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¿Es el complejo de Edipo la piedra angular de la teoria de Sigmund Freud?
Para Sigmund Freud, todos nuestros comportamientos patológicos tienen un origen en la vida sexual. Sin embargo, la concepción del científico austríaco sobre el término en sí, era algo más amplia de lo que lo es hoy en día: no se trata de un placer puramente genital, sino que se nos presenta mediante lo que él denomina energía libidinal, entendida vulgarmente como el placer que produce sobre el cuerpo una experiencia cualquiera.
Acorde a Freud, todo ser humano nace con una estricta necesidad substancial de placer, lo que evidencia que los niños disponen de vida sexual. Para ejemplificarlo, Sigmund hace una clara distinción entre los dos placeres que rigen el funcionamiento mental de todo individuo:
Asimismo, Freud relata la experiencia edípica como la más importante de la vida. En ella, el niño –llegado cierto momento de su maduración psíquica–, localiza el placer en el cuerpo de la madre. La fantasía de placer con respecto a su madre, sin embargo, se ve obstaculizada por el padre, quien parece estar constantemente vigilándola. Es entonces cuando aparece por primera vez el sentimiento de culpa: la no distinción entre la fantasía y la realidad hace que el niño se sienta en la obligación moral de olvidarse y apartarse de la madre. El resultado de ocultar esa experiencia traumática, y por lo tanto, protegerse, no es otro que el de la creación del inconsciente.
Así pues, Freud pone de manifiesto su primer gran fundamento a partir del cual nacerán sus posteriores conclusiones: nuestra vida psíquica depende mayormente de la sexualidad, por lo que toda enfermedad o síntoma de la misma, no es más que la manifestación de una experiencia sexual no resuelta durante la infancia.
La fantasía se nos presenta como el centro de la vida psíquica
Uno de los pilares de mayor relevancia del psicoanálisis freudiano es el de las pulsiones, es decir, el de las representaciones neurológicas de las necesidades físicas. Una vez entendida una pulsión como ese impulso que proviene de nuestro inconsciente, que estimula y se hace sentir, para conseguir o satisfacer una necesidad fisiológica o psíquica, Freud procede a edificar el resto de su hipótesis. En distinción con el instinto animal, el cual se dirige hacia un objeto o meta en concreto, las pulsiones humanas tienen una mayor libertad en la selección del mismo. Dentro de las pulsiones que percibimos, cabe destacar las de carácter sexual, que son al mismo tiempo las que disponen de una mayor libertad de elección. Éstas son percibidas en forma de representaciones funcionales (símbolos + imágenes). No contento con esto, Freud reconoce en todas las pulsiones de esta misma condición, su capacidad de ser modeladas o construidas gracias a la función que lleva a cabo la fantasía, que se encarga de adaptarlas a imágenes. Es aquí cuando aparece el concepto de plasticidad funcional o sublimación, y es que debemos convertir cada objeto inalcanzable en un sustituto por tal de evitar una represión sexual. La simple transformación del objeto originariamente sexual, hacia el cual están dirigidas todas nuestras pulsiones, en uno de ideal, y por lo tanto, el desvío de las mismas hacia una función social más útil o aceptable, hacen del mundo humano el resultado de una energía sexual transformada en objetos. Dicho de otra manera, parte de nuestras pulsiones sexuales han sido sacrificadas para edificar el mundo en el que vivimos. Aun así, la canalización de las pulsiones sexuales y su posterior conversión en obras sociales de mayor beneficio como la ciencia, el arte o el trabajo, proporcionan un grado de placer bastante más reducido que el inicial. Consideramos por lo tanto, que es una satisfacción protegida de riesgos, una especie de precio a pagar a la civilización, puesto que si estuviésemos constantemente buscando placeres propios, toparíamos con las leyes como sinónimo de realidad.
La fantasía, un aspecto el cual ha pasado prácticamente inadvertido hasta el momento, es el inicio de la teorización de Freud y el punto de partida de la división entre consciente e inconsciente. Ésta se nos presenta como el centro de la vida psíquica. Actúa como mecanismo de simulación corrigiendo la realidad para que ésta resulte apta a la hora de llevar a cabo nuestros deseos. Freud argumenta que la formación de la fantasía se produce mediante fusión –unión de elementos ajenos– y distorsión –transformación de la realidad en una fantasía similar–. La fantasía, por lo tanto, descompone o fragmenta los elementos que constituyen la experiencia y los convierte en imágenes diversas para una más fácil manipulación. Es entonces cuando Sigmund habla de una subdivisión de sistemas con diferencia de régimen:
Excluida la hipótesis de que consciente e inconsciente dependen de cargas energéticas diferentes, Freud llega a la siguiente conclusión: la representación consciente integra la figura visual más su correspondiente representación verbal, mientras que la representación inconsciente se limita a la interpretación de la cosa. En pocas palabras, la consciencia es el lenguaje, y el inconsciente la imagen. Como territorio fronterizo entre ambos sistemas se encuentra el preconsciente, el cual Freud entiende que nace a consecuencia de la sobrecarga de la imagen de la cosa por su conexión con las representaciones verbales que le corresponden. En esta distinción, la palabra es el instrumento que interviene en el consciente y que racionaliza las imágenes del inconsciente. Tanto la palabra como el lenguaje son la manifestación interior psíquica del principio de realidad encargado de lidiar con el principio de placer que el niño lleva dentro.
Por último, en relación al capítulo de la orientación sexual, Freud asegura que ésta es construida a partir del superyó, en base a las leyes morales. El niño, en su anatomía, tiene órganos masculinos y femeninos, por lo que busca placer sin diferenciar. A modo de ejemplo, las cosquillas en cualquier parte del cuerpo provocan estimulación. No obstante, el niño ve reprimido su deseo sexual por las leyes sociales morales, las cuales determinan las formas en las que podemos encontrar placer y no ilustran los caminos a seguir.
Nuestra vida psíquica depende mayormente de la sexualidad, por lo que toda enfermedad o síntoma de la misma, no es más que la manifestación de una experiencia sexual no resuelta durante la infancia