente en el cultivo de la propia mente.
El joven monje volvió al templo y se inclinó ante el viejo monje. Le dijo: “Maestro, he llegado a comprender algunas cosas. Si me encuentro con un mendigo, debería darle algo de comida. Si veo a un pobre hombre, debo darle dinero y ropa. Si encuentro a un hombre herido, debo ayudarlo rápidamente. Todo lo que tengo es en beneficio a los seres conscientes, y estoy dispuesto a abandonarlo todo en cualquier momento”.
Sus palabras llenaron de admiración a todos los presentes; sólo el viejo monje permaneció indiferente y, después de escribir en un trozo de papel “no es una característica de redención”, se marchó.
Todos empezaron a susurrarse unos a otros. El joven monje, por otro lado, estaba perplejo. Fue un día lleno de alegría y luz. ¿Por qué el maestro dijo no es un rasgo de redención? Entonces comenzó a usar su sabiduría para comprender mejor la situación: “El Maestro siempre ha sido benevolente, especialmente conmigo. ¿Dije algo malo?”
Pensó en la mentalidad y actitud que tenía justo antes mientras hablaba con su maestro, y de repente entendió algo: “Puse demasiado énfasis en mis sentimientos. El maestro no está enojado conmigo, sólo me está probando. No sólo quiere que hable como un Buda, realmente debo alcanzar ese estado”.
Al recordar sus propias palabras, también se dio cuenta de otra cosa: “Puede parecer que no hice nada malo, pero mi mente no era pura. Quería que todos supieran lo benevolente y amable que soy y cuánto he mejorado en el cultivo de Buda. Pero ese no es el camino
correcto. Tan pronto como me lleno de mí mismo, mi mente ya no es pura, no tengo “ningún rasgo redentor”.
El viejo monje se quedó quieto en un rincón asintiendo con la cabeza: “Los pensamientos del joven monje son puros. Es capaz de repeler los pensamientos que lo distraen en todo momento, y puede anteponer la compasión a todo lo demás. Ha cumplido los requisitos para entrar en la tierra pura de Buda”.
En ese momento el joven monje ya no vio frente a él los edificios de este mundo mortal, sino la brillante tierra de Buda, y ascendió sentado sobre una flor de loto.
Artículo en inglés: How a Young Monk Became Enlightened
Traducción de Lucía Aragón