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La AFP necesitó semanas de investigación para localizar a uno de los jóvenes afganos secuestrados, escapado por poco a una vida de esclavitud sexual en manos de un policía. Pero romper su silencio llevará aún mucho tiempo.
Incapaz de explicar lo que vivió dos años antes, de volver a vivir su vida con normalidad, mantiene la mirada fija en su taza de té.
Pertenece a una de las 13 familias entrevistadas por la AFP en el marco de una serie de artículos sobre las víctimas del 'bacha bazi', una tradición centenaria que consiste en convertir a jóvenes muchachos en esclavos sexuales y está muy extendida entre las fuerzas del orden afganas.
Una primera investigación en junio reveló cómo los insurgentes talibanes reclutaban a estos chicos como "caballos de Troya" para atacar desde dentro a los policías que habían abusado de ellos.
El presidente afgano, Ashraf Ghani, se comprometió entonces a hacer una "investigación en profundidad" y Washington exigió el cese de los abusos en este país aliado y beneficiario de importantes ayudas financieras y militares.
La suerte de las familias, generalmente abrumadas por la vergüenza y destruidas por la pena, raramente se conoce.
En Afganistán, los 'bachas' son descritos frecuentemente como chicos vendidos por sus familias, demasiado pobres, o atrapados por regalos o el espejismo de una vida fácil.
Los testimonios recogidos por la AFP en varias provincias a lo largo de varios meses hablan de secuestros en todos los casos.
Algunas familias viven en zonas de difícil acceso y no han podido dar su testimonio.
Otras prefieren no hablar por miedo a las represalias: "Su artículo no me devolverá a mi hijo, no cambiará nada", dijo un padre doliente a la AFP.
Contrariamente a otros muchos secuestrados, el chico de la taza de té pudo escapar gracias a la intervención de un tercero con influencias y poder, pero su trauma es visible.
"Sus cicatrices tardarán en curarse", considera el padre. "Es como un muerto viviente", sentencia.