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U blanca piel se ha tornado rojiza y su infantil cuerpo parece haberse fortalecido tras varios días de montar en bicicleta hasta llegar al santuario mariano de San Cristóbal en esta capital yucateca. Los ojos de José se tornan acuosos conforme avanza por la parte central de la vetusta iglesia, sin saber si es por la emoción de visitar a la Virgen de Guadalupe desde una lejana ranchería chiapaneca o la negativa de su hermano mayor para avanzar de rodillas al altar principal. Así, con la cara llena de hollín, balbucea unas palabras inteligibles para los peregrinos peninsulares, quienes ven en las facciones finas del visitante el contraste con la de sus acompañantes, morenas como los de la Virgen. José de inmediato se suma a la plegarias de miles de personas venidas de diversas partes del estado, de la Península de Yucatán y del sureste mexicano, para cumplir con su manda, para rendirle culto a la Virgen Morena; de paso, pedir su auxilio. Afuera del templo, los más devotos llegan en bicicletas, en motos, en camionetas o a pie para rendir tributo a la "Madre de los mexicanos", como reza una de las mantas que porta uno de los peregrinos. Pero, también, se encuentran aquellos que venden a precios irrisorios una vela, una veladora, un escapulario, una imagen, un texto para hacer la novena al santo de su preferencia, al que vende flores marchitas por el aire y el sol. El tiempo no ha impedido este día cumplir con la promesa de hace un mes, de hace un año, por conseguir trabajo, por darle un hijo, por sacar buenas calificaciones, por ayudar a la madre biológica morir en paz, sin sufrimiento, con la bendición de Dios. Los alrededores del templo de San Cristóbal se han convertido en enormes dormitorios, en un punto de descanso para comentar las incidencias del viaje, para sufrir los calambres de las piernas, fumar un cigarro y hasta, por un error involuntario de la costumbre, decir una mala palabra. Los arreglos florales, esos que cuestan más de tres salarios mínimos, llegan en menor medida que en otros años, no sólo ante el incremento en su precio, sino a lo "pobre" que ya están respecto al número de flores, la especie y la variedad. Pero a la Virgen, responde una religiosa a una familia apenada por el modesto regalo, "no le importa pues es nuestra madre y lo único que le interesa es que hagamos su voluntad, tengamos un buen comportamiento". Las bendiciones de los seminaristas a los peregrinos parecen ser parte de una grabación repetida miles de veces; sus rostros cansados y agobiados por el calor provocan por momentos molestias entre los visitantes menos devotos cuando les indican la mecánica de ingreso o cuando los invitan a participar en la misa. Para entonces, José se seca las lágrimas vertidas en las bancas y mira de reojo a su hermano que le sonríe como un padre, seguros de que sus madres, tanto la que les dio la vida, como la que alimenta su espíritu, los vigilan y cobijan desde el cielo.