¿Quieres recibir una notificación por email cada vez que Antonio Lerma Garay escriba una noticia?
Un hombre de cincuenta años de edad, que jamás había tenido esposa ni mujer, vivía solo en su casa, sintiéndose solitario y deprimido. El pobre anhelaba tener una compañera en el otoño de su vida, pero ninguna mujer le hacía caso. Una noche de invierno fue a la cama solitario como siempre, pero antes de dormirse o rezó, oró y le imploró a todos los santos le concedieran una mujer. Minutos más tarde, en los sueños se le apareció primero un santo, a quien le dijo:
- Querido y milagroso San Javier,
concédeme el amor de una mujer.
A lo que éste le respondió:
- Una mujer muy pronto tendrás,
siempre y cuando no pidas de más.
Un poco más tarde, el hombre pareció haber olvidado algo, y pidió:
- Pero para favor, Santa Clara
quiero que sea de bella cara
Una hora más tarde le pidió a otro:
- Querido Santo Daniel,
que sea de suave piel.
Luego le dijo a otro de los santos:
- Pero te ruego, San Juan Nepomuceno,
que ella sea de grandes y bellos senos.
Al rato le rogó a uno más:
Por favor San Buenaventura
que sea de muy fina cintura.
A San Javier ya le parecía excesiva tanta petición del hombre solitario, pero lo comprendió. Sin embargo, el mortal volvió a pedir un atributo más, y le rogó al santo de su devoción:
- Pero sobre todo, Santo Niño de Atocha
Haz que tenga que tenga bien rica la
En ese instante San Javier lo despertó y el hombre no pudo terminar su ruego al santo niño. Y así fue como, por demandante, años más tarde murió solo sin una mujer.