Ésta es mi historia y la de dos menores que nada tienen que ver con la burocracia que los mantiene alejados de su padre y de una vida digna y llena de amor
Me llamo David, tengo 45 años y soy electrónico
Hace 3 años la madre de mis hijos decidió, por su cuenta, volver a Brasil, su país de nacimiento y llevárselos sin mi consentimiento. Fue el 5 de Abril del 2012. Sentí miedo. Se me hizo un nudo en el estómago cuando una profesora de su colegio me llamó para decirme que hacía tres días que los niños no iban al colegio, y que era imposible ponerse en contacto con su madre ya que el teléfono estaba desconectado.
En ese momento su madre y yo estábamos separados. Y ese día, que recuerdo como uno de los peores de mi vida, el mundo se me cayó encima. Se los había llevado muy lejos y no tenía como contactar con ellos, oír sus voces, saber que estaban bien. La incertidumbre te hace creer que todo es irreal, una pesadilla de la que quieres despertar cuanto antes. Me sentía perdido en la desesperación y desorientado.
A los tres meses (fueron tres meses en los que por mi cabeza pasaron mil posibilidades. Yo sólo quería saber que mis hijos estaban bien y que volvieran a casa), los localizaron en Brasil. La incertidumbre, la desesperación, el temer por su seguridad, la rabia por no poder hacer nada más legalmente, no impidieron que siguiera buscando la forma de traer a mis hijos de vuelta junto a mí.
En este tiempo, el apoyo más grande, lo he recibido desde Madrid, con el departamento de Cooperación Jurídica Internacional, aunque desde el primer momento me dejaron claro que era una situación muy difícil de resolver; ellos harían todos los tramites posibles.
Era la primera vez que veía una luz en el camino de recuperar a mis hijos y que alguien intentaba que la situación se resolviera. Con el tiempo conseguí hablar con mi hija, de manera regular, por teléfono.
La situación había cambiado, siendo un sentimiento de tristeza y resignación el que se adueña de mí por la lentitud legal y burocrática: en varias ocasiones mi hija, me dice:
¡Papá, estate tranquilo que cuando seamos mayores de edad, nadie nos impedirá volver a tu lado!
En diciembre del 2014, tras el fracaso económico de mi ex esposa, ella quiso llegar a un acuerdo porque no tiene medios suficientes para darles la educación que merecen ni tan siquiera, una cena cada noche o una cama digna donde dormir en lugar de hacerlo tirados en colchonetas en el suelo de un pequeño cuarto en una tienda de animales, sitio en el que ahora viven y del que apenas pueden salir por miedo a su seguridad y su integridad.
Siento impotencia y rabiacuando sé que podrían estar ya a mi lado, yendo al colegio, comiendo y cenando cada día en lugar de pasar por penurias y estar tristes porque apenas pueden salir a la calle por si les pasa algo malo en ese país.
Temo por la seguridad de mis hijos, retenidos en Brasil
Por supuesto accedí enseguida al acuerdo para que mis hijos regresaran a mi lado, ya que no ha habido ni hay, nada que más desee en este mundo: yo les puedo proporcionar estabilidad económica, educativa y emocional.
Era la primera vez desde que ella se los llevó, que mi corazón comenzaba a sentir alegría y felicidad, tras casi tres años de miedo, incertidumbre, desesperación y muchas lágrimas: podría por fin volver a verlos y tenerlos a mi lado: darles un futuro, con comida, cama, techo, estudios y todo mi amor.
Con todo tramitado, y un trabajo preciso por parte de las autoridades centrales de España y de Brasil, por fin encontraba un poco de paz y de esperanza.
Pero el tiempo se va alargando y solo falta la firma del juez brasileño.
Mi alegría se va transformando en angustia y me inunda la tristeza, el miedo y de nuevo la incertidumbre, porque esta situación la están viviendo un niño de 11 años y una niña de 13.
Están entregados todos los papeles que desde Brasil pidieron, pero falta una triste firma. La del juez.
Cada vez que hablo por teléfono con mis hijos, les doy palabras de aliento con la esperanza de que pronto estén a mi lado. Se me rompe el corazón, pero debo darles fuerzas cuando se derrumban en sollozos.
Y yo me pregunto: ¿por qué siguen lejos de mi si ya hemos llegado a un acuerdo, y toda la documentación ya ha sido entregada?
Me duele el corazón y se me encoge, viendo que ellos no están conmigo porque un juez brasileño impide la devolución de sus documentos de identidad españoles.
Espero que esto llegue a su fin lo antes posible: yo como adulto puedo resistir el miedo, el dolor y la incertidumbre, pero la peor parte se la llevan ellos, los niños, que para la edad que tienen, vivir esto significa tristeza, desolación y no entienden nada de nada. Son pequeños para vivir en esa tristeza.
Es una desoladora vida la que están teniendo y no dejaré que de ningún modo dure mucho tiempo más.
Ahora siento rabia de protesta, indignación ante el terrible atentado contra sus derechos como niños y frustración por no encontrar la manera de que esa firma que falta, llegue de una vez por todas. Es mucho tiempo separado de mis hijos y sólo anhelo tenerlos pronto a mi lado para darles esa vida que merecen y que nunca nadie tuvo que haberles robado.
La madre de mis hijos, decidió por su cuenta, llevárselos a Brasil hace tres años
David Fiego Rubio
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