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"Ahora que estamos aquí, papá está mejor", afirma con una tímida sonrisa Malak, una desplazada iraquí de once años, que dice "volver del infierno" tras haber pasado dos años en una ciudad controlada por el grupo yihadista Estado Islámico (EI).
A su lado, Faysal, de la misma edad, también habla como un adulto. "Queremos volver a casa, mi padre no encuentra trabajo, tenemos frío y estamos mal alimentados", cuenta este niño, el mayor de cinco hermanos, desde una tienda de campaña de Unicef en el campo de desplazados de Hasancham, que sirve de escuela.
Aquí, entre las lecciones y las actividades lúdicas, es el único lugar donde estos pequeños iraquíes "vuelven a ser niños", explica Maulid Warfa, que dirige la oficina de Unicef en Erbil, en el norte de Irak.
"Vieron destrucciones, vieron la muerte, vivieron en medio de duros combates, escucharon enormes explosiones...", enumera Warfa.
"Todo eso tiene un impacto en el bienestar psicológico y social de los niños", que constituyen la mitad de la población iraquí, y la misma proporción entre los desplazados, agrega.
Estos niños son adultos mucho antes de lo que les toca, y a menudo conforman el principal sostén de sus empobrecidas familias, enlutadas y desplazadas por la guerra.
En las calles del campo de Hasancham, donde viven Malak y Faisal, unas niñas tienden ropa para secar o ayudan a su madre a lavar la vajilla.
Los niños, por su parte, ayudan a sus padres a transportar cajas o paquetes de ayuda humanitaria.
"Es necesario que salgan de las tiendas para hablar con otras personas que los escuchen, en vez de seguir oyendo a sus padres hablar de la guerra", dice Suzdar Saleh, psicóloga de la ONG internacional Terres des Hommes, que cada día ve desfilar a los niños iraquíes desplazados por la irrupción en 2014 del grupo Estado Islámico en su región.
Malak, que estuvo sin escolarizar durante dos años, viene cada día a la escuela de la Unicef para estudiar, con la esperanza de convertirse en "periodista o médica".
Los administradores del autoproclamado califato del Estado Islámico en su localidad abrieron escuelas "de pago", que imponían a las niñas el uso obligatorio "de un largo velo negro".
"Allí no nos enseñaban cosas para ser ingeniero o médico, sino que 'una metralleta más una metralleta es igual a dos metralletas'", cuenta la niña.
Hace años que las organizaciones internacionales se alarman por la situación de los niños en Irak, país que hace apenas unas décadas era citado como un ejemplo de educación y salud infantil en la región.
El Estado Islámico ha enrolado en los grupos armados a varones adolescentes, e incluso niños, y convertido a las niñas y jóvenes en esclavas sexuales.
Un niño de cada tres necesita ayuda humanitaria en Irak, sostiene Unicef.
Más de 3, 5 millones de niños no van a la escuela, agrega.
En los últimos 30 años, Irak ha pasado por numerosos conflictos y guerras, pero desde que el EI se instaló en Mosul, en el norte del país y de donde son Malak y Faisal, se hundió en el caos.
La violencia está en todos lados, desde los manuales escolares hasta el hogar.
"Papá era policía antes y la gente del EI amenazaba con degollarlo", cuenta Malak, envuelta en un largo abrigo de lana negra.
Hoy, lejos del EI, incluso "bajo el frío" y alojados en tiendas de campaña, "estamos felices, incluido papá", sostiene la niña.
"Papá y mamá juegan con nosotros, nos divierten para que olvidemos, porque, ahora sí, hemos recuperado nuestra vida tras pasar este infierno", dice Malak.
Por su parte, Faisal no logra olvidar "las explosiones, los aviones, las bombas" que empujaron a su familia a refugiarse en casas de familiares en la periferia de Mosul.
"El ruido no terminaba nunca, no podíamos dormir", recuerda este muchacho delgado, cuyos ojos negros están en constante movimiento.
El ruido es la palabra más recurrente en la boca de los niños que atiende Suzdar Saleh.
"Cuando escuchan el ruido de un avión, tienen la impresión de que lo que les pasó vuelve a repetirse", explica la psicóloga.
No obstante, Faisal, en camino de recomponerse del trauma, ha conseguido dar pasos importantes. "Estoy contento", confiesa, "porque ahora duermo".