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El planteamiento existencial de Sartre, a pesar de su protesta de que esta filosofía era de compromiso y de la acción, adoptaba una óptica individualista o subjetiva que lo disparaba fuera del ámbito en el que la filosofía es capaz también de encarar la dimensión social e histórica del hombre y de su mundo. Faltaba a este existencialismo, como filosofía, el asumir explícitamente una instancia histórico-práctica, necesidad esta que Sartre vivió personalmente desde su propio talante de hombre comprometido con los problemas de la postguerra y con la Resistencia francesa en concreto. La última gran obra de Sartre, Crítica de la razón dialéctica, publicada en 1960, vino a marcar el momento de cambio, o más exactamente, de autosuperación de este existencialismo, en un intento de suprimir esa carencia. Pues bien, en esta obra Sartre entra en diálogo con el marxismo, en un alarde ambicioso, que se sitúa en la línea de las grandes filosofías críticas de la modernidad. La Crítica de la razón dialéctica se propone un examen crítico de la razón con el deseo de que reoriente críticamente su marcha. Pero es naturalmente un examen de la razón, a la altura del tiempo presente, una época instalada ya en un estadio en el que la filosofía, lejos de contentarse con pensar el mundo ha de transformarlo, como expresa, la undécima de las Tesis sobre Feubarch. Esa es la esencia insuperable de la filosofía marxista, o más exactamente, de la inversión hegeliana que la filosofía marxista quiere ser. Y con ello cuenta con Sartre. De acuerdo con ello, la obra sartiana es una reflexión que se encuadra en dos coordenadas o tesis fundamentales que muy en resumen podrían definirla: en primer lugar y como supuesto, Sartre entiende y defiende que el marxismo es la filosofía del tiempo presente. Ho hay la filosofía, sino filosofías, pero, en cada tiempo histórico, una y sólo una es o puede ser la filosofía viviente, en la medida en que totaliza el saber de la época y es "un cierto modo de tomar conciencia de sí por parte de la clase ascendente". Y una filosofía así, viviente, es insuperable mientras no se modifican las circunstancias históricas que le han dado vida. Si ello es así, cualquier otra filosofía coetánea de la filosofía viviente es Ideología. Según esto, Sartre ha de reconocer que el existencialismo, en el seno de una época interpretada de modo genuino o vivo por el marxismo, sólo es, sólo funciona como ideología. Sartre matiza distinguiendo diversos existencialismos, y matiza igualmente la tesitura ideológica de los mismos en relación con el marxismo. Sartre entiende que su existencialismo se ha desarrollado como una ideología al margen del marxismo, pero no en contra de él. Pero -y esto es lo decisivo- el marxismo está esclrotizado o en trance de esclerotización. El marxismo ha cristalizado como una teoría hermética e inflexible, al mismo tiempo que su praxis ha devenido un practicismo sin principios. Es en este punto cuando podemos entender lo que es la tesis de su obra, respecto de la cual la primera es una suerte de prenotando, a saber: Sartre entiende que hay que reconducir el marxismo a su condición de posibilidad; o de otra manera, que hay que establecer críticamente el principio que fundamenta al materialismo histórico. Este principio no es otro que la estructura misma de la existencia. La "crítica de la razón dialéctica", al establecer que la estructura de la libertad o existencia es la estructura principal de la dialéctica, su condición a priori de posibilidad se convierte en una suerte de reconquista antropológica o humanismo del marxismo. La obra en algún momento se define a sí misma como "prolegómenos a toda antropología futura..." reafirmando así una vez más su paralelismo con la tarea kantiana. Si ése es el principio de la dialéctica, si la existencia es la clave principal de una razón dialéctica, esto significa que la Dialéctica no puede aparecer como Historia y como Razón histórica al margen de su fundamento; lo cual entraña que Sartre realiza con esta crítica un rechazo radical de las tesis del materialismo dialéctico, tesis que a Sartre le parecen un dogmatismo puro.