P Orque yo también fui a la EGB. Como muchísima gente de mi generación (¿no estoy obligada a revelar mi edad, verdad?), acabé 8º de EGB, hice el insti y me presenté a Selectividad; es más, según parece, mi promoción fue de las últimas, no estoy segura si la penúltima —del plan antiguo, se entiende—. Si he de ser sincera, siempre me he considerado una privilegiada por haber vivido mi infancia en los 80′ y mi adolescencia en los 90′. Que sí, puede que la moda y muchas cosas fueran algo horterillas — no como en los 70′, eh — , pero participé de la transición de lo analógico a lo digital : llegué a copiar casetes de Prodigy (¡alma de piratilla!); a ir al instituto escuchando a mis ídolos de teeneger en mi nuevo y flamante walkman, y, como no, conseguí que mi madre me regalara la primera Game Boy , aunque en realidad le había rogado por una «maquinita», de esas que vendían en las gasolineras a 1.000 pesetillas, ¡con la paga semanal no daba para nada! —imprescindible leer Confesiones de una videogamer.

Desempaquetando mi ejemplar de «Yo fui a EGB», ¡atención al packaging!

De igual modo, jugaba a las canicas, al trompo, saltaba a la comba, trepaba por unas tapias y me hacía rasguños (auch, así estoy: llena de marcas de guerra); montaba en bicicletas oxidadas que nos encontrábamos por ahí; le pegaba patadas a los chicos (je, solo a los malos); me tiraba por las bajadas con trozos de madera — espero que esto no lo lea mi madre; me salva que ella sabe que era bastante «osada» — ; coleccionaba fascículos de cualquier cosa que sacaran, desde cómo aprender a hacer magia, coser títeres, hasta cursos de inglés de la BBC… y, por supuestísimo, ¡mis cómics de la Marvel! (ver aquí) ; en el verano, principalmente, leía un montón de libros, a mis referentes: Edgar Allan Poe, Julio Verne, Charles Dickens, Hans Christian Andersen, Jonathan Swift y un largo etcétera, mientras me comía esos flashes gigantes que te destrozaban las comisuras de los labios — posteriormente, escribía fichas de cada obra para registrar en mi pequeña biblioteca. No recuerdo el nombre de la profesora que me enseñó a hacerlo, pero fue una idea brillante para cultivar la literatura en una niña — ; veía mis series de televisión preferidas tales como He-Man, Heidi (?), la Abeja Maya, Barrio Sésamo, etc., y películas Disney —mi madre asegura que lloraba a moco tendido con Alicia en el país de las maravillas— ; escribía historias y poemas ñoños y garabateaba con carboncillo en libretas; disfrutábamos en familia del Monopoly y de los puzzles de 1000 piezas… Vamos, que, paralelamente, asistía al auge (porque el nacimiento fue mucho antes) de la democratización de la tecnología . Esta última supuso para mi generación poder combinar el magnífico mundo de los juegos «en la calle» con el descubrimiento de todo lo que podía hacer por nosotros. Es más, creo que somos los que tenemos «un no sé qué, que qué sé yo» para lo digital . Solo los de mi quinta entienden a qué me refiero.

En definitiva, que todo el rollo anterior es para resumiros lo mucho que me está gustando el libro de Javier Ikaz y Jorge Díaz, «Yo fui a EGB», y que se lo recomiendo a todo aquel que piense que «no somos nostálgicos, más que nada, porque no hay nostalgias como las de antes». Un libro que nació del éxito del blog de título homónimo, y que hará las delicias de las generaciones desde los 70′ a mediados de los 90′, ya que es una especie de enciclopedia divida en diez temas «[...] que todos hemos vivido y que van desde las chucherías y lo que comíamos en aquella época, cómo vestíamos, lo que veíamos en la tele y la música que escuchábamos hasta las revistas que leíamos y las pelis que alquilábamos en el videoclub, a qué jugábamos en el recreo y cómo eran nuestras clases». El regalo perfecto para estas fechas venideras, ya que es todo un must.

Ay, cuántos recuerdos… ¿A que ahora el paso del tiempo no es como el de antes?

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