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La vida en una maleta

07/02/2021 10:32 0 Comentarios Lectura: ( palabras)

Hoy les presento un breve relato, pero bien podría ser verdad

               Ben Aísa esperaba el momento oportuno para colarse. Su único equipaje era una maleta vacía, vieja, raída, encontrada en un contenedor de basura. Sentado junto al andén de la estación de autobuses de Granada esperaba pacientemente. Sus ojos delataban el miedo que tenía a ser sorprendido. Los viajeros caminaban indiferentes, sin percatarse de sus intenciones, con las prisas con las que se va en un mundo donde los relojes imponen su tiranía. Quien repararía en él si era un pobre inmigrante con el pelo ensortijado, larguirucho y hambriento.

Había nacido en una aldea bajo las montañas Atlas. Era el hermano mayor de ocho y al cumplir los trece, su padre le dio un atillo con un poco de comida y lo instó a emigrar hacia España o Francia o cualquier lugar donde pudiera ganar algo de dinero para mandar a casa. Cruzar el estrecho le resultó fácil, un camionero despistado no se percató que había entrado en el contenedor mientras lo cargaban de mercancía.

Comía rebuscando en los contenedores de basura y así fue como encontró su inestimable amiga: la maleta marrón, desgastada por las esquinas de rodar perdida por los aeropuertos pero lo suficientemente grande como para servirle.

Las horas pasaban y la gente deambulaba, se sentaba, reía, lloraba, subía; bajaban de los autobuses, entraban y salían de la cafetería. Él seguía sentado, esperando la oportunidad.  Alguien le había comentado que un autobús lo llevaría hasta Barcelona. Sólo tendría que buscar la manera de esconderse en su interior. Sería el último del día, seguramente no habría casi viajeros en los andenes para percatarse de su maniobra. A ciertas horas, la estación queda prácticamente vacía.

Comía rebuscando en los contenedores de basura

El tiempo pasa lento, demasiado cuando esperamos. Sus tripas protestaban en manifestación por no recibir alimento alguno. Ben Aísa miraba su barriga y hacía un gesto de desconsuelo. Una joven lo observaba. No dijo nada para importunarlo. Simplemente se levantó y pidió en el bar un bocadillo de tortilla y una lata de refresco. Se acercó despacio y sin mediar palabra extendió sus manos para entregarle la comida. Él la miró y comprendió el gesto. Tampoco quiso hablar, no lo necesitaba, en su mirada quedó reflejada la eterna gratitud del momento. Ella se dio la vuelta y subió a un autobús. Hizo ademán de mirarlo pero se arrepintió en el último momento, no quiso molestarlo mientras devoraba el bocadillo. Prefirió guardar el recuerdo de aquellos ojos grandes, negros, para siempre.

Llegó el momento. El último autobús con las puertas abiertas y los viajeros subidos. El conductor no estaba, todavía no había hecho acto de presencia. El equipaje estaba depositado en el maletero. Parecía una bestia con las entrañas abiertas y las tripas esparcidas. Ben Aisa se levantó tranquilamente, cogió su maleta y la depositó junto a las demás. Miró a un lado, miró hacia el otro y la empujó un poco más y más hasta que tuvo que montarse para acercarla hasta la parte final, junto al motor. A una velocidad de vértigo, la abrió y se introdujo dentro. Era lo suficientemente grande como para esconderse dentro. Ahora tocaba esperar que cerraran el portaequipajes  y salir hacia la gran Barcelona. Se quedó dormido, como el recién nacido después de ingerir su toma. Despertó asustado pero no podía moverse, no debía hacerlo si no quería ser descubierto. Colocaron una maleta encima de la suya y otra y otra más. Sintió asfixiarse pero se mantuvo quieto, inmóvil, exánime, inanimado como la supuesta ropa que viajaba en aquella maleta marrón, rota, desgastada por los bordes.

El autobús arrancó y comenzó el viaje. Horas y más horas dentro de aquel maletero, dentro de aquella maleta. Entumecido, asfixiado, somnoliento, sudoroso, moribundo.

Todas las maletas han sido bajadas. Todos los viajeros se han marchado. Sólo una queda al fondo, junto al motor. Está medio abierta y tres dedos asoman por un lateral. La cremallera rota los deja entrever. El conductor asustado llama a un vigilante a grito pelado mientras la abre, éste avisa a los servicios sanitarios pero es demasiado tarde. Aquel joven de pelo ensortijado, larguirucho, delgado, hambriento de ojos negros, criado en alguna aldea de Marruecos que buscaba un lugar mejor donde echar raíces, aquel en quien nadie había reparado porque vivimos demasiado deprisa, porque vivimos en un mundo donde lo importante es llegar antes, ganar más dinero, aparentar más que los demás; aquel joven había muerto, se había dejado la vida en una maleta.@maljj71


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Maljj (22 noticias)
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