El discurso supremacista provoca fanatismo, el fanatismo induce odio y el odio, casi siempre, seduce a los violentos. Tal es el caso de la terrible masacre perpetrada hace unos días por un joven estadounidense identificado como Patrick Wodd Crusius, en una tienda comercial en El Paso, Texas.

Si bien no se puede culpar directamente al presidente Donald Trump de que un psicópata con ideología de extrema derecha apriete el gatillo de un rifle de asalto, sí podemos responsabilizar al mandatario estadounidense de promover doctrinas racistas en contra de la comunidad latina y los indocumentados que pretenden alcanzar “el sueño americano”.

Y es que la arenga discriminatoria que Trump ha manejado desde su pasada campaña presidencial, ha permeado en grupos supremacistas de raza blanca que se identifican con el pensamiento racista que etiqueta a los latinos como: “invasores”, “delincuentes”, “violadores”, “narcotraficantes” y un largo etcétera. Si bien es cierto que dichos grupos no son nuevos, fue a partir de la llegada del millonario republicano, que las hordas de segregacionistas salieron de sus escondrijos para mostrar sus simpatías hacia la construcción del muro fronterizo con México y la deportación en masa de todo lo que parezca latino.

El grave problema es que para los fanáticos racistas, la propaganda política de Trump es interpretada como un llamado a la guerra, tal y como lo podemos constatar en el “manifiesto” que el asesino de El Paso publicó previo a su ataque terrorista, pues en dicho documento, queda plasmado que la finalidad del joven Patrick era la de asesinar la mayor cantidad de mexicanos para provocar, con ello, infundir miedo y que la comunidad latina huya del país de las barras y las estrellas.

Se quiera o no admitir, para los herederos del Ku Klux Klan y el “White Power”, Donald Trump es el líder que durante años han esperado. Un racista provocador, un político sin escrúpulos que con tal de empoderarse, ha sido capaz de excitar a los psicópatas gringos de ultraderecha y a los grupos más conservadores de la colectividad norteamericana.

Siento afirmar (espero equivocarme) que lo ocurrido el pasado fin de semana en Texas, es solo el principio de una serie de agresivos ataques, armados y/o políticos, que la comunidad latina está por sufrir. Por ello, es importante que los gobiernos de los países latinoamericanos levanten la voz para mostrar su repudio y exigir un alto hacia las embestidas que padecen sus connacionales.

La xenofobia es probablemente uno de los canceres más peligrosos que una sociedad puede padecer, y tristemente, hoy sufrimos de esa enfermedad a nivel mundial. Y es que la llegada al poder de tipos como Trump (EE.UU.), Bolsonaro (Brasil), así como el avance de partidos políticos con tendencias xenófobas en Europa, han resultado en la resurrección de los más retrogradas pensamientos de fanáticos frustrados.

No cabe duda de que los perros están sueltos en el mundo; de sus hocicos escurre espuma de rabia y en sus ojos enrojecidos se distingue la mirada de resentimiento. Pero son débiles y cobardes, acabar con ellos no es difícil, solo basta con que todos aquellos que buscamos un mundo más equitativo y justo, condenemos, señalemos y sobre todo, actuemos para evitar la propagación de eso que, orgullosamente, los imbéciles llaman: “supremacía”.