¿Quieres recibir una notificación por email cada vez que Rlongoria escriba una noticia?
El proceso civilizatorio se ve cuestionado por un mensaje totalmente contradictorio emitido por el mundo de la farándula
La base constitutiva de la modernidad es la racionalidad, en la medida que ésta debe guiar todos y cada uno de los procesos sociales. En función de la expansión e incorporación de la racionalidad en el tejido social se establecen mediciones generales sobre el estado del proceso civilizatorio.
Naturalmente, civilización es una categoría eurocentrista, que juzga el proceso en las realidades externas desde su propia perspectiva, poniendo el acento en el mayor o menor parecido con los procesos europeos de occidente. Cabe señalar que el proceso civilizatorio, a groso modo, es un esquema de reglas y parámetros que surgen desde la ilustración para imponerse al resto europeo y a los mundos colonizados al menos en su primera etapa, para definir el rumbo correcto para una sociedad completa.
Lo importante del asunto es que, en la medida que la racionalidad sea una estructura extendida y cotidiana, se evalúa en menor o mayor el estado de civilidad. Esto implica que se puedan verificar procesos complementarios e igualmente valiosos, que cierran una especie de círculo virtuoso que soporta las dinámicas de la racionalidad. En este sentido es que la meritocracia y los valores adquiridos se superponen a la biología y las herencias o lo valores adscriptivos. O en otras palabras, parte de lo que sustenta al proceso civilizatorio es el esfuerzo, el desarrollo de las capacidades y las habilidades, frente a lo que se hereda por linaje o por genética, pues esto supone límites al mayor desarrollo.
El mundo del espectáculo lejos de ser un estímulo al proceso civilizatorio, es su antítesis, es una forma sofisticada de impulsar la barbarie y la reproducción de los valores pre ilustrados
No obstante, en el negocio del espectáculo es posible observar cómo se opera de manera contraria a los valores originales del proceso civilizatorio. Independientemente que se denomine como artistas a sus participantes, se da por hecho que logran lo que se dice que hacen, esto es, se contempla por actor o actriz, o cantantes a todos y todas las afamadas personas que han logrado gran popularidad en los medios masivos de comunicación, sin que ello sea necesariamente cierto o preciso.
La imagen es mucho más importante que cualquier talento, lo importante es que los rostros y cuerpos vendan sin importar si en realidad se trata de personas con el talento que anexa en sus respectivos currículums. De este modo, La virtud que supone la competitividad y el mérito quedan relegados por las herencias biológicas y la construcción artificial del cuerpo, lo que se convierte en un mensaje contradictorio a la sociedad.
Esta paradoja genera una gran confusión pues, quién no quiere gozar de fama, dinero y tener las parejas que todo mundo anhela, y todo ello sin grandes esfuerzos académicos e intelectuales. De este modo, el mundo del espectáculo lejos de ser un estímulo al proceso civilizatorio, se convierte en su antítesis, en una forma sofisticada de impulsar la barbarie y la reproducción de los valores pre ilustrados.
La virtud que supone la competitividad y el mérito quedan relegados por las herencias biológicas y la construcción artificial del cuerpo