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En su apartamento de Trípoli, donde vivía hasta hace unos meses con su marido y sus seis hijos, Salma está sola, con su teléfono como única compañía. Los demás se encuentran en Alemania tras una travesía por el Mediterráneo a cargo de traficantes.
"Me hubiera gustado irme con ellos, pero tenía que quedarme para rembolsar los 4.000 dólares (3.730 euros) pedidos prestados para su viaje", explica esta mujer de 42 años, delgada, de tez morena y ojos color miel.
Salma, originaria de Alepo, llegó a Libia en los años 1990, como muchos sirios, en busca de trabajo. Se casó con Salim, un palestino con salvoconducto libanés con el que tuvo cuatro hijos y dos hijas, de entre 7 y 20 años.
Hace mucho que es la cabeza de familia. Su marido enfermó de Parkinson y más tarde sufrió una embolia cerebral que le impidió trabajar en su profesión, como mecánico. "Tenía apenas 27 años", recuerda con la mirada fija en una taza de café con cardamomo.
- El todo por el todo -
La situación financiera fue complicada durante años, pero no hasta el punto de separar a la familia. Después del derrocamiento de Muamar Gadafi, en 2011, Libia es pasto de las milicias y está inmersa en el caos. La situación se ha deteriorado aún más desde hace un año, lo que llevó a los hijos de Salma a plantearse huir al extranjero.
Su hijo Ayman, de 17 años, le suplicó que lo ayudara a ir a Europa tras ser secuestrado dos veces por unos delincuentes del barrio. "Junté el dinero, mil dólares (930 euros) y le dejé que probara suerte". Era en septiembre de 2014. Dos meses más tarde, consiguió el dinero para el mayor, Hadi.
Los dos partieron de Zuara (a 160 kilómetros al oeste de Trípoli) y desembarcaron en Sicilia (en el sur de Italia) donde las autoridades les dieron 75 euros para ir en tren a Milán (en el norte de Italia) y de allí a Alemania. Una asociación se hizo cargo del más joven.
Pero Salma seguía preocupada por su marido y sus otros hijos. "A mis hijas las acosaban constantemente, no sólo porque son guapas", dice sin vanagloriarse de ello. "Como eran extranjeras y con un padre enfermo, son vulnerables", explica.
La familia se mudó en varias ocasiones, pero siempre había hombres armados que intentaban secuestrar a las muchachas. "Me resigné a que se quedaran en casa, arriesgándome a arruinar su futuro". Su desesperación la empujó a intentar el todo por el todo.
- "Una vida sin sentido" -
Su marido, sus hijas May (20 años) y Mona (16) y sus hijos Omar (12) y Manar (7) huyeron en abril de 2015.
El más pequeño debía quedarse con ella, pero cuando lo vio "desamparado ante la idea de tener que separarse de su padre", Salma cedió. "Fue como si me partieran el corazón", recuerda.
Sola y endeudada, cocina de vez en cuando para bodas y realiza gestiones administrativas para comerciantes, ocupaciones que no le permiten pagar el alquiler, reembolsar las deudas y ahorrar para el viaje.
En Alemania, la familia está separada. Los dos que se marcharon primero se encuentran en Múnich (sur) y Düsseldorf (oeste). Las autoridades instalaron a los más jóvenes con su padre en una casa cerca en Fráncfort (oeste), para que el hombre pueda recibir tratamiento médico. Todos estudian alemán y confían en recibir el estatuto de refugiado.
Gracias a las aplicaciones de Skype y Viber, Salma está al tanto de sus vidas. "Mona y May me llaman cuando Omar no quiere levantarse para ir al colegio. A miles de kilómetros, yo soy la que los motiva", cuenta con una sonrisa, visiblemente contenta de que sus hijos todavía la necesiten. "Mi vida aquí no tiene sentido sin ellos, pero me consuela saber que están bien y que tienen un futuro. Los sacrificios valen la pena", afirma.
A ella también le hubiera gustado cruzar el mar, pero sus hijos la instan a esperar a que reciban el estatuto de refugiados para poder pedir la agrupación familiar. Esta travesía "fue la peor experiencia de nuestra vida", le contaron sus hijas May y Mona.